José Torres, un villano venezolano que estrenará "El pez que fuma" tras cumplir los 100 años
- por © Redacción-NOTICINE.com

En el patio trasero de su casa en Tocuyito (Venezuela), un niño de los años treinta transformaba escobas en corceles y pistolas de madera en Colt 45. Ocho décadas después, ese mismo niño —ahora con cien años recién cumplidos— corría por una playa caribeña durante el rodaje de "El pez que fuma" (2025). José Torres, pionero del cine iberoamericano, sopló sus velas entre cámaras el pasado 4 de junio, sin abandonar el set. "Hay cosas que uno las sueña y luego se hacen realidad", confirma en la web de la entidad de derechos de los actores españoles, AISGE, desde Caracas, con su hija, la actriz Arlette Torres, traduciendo sus recuerdos al presente.
En los cincuenta, tras debutar en la primera telenovela venezolana ("La criada de la granja") y el filme "Pantano en el cielo", Torres cruzó el océano persiguiendo el neorrealismo italiano que admiraba. "Había visto películas de Fellini, De Sica, Rosellini...", rememora. Pero el destino le deparaba cabalgatas inesperadas: la fiebre del spaghetti western en Almería lo convirtió en jinete por necesidad. "En un rodaje me preguntaron si montaba a caballo y dije que sí. Me fui a una escuela de equitación y estuve un mes practicando. No sabía ni cómo agarrarme, pero con tanto western me hice un maestro". Su perfil mestizo lo relegó a villanías: "Para ser protagonista tenías que ser bueno, bello y alto. Los indios éramos los malos".
Entre 1966 y 1970, Torres compartió escena con leyendas: desde Lee Van Cleef ("El halcón y la presa", "La muerte viaja a caballo") hasta Orson Welles ("Tepepa, viva la revolución"). Con Van Cleef forjó un vínculo singular: "Yo no hablo inglés, pero le enseñé español. Sentí mucho su muerte trágica". Con el director Pasquale Squitieri vivió momentos íntimos: "Cocinó para mí en su casa como si no hubieran pasado los años". Aún busca reencontrarse con Gemma Cuervo, su compañera en "¿Por qué seguir matando?" (1965). Arlette interrumpe con sonrisa tímida: "Soy vergonzosa, pero me gustaría contactar a Cayetana Guillén Cuervo para decirle que mi papá trabajó con su mamá".
En 1995, cuando la crisis económica golpeaba Venezuela, Torres revitalizó su carrera con "Ka Ina". Encarnó a Tacupay, un personaje que lo mantiene "vivo en la televisión". A sus 90 años, ganó el premio al mejor actor de reparto en el Festival de Cine Venezolano por "Hijos de la sal" (2018). Ahora, en "El pez que fuma", redescubre la emoción del cine colectivo: "Fue hermoso, pero triste separarnos tras el rodaje. Mucha gente se va del país".
"Llevo 75 años actuando. Sufriendo, pero pasándolo bien", sintetiza. Aún fantasea con dos papeles: el Rey Lear o el abogado de "El monje que vendió su Ferrari" —"un hombre que descubre que la vida no es hacer dinero"—. Rechaza el concepto de retiro: "Un actor no se retira, lo retiran". Su secreto: la terquedad creativa. "La mayoría de las cosas que me han pasado las tuve con insistencia en mi mente".
Cuando Arlette le entregó el premio Ciudad de Huelva en 2015, Torres, con noventa años, "se agachó a besar el suelo y se levantó solo". Hoy, desde su siglo vivido, resume: "Mi mayor premio es llegar a los 100 años trabajando en lo que me gusta y que la gente me quiera". Mientras habla, sus ojos siguen brillando como los del niño que galopaba sobre una escoba, disparando a un futuro que aún no termina de escribir.
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En los cincuenta, tras debutar en la primera telenovela venezolana ("La criada de la granja") y el filme "Pantano en el cielo", Torres cruzó el océano persiguiendo el neorrealismo italiano que admiraba. "Había visto películas de Fellini, De Sica, Rosellini...", rememora. Pero el destino le deparaba cabalgatas inesperadas: la fiebre del spaghetti western en Almería lo convirtió en jinete por necesidad. "En un rodaje me preguntaron si montaba a caballo y dije que sí. Me fui a una escuela de equitación y estuve un mes practicando. No sabía ni cómo agarrarme, pero con tanto western me hice un maestro". Su perfil mestizo lo relegó a villanías: "Para ser protagonista tenías que ser bueno, bello y alto. Los indios éramos los malos".
Entre 1966 y 1970, Torres compartió escena con leyendas: desde Lee Van Cleef ("El halcón y la presa", "La muerte viaja a caballo") hasta Orson Welles ("Tepepa, viva la revolución"). Con Van Cleef forjó un vínculo singular: "Yo no hablo inglés, pero le enseñé español. Sentí mucho su muerte trágica". Con el director Pasquale Squitieri vivió momentos íntimos: "Cocinó para mí en su casa como si no hubieran pasado los años". Aún busca reencontrarse con Gemma Cuervo, su compañera en "¿Por qué seguir matando?" (1965). Arlette interrumpe con sonrisa tímida: "Soy vergonzosa, pero me gustaría contactar a Cayetana Guillén Cuervo para decirle que mi papá trabajó con su mamá".
En 1995, cuando la crisis económica golpeaba Venezuela, Torres revitalizó su carrera con "Ka Ina". Encarnó a Tacupay, un personaje que lo mantiene "vivo en la televisión". A sus 90 años, ganó el premio al mejor actor de reparto en el Festival de Cine Venezolano por "Hijos de la sal" (2018). Ahora, en "El pez que fuma", redescubre la emoción del cine colectivo: "Fue hermoso, pero triste separarnos tras el rodaje. Mucha gente se va del país".
"Llevo 75 años actuando. Sufriendo, pero pasándolo bien", sintetiza. Aún fantasea con dos papeles: el Rey Lear o el abogado de "El monje que vendió su Ferrari" —"un hombre que descubre que la vida no es hacer dinero"—. Rechaza el concepto de retiro: "Un actor no se retira, lo retiran". Su secreto: la terquedad creativa. "La mayoría de las cosas que me han pasado las tuve con insistencia en mi mente".
Cuando Arlette le entregó el premio Ciudad de Huelva en 2015, Torres, con noventa años, "se agachó a besar el suelo y se levantó solo". Hoy, desde su siglo vivido, resume: "Mi mayor premio es llegar a los 100 años trabajando en lo que me gusta y que la gente me quiera". Mientras habla, sus ojos siguen brillando como los del niño que galopaba sobre una escoba, disparando a un futuro que aún no termina de escribir.
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