Colaboración: Revolución de Octubre y Vacaciones en Roma
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Por Sergio Berrocal
Menuda semanita. De puro infarto. Y un fin de semana de paro cardíaco. Desde el primero de octubre, España vive, hemos vivido, algo que a mí me ha parecido una película de las de antes. En toda una región española, Cataluña, se pidió la independencia a través de la constitución de una República, casi nada. Una parte de los catalanes son al parecer partidarios de esa solución, los otros no. Pero visto desde casi mil kilómetros es como meterse en un cine.
Desde el primero de octubre con la llegada de las brigadas pesadas de las fuerzas del orden de España para impedir un referéndum pidiendo la República, en medio de palos, quejidos y acusaciones de todo tipo los catalanes llevan viviendo más que tardes de perros como aquella con la que Al Pacino movilizaba a toda la policía de la ciudad. El no pedía una república ni nada eso. Más modestamente quería dinero suficiente para que su pareja pudiese cambiar de sexo. Y con otros desgraciados de la vida atracaban un banco. Estábamos entonces en los años setenta, demasiado pronto para la moda del cambio de sexo.
Hoy estamos en 2017 y ya no parecía que pudiese ocurrir lo que ha sucedido en Barcelona. Pero es cierto que los independentistas estaban en pleno auge y muy activos desde hacía años. Y de pronto, un hombre más bien endeble, con traje, corbata y una profunda cabellera en lo alto del cráneo, Carles Puigdemont, hasta hace un rato presidente de la Generalidad, gobierno regional, se subleva y arma la marimorena.
Las calles se llenan de gente, convencida aparentemente de lo que quiere a juzgar por lo que vociferan y por las banderas que enarbolan con el convencimiento del que se sabe destinado a vencer.
Pero en Madrid, el Comandante, el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, mandó parar. Pero los amotinados no parecían tener ganas de rendirse, y ni un Marlon Brando o un Clark Gable al horizonte de un velero para llevarse a los amotinados a una isla y vivir en paz con las señoras y señoritas disponibles.
Los amotinados del Bounty catalán no pararon. Y llegamos al domingo con el corazón en vilo.
Estaba yo buscando en los periódicos digitales más datos sobre la rebelión de Barcelona cuando me llega la noticia, que desde luego no buscaba, de que el escritor, español y apostólico romano Fernando Sánchez Dragó, había presentado en sociedad a su nueva novia, una despampanante muchacha que no debe de tener mucho más de veinte años y que podría trabajar como modelo.
Veintipocos años contra los 81 que tiene en su haber Dragó es más vertiginoso que querer instaurar una república prohibida. En todo caso casi más peligroso para el solo hombre que encabeza este levantamiento, alzamiento o como ustedes tengan a bien llamarle.
Me perdonan pero me lanzo de cabeza en esta aventura y ya no quiero saber nada del Bounty de Barcelona.
Abandono mis intentos de analizar la situación política de esos hombres y mujeres catalanas que me han dado un regusto de aventura que yo nunca hubiese tenido el valor de emprender ni siquiera con un capitán como Puigdemont que parece sabérselas todas y que en todo caso se porta como un casse cou, que en francés significa mucho más, infinitamente más que el significado de atrevido que le da el diccionario.
Y me meto en la nueva aventura de Dragó a sus 81 años de edad.
“La verdad – me dice-- es que me siento como Gregory Peck en "Vacaciones en Roma". Sólo nos falta la Vespa. Ella (Laura se llama) me vio en el programa de Risto ("Chester in love") en el que hablaba de sexo con participación de Anna Grau (mi novia anterior) y de mi hija Ayanta, le gustó y le gusté, compró mi último libro, le encantó, me envió una larga carta a la manera de Anaïs Nin, le respondí a la manera de Henry Miller, vino de Valencia a verme, quedamos en un restaurante, la besé, se tambaleó y... El resto no pasa la censura.
Así es. Desde hace ocho meses. ¿Has visto la foto? Idéntica a Audrey Hepburn (más aún al natural) y con análogo carácter al que ésta luce en sus películas. Una mujer "oui". Llevo ya ocho meses. Estoy encantado.”
Y para todos aquellos y aquellas que me quieran echar a los perros por haberme atrevido a mezclar las ansias de independencia de una parte de los catalanes con los amoríos de mi amigo Dragó, no les explicaré nada. Prefiero un idilio a una contienda. Aunque, como acabo de leer en una revista de historia se trate meramente de “un duelo a garrotazos”.
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Menuda semanita. De puro infarto. Y un fin de semana de paro cardíaco. Desde el primero de octubre, España vive, hemos vivido, algo que a mí me ha parecido una película de las de antes. En toda una región española, Cataluña, se pidió la independencia a través de la constitución de una República, casi nada. Una parte de los catalanes son al parecer partidarios de esa solución, los otros no. Pero visto desde casi mil kilómetros es como meterse en un cine.
Desde el primero de octubre con la llegada de las brigadas pesadas de las fuerzas del orden de España para impedir un referéndum pidiendo la República, en medio de palos, quejidos y acusaciones de todo tipo los catalanes llevan viviendo más que tardes de perros como aquella con la que Al Pacino movilizaba a toda la policía de la ciudad. El no pedía una república ni nada eso. Más modestamente quería dinero suficiente para que su pareja pudiese cambiar de sexo. Y con otros desgraciados de la vida atracaban un banco. Estábamos entonces en los años setenta, demasiado pronto para la moda del cambio de sexo.
Hoy estamos en 2017 y ya no parecía que pudiese ocurrir lo que ha sucedido en Barcelona. Pero es cierto que los independentistas estaban en pleno auge y muy activos desde hacía años. Y de pronto, un hombre más bien endeble, con traje, corbata y una profunda cabellera en lo alto del cráneo, Carles Puigdemont, hasta hace un rato presidente de la Generalidad, gobierno regional, se subleva y arma la marimorena.
Las calles se llenan de gente, convencida aparentemente de lo que quiere a juzgar por lo que vociferan y por las banderas que enarbolan con el convencimiento del que se sabe destinado a vencer.
Pero en Madrid, el Comandante, el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, mandó parar. Pero los amotinados no parecían tener ganas de rendirse, y ni un Marlon Brando o un Clark Gable al horizonte de un velero para llevarse a los amotinados a una isla y vivir en paz con las señoras y señoritas disponibles.
Los amotinados del Bounty catalán no pararon. Y llegamos al domingo con el corazón en vilo.
Estaba yo buscando en los periódicos digitales más datos sobre la rebelión de Barcelona cuando me llega la noticia, que desde luego no buscaba, de que el escritor, español y apostólico romano Fernando Sánchez Dragó, había presentado en sociedad a su nueva novia, una despampanante muchacha que no debe de tener mucho más de veinte años y que podría trabajar como modelo.
Veintipocos años contra los 81 que tiene en su haber Dragó es más vertiginoso que querer instaurar una república prohibida. En todo caso casi más peligroso para el solo hombre que encabeza este levantamiento, alzamiento o como ustedes tengan a bien llamarle.
Me perdonan pero me lanzo de cabeza en esta aventura y ya no quiero saber nada del Bounty de Barcelona.
Abandono mis intentos de analizar la situación política de esos hombres y mujeres catalanas que me han dado un regusto de aventura que yo nunca hubiese tenido el valor de emprender ni siquiera con un capitán como Puigdemont que parece sabérselas todas y que en todo caso se porta como un casse cou, que en francés significa mucho más, infinitamente más que el significado de atrevido que le da el diccionario.
Y me meto en la nueva aventura de Dragó a sus 81 años de edad.
“La verdad – me dice-- es que me siento como Gregory Peck en "Vacaciones en Roma". Sólo nos falta la Vespa. Ella (Laura se llama) me vio en el programa de Risto ("Chester in love") en el que hablaba de sexo con participación de Anna Grau (mi novia anterior) y de mi hija Ayanta, le gustó y le gusté, compró mi último libro, le encantó, me envió una larga carta a la manera de Anaïs Nin, le respondí a la manera de Henry Miller, vino de Valencia a verme, quedamos en un restaurante, la besé, se tambaleó y... El resto no pasa la censura.
Así es. Desde hace ocho meses. ¿Has visto la foto? Idéntica a Audrey Hepburn (más aún al natural) y con análogo carácter al que ésta luce en sus películas. Una mujer "oui". Llevo ya ocho meses. Estoy encantado.”
Y para todos aquellos y aquellas que me quieran echar a los perros por haberme atrevido a mezclar las ansias de independencia de una parte de los catalanes con los amoríos de mi amigo Dragó, no les explicaré nada. Prefiero un idilio a una contienda. Aunque, como acabo de leer en una revista de historia se trate meramente de “un duelo a garrotazos”.
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