OPINIÓN: Carlos Saura, ética, estética y rentas
- por © J.A.-NOTICINE.com
8-XI-01
Negar que Carlos Saura forma parte por derecho propio del cine español sería una tropelía, pero afirmar que el aragonés más internacional después de Buñuel está hoy en la vanguardia de los directores patrios suena a exageración nostálgica. Pese a que muchas de sus últimas películas han cruzado fronteras, la realidad es que hace muchos años que el público le da la espalda y que sus esfuerzos han estado más cerca de conseguir una estética cuidada y lujosa que una historia jugosa capaz de dejar huella.
Nacido en 1932, películas como "Los golfos" y "La caza" le convirtieron en un renovador del obsoleto cine franquista. En un tira y afloja con la censura, se decantó por el simbolismo, con films crípticos donde cada cual encontraba ocultos mensajes. "El jardín de las delicias", "Ana y los lobos", "Elisa vida mía" o "Mamá cumple cien años" recorrieron festivales y acumularon premios.
El olvido de que el cine es algo más que una buena fotografía y una banda sonora brillante ha dominado su más reciente carrera. Saura, a partir de "Bodas de sangre", creyó encontrar un filón en el cine musical folklórico (no exclusivamente español) y esteticista. De esta etapa son "Carmen", "Sevillanas", "El amor brujo", "Flamenco"... También en este periodo, los años 80, consiguió importantes sucesos públicos, como "Deprisa, deprisa" y "¡Ay, Carmela!". Intentos posteriores de añadir un contenido dramático a lo que en muchos casos eran sobre todo documentales más o menos artísticos chocaron con el desinterés del público. "Tango" y "Goya en Burdeos" cojeaban claramente por el lado del guión.
El más reciente trabajo del aragonés, presunto homenaje "que hubiera agradado a Luis Buñuel", fue dilapidado por la mayoría de los críticos, salvo los que no osaron poner en duda su categoría de "maestro". "Buñuel y la mesa del rey Salomón" aburrió al público de San Sebastián, cuyo certamen clausuró entre bostezos y abucheos. Mucho efecto especial, mucha pirotecnia, alguna hermosa imagen pero una total ausencia de coherencia global en un film artificialmente surrealista y sin sentido. En él se han invertido muchos millones, como ya ocurrió con su espectacular fracaso, "El Dorado". Ahora, es el público el que debe juzgar.
Negar que Carlos Saura forma parte por derecho propio del cine español sería una tropelía, pero afirmar que el aragonés más internacional después de Buñuel está hoy en la vanguardia de los directores patrios suena a exageración nostálgica. Pese a que muchas de sus últimas películas han cruzado fronteras, la realidad es que hace muchos años que el público le da la espalda y que sus esfuerzos han estado más cerca de conseguir una estética cuidada y lujosa que una historia jugosa capaz de dejar huella.
Nacido en 1932, películas como "Los golfos" y "La caza" le convirtieron en un renovador del obsoleto cine franquista. En un tira y afloja con la censura, se decantó por el simbolismo, con films crípticos donde cada cual encontraba ocultos mensajes. "El jardín de las delicias", "Ana y los lobos", "Elisa vida mía" o "Mamá cumple cien años" recorrieron festivales y acumularon premios.
El olvido de que el cine es algo más que una buena fotografía y una banda sonora brillante ha dominado su más reciente carrera. Saura, a partir de "Bodas de sangre", creyó encontrar un filón en el cine musical folklórico (no exclusivamente español) y esteticista. De esta etapa son "Carmen", "Sevillanas", "El amor brujo", "Flamenco"... También en este periodo, los años 80, consiguió importantes sucesos públicos, como "Deprisa, deprisa" y "¡Ay, Carmela!". Intentos posteriores de añadir un contenido dramático a lo que en muchos casos eran sobre todo documentales más o menos artísticos chocaron con el desinterés del público. "Tango" y "Goya en Burdeos" cojeaban claramente por el lado del guión.
El más reciente trabajo del aragonés, presunto homenaje "que hubiera agradado a Luis Buñuel", fue dilapidado por la mayoría de los críticos, salvo los que no osaron poner en duda su categoría de "maestro". "Buñuel y la mesa del rey Salomón" aburrió al público de San Sebastián, cuyo certamen clausuró entre bostezos y abucheos. Mucho efecto especial, mucha pirotecnia, alguna hermosa imagen pero una total ausencia de coherencia global en un film artificialmente surrealista y sin sentido. En él se han invertido muchos millones, como ya ocurrió con su espectacular fracaso, "El Dorado". Ahora, es el público el que debe juzgar.