Colaboración: Kim Novak provoca "Vértigo" en Cannes

por © NOTICINE.com
Kim Novak, el domingo en Cannes
Por Sergio Berrocal

En las butacas de la sala se arrellanaban algunas de las más suntuosas y glamourosas caderas del mundo del cine. Pero las que más brillaron  en esa ceremonia de clausura del Festival de Cannes que en Francia se convierte todos los años en la emisión de televisión más seguida, fueron las de una tímida abuela que casi todos olvidaban en el fragor de los premios. Invitada de honor del Festival, Kim Novak, andando bajito, apareció de pronto sin aparentemente importarle los más de ochenta años que paseaba por el escenario.

Todas las muchas y variadas vanidades que inundaban el patio de butacas aguantaron la respiración.

La mujer que apareció dejó hasta el mismísimo Alain Delon con la boca medio abierta.

Nada tenía que ver con un resto prehistórico de Hollywood envuelto en los desagradables harapos de la vejez que no perdona.

Kim Novak apareció como un chorro de luz y en muy pocos segundos su mirada conquistó hasta los más reticentes. Con un poco de imaginación se hubiese dicho que salía de alguna de las películas que filmó a lo largo de muchos años. Aunque todos se acordaban de un solo título, "Vertigo", que rodó con Alfred Hitchcock en 1958.

¿Quién no se enamoró de aquella/s mujer/es misteriosa/s, fría, altiva y desconcertante hasta la mística que traía loco a James Stewart? Fue uno de los mayores éxito de Hitchcock e indiscutiblemente la película que consagró definitivamente a la actriz que desde su primer film, "The french line" (1953), transitó por otros títulos como "El hombre del brazo de oro", "Picnic", "Bésame, tonto", "Me enamoré de una bruja / Sortilegio de amor" y "Las aventuras de Moll Flanders".

En "Vertigo" se ganó el título de "témpano" que le concedió un afamado crítico francés.

Anoche, en ese Festival de Cannes donde no se vive más que una vez, estaba a sus anchas, triunfaba sin importarle acercarse a las cámaras con lo que quedaba de la mujer de los ojos verdes y el pelo rubio más musitado del planeta cine.

Cerca de donde ella dirigía unas palabras al público, en el recinto del jurado, Nicole Kidman no sabía cómo ponerse. Hasta sonreía. Pero al lado de Kim Novak parecía más descafeinada que nunca.

Mirándola a la distancia que permite el televisor, era fácil comprobar que la Novak estaba conquistando nuevamente al público con una mirada que ninguna otra estrella consiguió superar. Todo concentrado en sus ojos verdes y fríos que daban o que dan todavía fiebre del sábado por la noche a los espectadores.

Ella, solita, había aprendido desde chiquitita que el verdadero encanto de las mujeres reside en su mirada, en la forma de utilizar los ojos, en la manera de comunicar con la inocencia más absoluta. Ella usó siempre sus ojos verdes, a menos que entonces tuviesen otro color, hasta conseguir que los varones más guapos del mundo no pudieran resistirse a sus encantos.

En esa noche del Festival de  Cannes, cuando el antiguo pueblo de pescadores está a punto de volver a ser uno de los lugares más aburridos de la Costa Azul, la mirada de Kim Novak volvió a cumplir su cometido.

Nunca fue Sarah Bernhard ni presumió de actriz genial. Se limitó a ser la muchacha a la que ningún hombre podía ver sin enamorarse de ella. Era la más deseada de todas, la más envidiada, la más atrevida, la más bella para ir a bailar que hubiese cantado Sylvie Vartan. Y cuando alguien conseguía conquistarla se oía el grito de Tarzán. Como aquel hijo del "benefactor" Rafael Leónidas Trujillo, que esclavizó a la Dominicana durante un montón de años hasta que amigos y enemigos se reunieron para tenderle una emboscada y terminar con su vida construida a base de tortura y rapiña.

Trujillo hijo, que tenía otra visión de la vida, tampoco pudo resistir a Kim Novak. Y después de conocerla y llevarla a bailar no tardó en hacer gala de su fina educación de caballero y mandó que pintaran a lo largo de su yate, no sé si en inglés o en español, "Aquí ha pasado la noche Kim Novak".

Claro que nadie pudo confirmar lo que decía el cartel. A ella, aquella machada no le hizo ni sonreír. Kim Novak no se ruborizaba.