Naomi Kawase y Robert Guédiguian ponen un punto de optimismo en la Seminci

por © J.A.-NOTICINE.com
Gurriarán y Guédigian, en primer plano al presentar su película
Junto con la ostensiblemente superior "45 años / 45 Years", que no tuvo representación personal en esta segunda jornada de la Seminci de Valladolid, las dos otras cintas de la jornada, dramas como la primera, pusieron un punto de optimismo a los retratos más bien negativos sobre la condición humana que nos rodean. "Una pastelería en Tokio / An", de la japonesa Naomi Kawase, y "Une histoire de fou" (Una historia de locos), del francés Robert Guédiguian, coincidieron en ser historias bienintencionadas que apuestan por un tono optimista en la resolución de los conflictos.

La prolífica Naomi Kawase trajo "Una pastelería en Tokio" tras abrir con ella un apartado paralelo del último Festival de Cannes. Se trata -cuenta la autora de "Aguas tranquilas" y "El bosque del luto"- de su primer trabajo a partir de un texto ajeno. "El autor de la novela, Durian Sukegawa, me la mandó junto a una carta. Tanto el editor como el propio escritor me permitieron adaptarla cortando escenas de la obra que me parecieron demasiado emocionales o que podían resultar aburridas en la pantalla. Lo que me atrajo era contar la situación de esas personas que sufrieron una enfermedad hoy casi extinguida, la lepra, y fueron encerradas en residencias para ocultarlas del mundo. Me sorprendió al conocerlos que tenían valor y energía de vivir, cuando de nosotros suelen recibir compasión, lástima o rechazo", detalla la guionista y realizadora, que por tercera vez participa en el certamen castellano.

"Una pastelería en Tokio" sigue la amistad entre tres personajes secundarios en el teatro de la vida de la capital japonesa. Lejos de  la imagen tradicional de la considerada "Ciudad de neón" del Oriente, el Tokio de Kawase es periférico, y en él está un minúsculo negocio en el que un hombre solo y con un pasado que intuimos poco afortunado se gana la vida haciendo y vendiendo dorayakis, un muy popular pastelito nipón con dos bizcochos rellenos de pasta dulce de alubias. Un día llega una anciana empeñada en trabajar con él. Le asegura que ella hace un excelente anko (la especie de mermelada de alubias) y frente a sus reticencias se lo demuestra dándole a probar. El éxito de los dorayakis con el relleno de Tokue va a relanzar el negocio, hasta que los clientes se fijan en sus manos deformadas, que relacionan con la lepra. En efecto, la anciana vive en una residencia para leprosos, aunque asegura estar curada.

Kawase, de 46 años, explicaba este domingo en Valladolid que tras esta primera experiencia de adaptación de un historia ajena no se cierra a repetirla, aunque ya está escribiendo un nuevo guión totalmente propio - "sobre un hombre y una mujer que se enamoran tanto que casi se mueren"-, estaría por la labor de repetir, "si no tengo restricciones. Lo dejo todo en manos de la suerte, para que me lleguen buenas obras que me interesen".

La cineasta japonesa explicó que no tiene referencias ni maestros, y que llegó al cine no por admiración hacia el Séptimo Arte, sino por sus ansias de detener el tiempo. "Cuando era adolescente y jugaba en un equipo estudiantil de baloncesto en una liga nacional en Japón, tomé conciencia de la rapidez con la que pasa el tiempo, y cómo éste es irrecuperable. Luego me hice con una cámara de Super 8 y ví que con aquello se podían capturar los momentos y así detener el paso del tiempo. Por eso me dediqué al cine, para detener el tiempo".

Por su parte, el marsellés Robert Guédiguian, otros viejo conocido de la Seminci, regresa al festival español de la mano de una película también nacida de una pluma ajena, en este caso del que fuera reportero y director del diario Pueblo José Antonio Gurriarán, una víctima colateral del terrorismo armenio en 1980, que a raíz de las heridas que le dejaron paralítico empezó a estudiar las motivaciones de los autores del atentado, y especialmente el genocidio armenio de principios del pasado siglo que aún sigue sin ser reconocido por quienes lo perpetraron, los turcos. De su experiencia de ir a la búsqueda de los autores de su desgracia nació el libro "La bomba", que de manera libre ha adaptado el cineasta francés de origen armenio.

Gurriarán, quien acompañó a Guédiguian y su mujer y protagonista femenina de la historia, Ariane Ascaride, vio aquí en Valladolid por primera vez "Une histoire de fou", que pasó como el otro film comentado por Cannes en mayo, y se refirió a la adaptación de su libro en términos extraordinariamente positivos, asegurando que su mayor virtud había sido "cambiar cosas" y ser "muy honesta". El periodista jubilado recordó que al poco de sacar su libro la ya fallecida realizadora española Pilar Miró quiso llevarlo al cine con José Sacristán de protagonista, pero que a él no le gustó el guión que en primer lugar trabajó Jaime Camino, y pidio al productor (José Frade) que no se hiciera la película. Ahora, tres décadas después, sí se muestra orgulloso y feliz del resultado.

Por su parte, Guédiguian, hijo de la diáspora armenia como gran parte de los personajes de su película, dijo sentir "una emoción inmensa" al poder presentar el film al lado de Gurriarán, y destacó el hecho de que personas de muy diferentes orígenes y países se hayan unido "para compartir una causa común, un mensaje de paz en el mundo, de lucha por la igualdad, una reunión de personas de buena voluntad".

"Une histoire de fou" se inicia en la segunda década del pasado siglo, cuando un armenio asesina en las calles de Berlín a un diplomático turco que fue uno de los responsables del genocidio del pueblo armenio. Es juzgado y el jurado popular le exculpa al reconocer que la víctima había sido en el pasado causante de cientos de miles de muertes. Cerca de seis décadas después, jóvenes armenios deciden reactivar esa lucha y consideran a los representantes del estado turco como herederos directos de los responsables del intento de exterminar a los armenios, lanzándose a la lucha armada. Uno de ellos es Aram, hijo de unos comerciantes armenios en Marsella. Al detonar una bomba en las calles de París para matar al embajador del régimen militar turco, deja paralítico a un joven estudiante de medicina que pasa al lado con su bicicleta.

La película plantea las consecuencias de la violencia política con independencia de lo justas que sean sus motivaciones, y esas "víctimas colaterales" que acaban apareciendo en los conflictos armados. En una de las escenas finales, el personaje de Ascaride, la madre de Aram en la ficción, dice al que fuera víctima marginal de su hijo que algún día Turquía reconocerá que fueron antepasados suyos los autores del intento de exterminar al pueblo armenio hace un siglo, una nota de optimismo que Guédiguian contó a NOTICINE.com es su razón de vivir: "Puede que sea dentro de mucho tiempo, pero el reconocimiento es imprescindible para cerrar esa cicatriz histórica, y estoy convencido de que llegará. Hoy en día son turcos los que más claman, historiadores y escritores turcos, por la veracidad del genocidio armenio. El problema es que en este preciso momento existe un resurgir del nacionalismo, tanto en Turquía como en otros países, algo por lo que deberíamos preocuparnos. Pero yo pienso que al final el mundo irá a mejor, si no no me levantaría de la cama cada mañana".

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