Colaboración: El mexicano y Victor Hugo
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Por Sergio Berrocal
Si algunos hubiésemos tenido un padre o una madre, por qué no, con la imaginación y el amor creativo del papa de Maggie (interpretados por el actor mexicano Eugenio Derbez, también director), cómo nos hubiese cambiado la vida. Seguramente a estas horas no trataríamos de encontrar explicaciones en los filósofos caseros y en algún que otro psiquiatra argentino perdido por el fin del mundo.
Porque los terapeutas porteños estaban por toda Europa hace cosa de treinta años, ya menos, será por la crisis o porque la credulidad tiene sus límites, con rimbombantes títulos que siempre me han recordado a los curanderos y adivinos africanos que en un tiempo tomaron París, aunque siempre eran menos nocivos pese a que te dejaban el parabrisas del coche hartito de tanta publicidad analfabeta.
Pero Eugenio Derbez es mexicano, gracias a Dios, y un excelente cineasta al que uno, por su incultura apabullada por la propaganda de Hollywood, no conocía. Encantado, señor Derbez, que Dios le bendiga por esta película con más alcance de lo que parece y muy eficaz aunque mal bautizada con un enigmático "No se aceptan devoluciones".
La televisión, la que sea, hasta la peor, aunque casi todas son malas, insensatamente perversas, se convierte sin quererlo en cinemateca improvisada cuando le sobra un cacho de horario y los programadores meten una película, probablemente sin saber lo que hacen, porque de estos insensatos es a veces la gracia de acertar.
"No se aceptan devoluciones" la encontré en un fin de semana festivo cuando ya me iba a la cama y he quedado prendado por el descaro con el que el autor le mete mano a uno de los problemas más espantosos, el de la infancia.
Talento le sobra a este autor mexicano. Y cuando echas manos del papeleo de productoras y estadísticas te percatas de que "No se aceptan devoluciones" fue en 2013 la película mexicana más taquillera de la historia, leo textualmente.
Y no hay por qué asombrarse porque tiene una excelente factura y porque demuestra que en México, al margen de los triunfitos mexicanos que aparecen por Hollywood como niños repipis cargados de talento, existe un cine que en Europa ni se conoce.
Pasamos de 1946 cuando en el primer Festival de Cine de Cannes se rendía homenaje a la película mexicana, auténtica obra maestra, "María Candelaria" de Emilio Fernández "El Indio", a la que se le concedió el Grand Prix además del reservado a la Mejor fotografía, al olvido. Del homenaje al olvido.
La presencia de Luis Buñuel, otro mexicano noble del cine pese a haber nacido en España, daba cuenta de una cinematografía de mucha calidad hecho al otro lado del mar.
Luego de la II Guerra Mundial (1939-1945) Estados Unidos invadió Europa con sus películas que arrasaron con las salas de exhibición, haciendo que todo lo demás pareciese pequeñito y hasta insignificante.
La película "No se aceptan devoluciones" nos devuelve la esperanza de que Europa recupere el pulso con el cine mexicano. Es realmente excelente, aunque el fallo del final…
El protagonista es un tipo sin suerte pero con mucho ingenio que tiene a su cargo a una niña deliciosa y ocurrente que ha fabricado con una bella señorita que se ha cansado y ha buscado horizontes nuevos lejos de ellos. Al final reaparecerá de una forma muy "moderna", con una novia neoyorquina… Pero, bueno.
El padre abandonado, que no tardará en convertirse en un especialista de cine que se juega la vida a cada plano con tal de que su niña crezca feliz, le crea un mundo de fantasía en el que ella se recrea.
Tan fantasioso que se inventa que la madre ausente lo está en realidad porque es una heroína que cumple grandes misiones humanitarias para salvar al mundo Y para que la niña esté contenta no vacila en hacer polvo las más respetables leyendas, como la de Blancanieves, a la que acusa de haber abandonado a los pobres y llorosos enanitos para huir con el guapo príncipe… Merece más que tres tristes puntos suspensivos.
Cuánto más feliz seríamos si hubiese autores que se atreviesen a destripar algunas leyendas y a uno se le ocurre que la de la Caperucita Roja está a tiro, pero bueno…
Al realizador se le va un poco la mano, o quizá esta astucia suicidaría forme parte de su estrategia, cuando no vacila en permitir que la niña muera en sus brazos, justo cuando la madre, pese a su naciente homosexualidad, ha vuelto para estar con su hija.
Pero podría decirse que el mismísimo Victor Hugo tampoco vaciló en contarnos la lacrimógena historia de la niña Cosette en medio de su monumental "Los miserables", una de las obras mayores de la literatura universal…
Es cierto que Cosette no muere como la niña de la película pero más le hubiera valido con la vida que le dio el venerable Hugo.
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Si algunos hubiésemos tenido un padre o una madre, por qué no, con la imaginación y el amor creativo del papa de Maggie (interpretados por el actor mexicano Eugenio Derbez, también director), cómo nos hubiese cambiado la vida. Seguramente a estas horas no trataríamos de encontrar explicaciones en los filósofos caseros y en algún que otro psiquiatra argentino perdido por el fin del mundo.
Porque los terapeutas porteños estaban por toda Europa hace cosa de treinta años, ya menos, será por la crisis o porque la credulidad tiene sus límites, con rimbombantes títulos que siempre me han recordado a los curanderos y adivinos africanos que en un tiempo tomaron París, aunque siempre eran menos nocivos pese a que te dejaban el parabrisas del coche hartito de tanta publicidad analfabeta.
Pero Eugenio Derbez es mexicano, gracias a Dios, y un excelente cineasta al que uno, por su incultura apabullada por la propaganda de Hollywood, no conocía. Encantado, señor Derbez, que Dios le bendiga por esta película con más alcance de lo que parece y muy eficaz aunque mal bautizada con un enigmático "No se aceptan devoluciones".
La televisión, la que sea, hasta la peor, aunque casi todas son malas, insensatamente perversas, se convierte sin quererlo en cinemateca improvisada cuando le sobra un cacho de horario y los programadores meten una película, probablemente sin saber lo que hacen, porque de estos insensatos es a veces la gracia de acertar.
"No se aceptan devoluciones" la encontré en un fin de semana festivo cuando ya me iba a la cama y he quedado prendado por el descaro con el que el autor le mete mano a uno de los problemas más espantosos, el de la infancia.
Talento le sobra a este autor mexicano. Y cuando echas manos del papeleo de productoras y estadísticas te percatas de que "No se aceptan devoluciones" fue en 2013 la película mexicana más taquillera de la historia, leo textualmente.
Y no hay por qué asombrarse porque tiene una excelente factura y porque demuestra que en México, al margen de los triunfitos mexicanos que aparecen por Hollywood como niños repipis cargados de talento, existe un cine que en Europa ni se conoce.
Pasamos de 1946 cuando en el primer Festival de Cine de Cannes se rendía homenaje a la película mexicana, auténtica obra maestra, "María Candelaria" de Emilio Fernández "El Indio", a la que se le concedió el Grand Prix además del reservado a la Mejor fotografía, al olvido. Del homenaje al olvido.
La presencia de Luis Buñuel, otro mexicano noble del cine pese a haber nacido en España, daba cuenta de una cinematografía de mucha calidad hecho al otro lado del mar.
Luego de la II Guerra Mundial (1939-1945) Estados Unidos invadió Europa con sus películas que arrasaron con las salas de exhibición, haciendo que todo lo demás pareciese pequeñito y hasta insignificante.
La película "No se aceptan devoluciones" nos devuelve la esperanza de que Europa recupere el pulso con el cine mexicano. Es realmente excelente, aunque el fallo del final…
El protagonista es un tipo sin suerte pero con mucho ingenio que tiene a su cargo a una niña deliciosa y ocurrente que ha fabricado con una bella señorita que se ha cansado y ha buscado horizontes nuevos lejos de ellos. Al final reaparecerá de una forma muy "moderna", con una novia neoyorquina… Pero, bueno.
El padre abandonado, que no tardará en convertirse en un especialista de cine que se juega la vida a cada plano con tal de que su niña crezca feliz, le crea un mundo de fantasía en el que ella se recrea.
Tan fantasioso que se inventa que la madre ausente lo está en realidad porque es una heroína que cumple grandes misiones humanitarias para salvar al mundo Y para que la niña esté contenta no vacila en hacer polvo las más respetables leyendas, como la de Blancanieves, a la que acusa de haber abandonado a los pobres y llorosos enanitos para huir con el guapo príncipe… Merece más que tres tristes puntos suspensivos.
Cuánto más feliz seríamos si hubiese autores que se atreviesen a destripar algunas leyendas y a uno se le ocurre que la de la Caperucita Roja está a tiro, pero bueno…
Al realizador se le va un poco la mano, o quizá esta astucia suicidaría forme parte de su estrategia, cuando no vacila en permitir que la niña muera en sus brazos, justo cuando la madre, pese a su naciente homosexualidad, ha vuelto para estar con su hija.
Pero podría decirse que el mismísimo Victor Hugo tampoco vaciló en contarnos la lacrimógena historia de la niña Cosette en medio de su monumental "Los miserables", una de las obras mayores de la literatura universal…
Es cierto que Cosette no muere como la niña de la película pero más le hubiera valido con la vida que le dio el venerable Hugo.
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