Crítica: "El peluquero romántico", retrato hecho con sinceridad y encanto
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Por Sergio Huidobro
Tras presentarse en el Festival de Cine de Morelia hace ya casi tres años, en la edición de 2016, "El peluquero romántico" (2016) de Iván Ávila Dueñas, al fin ha tenido su tardío estreno comercial en salas mexicanas. El quinto largometraje y tercera ficción de este zacatecano nacido en 1965, es una fantasía encantadora que echa mano de la nostalgia generacional como mecanismo de empatía.
Sin embargo, la suya no es la nostalgia ahistórica, posmoderna de otros cineastas más jóvenes que él. La suya es una nostalgia cuyo romanticismo cutre, anacrónico, casi kitsch pero finalmente encantador, está anunciado desde el título y se balancea al ritmo de Angélica María, Manzanero o Los Ángeles Negros.
Después de los inicios chirriantes e histéricos de su "Adán y Eva (todavía)" (2004) o la imperfecta pero sugerente "La sangre iluminada" (2007), Ávila Dueñas parece haber llegado a un punto en el que logra dialogar con un público más o menos amplio, heterogéneo, sin renunciar a la elaboración de propuestas personales.
"El peluquero" sigue al personaje que le da título (Fernando Bezerra), un solterón, más o menos alcohólico, en las semanas posteriores a la muerte de su madre, con la que vivía, y su tímida búsqueda de un último tren. Todo lo que quiere, al parecer, es alguien con quien compartir sus telenovelas, su discoteca de LP´s, su erudición de la Época de Oro y algún trago ocasional.
Con este material tan propenso al melodrama agridulce, Ávila logra una película con fallos y ciertos excesos, pero con plena identidad, sinceridad y mucho encanto.
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Tras presentarse en el Festival de Cine de Morelia hace ya casi tres años, en la edición de 2016, "El peluquero romántico" (2016) de Iván Ávila Dueñas, al fin ha tenido su tardío estreno comercial en salas mexicanas. El quinto largometraje y tercera ficción de este zacatecano nacido en 1965, es una fantasía encantadora que echa mano de la nostalgia generacional como mecanismo de empatía.
Sin embargo, la suya no es la nostalgia ahistórica, posmoderna de otros cineastas más jóvenes que él. La suya es una nostalgia cuyo romanticismo cutre, anacrónico, casi kitsch pero finalmente encantador, está anunciado desde el título y se balancea al ritmo de Angélica María, Manzanero o Los Ángeles Negros.
Después de los inicios chirriantes e histéricos de su "Adán y Eva (todavía)" (2004) o la imperfecta pero sugerente "La sangre iluminada" (2007), Ávila Dueñas parece haber llegado a un punto en el que logra dialogar con un público más o menos amplio, heterogéneo, sin renunciar a la elaboración de propuestas personales.
"El peluquero" sigue al personaje que le da título (Fernando Bezerra), un solterón, más o menos alcohólico, en las semanas posteriores a la muerte de su madre, con la que vivía, y su tímida búsqueda de un último tren. Todo lo que quiere, al parecer, es alguien con quien compartir sus telenovelas, su discoteca de LP´s, su erudición de la Época de Oro y algún trago ocasional.
Con este material tan propenso al melodrama agridulce, Ávila logra una película con fallos y ciertos excesos, pero con plena identidad, sinceridad y mucho encanto.
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