Crítica: "La noche más larga", crónica policial explícita
- por © EscribiendoCine-NOTICINE.com
Por Rolando Gallego
Tras un potente debut con "Fin de semana" (2016), el realizador Moroco Colman se sumerge en la crónica policial para traer en "La noche más larga" (2020), una propuesta incómoda, polémica, perturbadora, que se vale de algunos artificios visuales para distraer sobre un punto complicado que contiene, y que se asocia a la recreación de escenas de violación multiplicadas a lo largo de toda la película.
"La noche más larga" reconstruye uno de los casos que estremecieron a Córdoba y a toda la Argentina y que tuvieron como protagonista a un violador serial, Marcelo Sajen, autor de 93 vejaciones, un número que sólo identifica las denuncias de las víctimas que se animaron a acercarse a una comisaría, pero que seguramente se queda corto por las mujeres que padecieron la tortura mental y física del victimario sin revelarlo luego.
En el arranque de la película, Colman despliega todo su conocimiento sobre el soporte, amplifica y magnifica el inicio con tomas aéreas de Nueva Córdoba, el Parque Sarmiento, popularizado desde la literatura por Camila Sosa Villada en "Las Malas", un plano símil secuencia en altura acompañando a los personajes, que sirven de preámbulo para algo mucho más íntimo y repulsivo y que se apoya en un guion que recupera el relato de una de las víctimas, interpretada por Camila Murias, con su voz contextualizando el lugar y el espacio de acción de Sajen, el que, en la encarnación viva de Daniel Aráoz, se presenta aquello que en el devenir del relato comenzará a incidir en la continuidad narrativa y dramática de la historia.
La manera de abordar a las víctimas, el siniestro plan que urdía para violarlas, el recorrido por las calles junto a ellas, Colman elige detenerse sin fuera de campo, ni siquiera como un voyeur, en el detalle con precisión de los mecanismos de Sajen, intercalando con la vida personal, la de un hombre que tuvo dos viviendas, que se la pasaba con amigos tomando alcohol y que era capaz de pasar caminando al lado de la policía con una de sus víctimas y no ser detenido y siquiera llamar la atención. Pero no sólo se queda con eso, sino que además, trae una violación del año 1985, escarbando aún más en sus víctimas.
Se han generado a lo largo del tiempo la recuperación para el cine de casos resonantes sobre malhechores, secuestradores, ladrones, etc., teniendo, al menos, la intuición de sumar cierta poética en el desarrollo narrativo, para evitar, justamente, esa reivindicación que se podría sugerir, y más allá de incorporar el "inspirado en hechos reales", como puntapié inicial para contextualizar al espectador, propuestas como "El Clan", "El Angel", "El robo del siglo", en otro subgénero, el morbo era insinuado pero no mostrado con tal precisión.
Desde "Tacos Altos" a "La Patota", por sólo mencionar algunos ejemplos, o recientemente en "Los Sonámbulos", hay una mirada de género que esquiva la promiscua exhibición, pero aquí el regodeo en mostrar la lascivia de Sajen, su instinto de depredador, su sexo animal, entre balbuceos, denota un innecesario y reforzado cinematográfico de situaciones que aún queriéndose poner luego del lado de las víctimas, con la reivindicación de luchas y conquistas en algunas imágenes, las injustas preguntas de un oficial a una víctima, queriendo culpabilizarla por el hecho que padeció, o en la descripción del verdadero motivo por el cual se terminó dando con el paradero del "sátiro" (así se lo denomina en el inicio de uno de los fragmentos), un mail escrito por una de las víctimas, nada puede revertir lo ya presentado y visto por el espectador, una película que no dialoga con su tiempo y con la contención de las víctimas y sus secuelas en cuanto a la deconstrucción de lugares comunes y estereotipos de la industria audiovisual en torno a la mujer.
Como si se tratara de una página de policiales de algún periódico popular inscrito en la matriz simbólico-dramática, a la que adscribieron durante años, en donde la sangre, el morbo y las detalladas descripciones de las crónicas delictivas servían de folletín para muchos, "La noche más larga" recupera aquí es espíritu repudiable, en tortuosas escenas, logrando escenas verosímiles en materia de sexo, intercaladas con mecanismos de collage audiovisual y una banda sonora que profundiza una experiencia con algunos aciertos, y un despegue final hacia el documental de archivo, con el que, de alguna manera quiere revertir el daño ya cometido, eliminar la tensión y el hecho de provocar sin una organización precisa de los recursos cinematográficos.
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Tras un potente debut con "Fin de semana" (2016), el realizador Moroco Colman se sumerge en la crónica policial para traer en "La noche más larga" (2020), una propuesta incómoda, polémica, perturbadora, que se vale de algunos artificios visuales para distraer sobre un punto complicado que contiene, y que se asocia a la recreación de escenas de violación multiplicadas a lo largo de toda la película.
"La noche más larga" reconstruye uno de los casos que estremecieron a Córdoba y a toda la Argentina y que tuvieron como protagonista a un violador serial, Marcelo Sajen, autor de 93 vejaciones, un número que sólo identifica las denuncias de las víctimas que se animaron a acercarse a una comisaría, pero que seguramente se queda corto por las mujeres que padecieron la tortura mental y física del victimario sin revelarlo luego.
En el arranque de la película, Colman despliega todo su conocimiento sobre el soporte, amplifica y magnifica el inicio con tomas aéreas de Nueva Córdoba, el Parque Sarmiento, popularizado desde la literatura por Camila Sosa Villada en "Las Malas", un plano símil secuencia en altura acompañando a los personajes, que sirven de preámbulo para algo mucho más íntimo y repulsivo y que se apoya en un guion que recupera el relato de una de las víctimas, interpretada por Camila Murias, con su voz contextualizando el lugar y el espacio de acción de Sajen, el que, en la encarnación viva de Daniel Aráoz, se presenta aquello que en el devenir del relato comenzará a incidir en la continuidad narrativa y dramática de la historia.
La manera de abordar a las víctimas, el siniestro plan que urdía para violarlas, el recorrido por las calles junto a ellas, Colman elige detenerse sin fuera de campo, ni siquiera como un voyeur, en el detalle con precisión de los mecanismos de Sajen, intercalando con la vida personal, la de un hombre que tuvo dos viviendas, que se la pasaba con amigos tomando alcohol y que era capaz de pasar caminando al lado de la policía con una de sus víctimas y no ser detenido y siquiera llamar la atención. Pero no sólo se queda con eso, sino que además, trae una violación del año 1985, escarbando aún más en sus víctimas.
Se han generado a lo largo del tiempo la recuperación para el cine de casos resonantes sobre malhechores, secuestradores, ladrones, etc., teniendo, al menos, la intuición de sumar cierta poética en el desarrollo narrativo, para evitar, justamente, esa reivindicación que se podría sugerir, y más allá de incorporar el "inspirado en hechos reales", como puntapié inicial para contextualizar al espectador, propuestas como "El Clan", "El Angel", "El robo del siglo", en otro subgénero, el morbo era insinuado pero no mostrado con tal precisión.
Desde "Tacos Altos" a "La Patota", por sólo mencionar algunos ejemplos, o recientemente en "Los Sonámbulos", hay una mirada de género que esquiva la promiscua exhibición, pero aquí el regodeo en mostrar la lascivia de Sajen, su instinto de depredador, su sexo animal, entre balbuceos, denota un innecesario y reforzado cinematográfico de situaciones que aún queriéndose poner luego del lado de las víctimas, con la reivindicación de luchas y conquistas en algunas imágenes, las injustas preguntas de un oficial a una víctima, queriendo culpabilizarla por el hecho que padeció, o en la descripción del verdadero motivo por el cual se terminó dando con el paradero del "sátiro" (así se lo denomina en el inicio de uno de los fragmentos), un mail escrito por una de las víctimas, nada puede revertir lo ya presentado y visto por el espectador, una película que no dialoga con su tiempo y con la contención de las víctimas y sus secuelas en cuanto a la deconstrucción de lugares comunes y estereotipos de la industria audiovisual en torno a la mujer.
Como si se tratara de una página de policiales de algún periódico popular inscrito en la matriz simbólico-dramática, a la que adscribieron durante años, en donde la sangre, el morbo y las detalladas descripciones de las crónicas delictivas servían de folletín para muchos, "La noche más larga" recupera aquí es espíritu repudiable, en tortuosas escenas, logrando escenas verosímiles en materia de sexo, intercaladas con mecanismos de collage audiovisual y una banda sonora que profundiza una experiencia con algunos aciertos, y un despegue final hacia el documental de archivo, con el que, de alguna manera quiere revertir el daño ya cometido, eliminar la tensión y el hecho de provocar sin una organización precisa de los recursos cinematográficos.
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