Crítica: "Fantasma vuelve al pueblo", el pasado que nos une

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"Fantasma vuelve al pueblo"
"Fantasma vuelve al pueblo"
Por Rolando Gallego     

Independientemente de sus virtudes y hallazgos, es preciso celebrar el estreno de producciones que salen de la periferia citadina y de Buenos Aires como vehículo narrativo, ya que eso permite conectar al espectador con otras historias, sensibilidades y maneras de ver el mundo. En "Fantasma vuelve al pueblo" (2019), nueva propuesta de Augusto González Polo, se repasa la vida en Aristóbulo del Valle, Misiones, para traspolar cuestiones asociadas con rutinas, aspiraciones e idiosincrasia locales, hacia otros puntos y latitudes de la Argentina.

El fantasma al que alude el título es el apodo de Demóstenes, interpretado por un siempre efectivo Alfonso Tort, un hombre que vuelve a su lugar de origen luego de haber perdido la oportunidad, en repetidas oportunidades, de tomar las riendas de su vida y las festividades de fin de año le prometen unos días para pensar en su futuro mientras lucha contra la imagen que el espejo del lugar le devuelve.

Cuando un viejo amigo de la adolescencia, Luis Miguel (Juan Román Diosque) le propone realizar una suplencia en uno de los locales que posee, aquellas aspiraciones que tenía sobre su horizonte, sus deseos y anhelos, comienzan a amesetarse debido a la chatura de las tareas que debe realizar.

En esa vuelta al pueblo, sin trabajo, pero con las ideas de los demás sobre su posible vida en la gran ciudad, Fantasma vuelve al pueblo, presenta un relato acerca de las vivencias en pequeñas comunidades, las que, atadas a rutinas, replican modelos y mandatos sobre aquello que los demás deberían ser.

Fantasma comienza a percibir el hastío que en la propia reiteración aletarga a los lugareños. "¿Pasan los mismos autos dos o tres veces al día?", pregunta asombrado, y la respuesta claro que es afirmativa, porque si bien hay ceremonias sagradas comunitarias, como la siesta, las otras, asociadas al goce de los cuerpos, repite cual eco aquello que hace 15 años, o más, el hombre vio y vivió en su pueblo.

Mientras la gente del lugar supuestamente ha evolucionado, Demóstenes los mira asombrado y en un punto sabe que el choque de experiencias entre ambos se genera. Él es un cuerpo extraño injertado en un espacio físico y temporal que ya le es ajeno, que no le pertenece y en el cual nada debería hacer y sucederle.

Pero claro está que encuentra el pasado que lo une a ese lugar, esa construcción lábil de la memoria de cada uno de los que lo vivieron, como un preciado refugio en donde el presente no tiene acceso y que sólo los que lo habitaron pueden traerlo para reforzar sentimientos que ya no son los mismos que anteriormente eran.

Augusto González Polo construye una radiografía del lugar, de sus personajes, de sus micromachismos, de sus obsecuentes respetos jerárquicos, de sus mentiras, de sus dolores, y, principalmente. de su abnegada necesidad de creer que otra vida es posible sólo con quererlo. Grave error. Fantasma vuelve al pueblo para buscar algo que no existe, pero que en sus ganas de continuar mirando hacia adelante, la afirmación de "todo tiempo pasado fue mejor", también se hace cada vez más potente.

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