Crítica: "Pan de limón con semillas de amapola", el sabor dulce y amargo de la vida

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"Pan de limón con semillas de amapola"
"Pan de limón con semillas de amapola"
Por Eva Ramos   

Benito Zambrano se sumerge de nuevo en el universo femenino, 25 años después de su opera prima, "Solas", donde rendía homenaje a la mujer rural que sobrevive a costa de su trabajo, esta vez para ensalzar la figura de la mujer independiente y fuerte de la urbe, usando como base la novela de Cristina Campos. Y lo hace a través de la relación de dos hermanas, Anna y Marina, dos formas diferentes de ver la vida, por un lado, y dos formas de entender el lugar de la mujer en el mundo, por el otro.

Marina es la mujer independiente, aventurera, fuerte. Es la profesional, una ginecóloga cooperante que trabaja en África y que mantiene una relación sentimental con un hombre mucho más joven que ella. Encarna todo lo que a la mujer se le ha dicho que no puede ser: libre, autónoma, que no necesita ser parte de un todo porque ella sola ya está entera. No necesita el matrimonio, no necesita la maternidad, solo necesita lo que todo ser humano, saber quién es y por qué.

Por qué la apartaron de su familia siendo aún una adolescente para enviarla a estudiar fuera, mientras su hermana mayor era la escogida para formar parte del núcleo familiar; esto es lo que mueve a Marina a viajar a Mallorca de nuevo, donde están sus raíces, para vender una panadería que ella y su hermana han recibido como herencia de una completa desconocida. ¿Quién es Lola? ¿Qué papel ha jugado en sus vidas?

Anna es todo lo que se espera de ella: amable, comprensiva, dulce, sonriente. La que no estudió y dependió de sus padres hasta que se casó y pasó a depender de su marido, siempre dada a los demás, a su hija, a la farsa que es su matrimonio, la que media en los conflictos, pero que no olvida su lugar en un plano secundario, es la madre, la esposa, la hermana: siempre parte de algo que da significado a su existencia. Hasta que se da cuenta de que el tiempo es algo limitado, y 16 años sin ver a su hermana pesan demasiado cuando no sabe de cuánto se dispone.

El reencuentro y el perdón entre las hermanas pondrá las bases para construir una nueva tribu, vertebrada por mujeres que van sumándose a lo largo del camino. Se van reuniendo en una comunidad que respeta su individualidad, en la que cada una puede ser quien quiera ser y cambiar de idea cuando así lo decida.

Se trata de una red de sororidad que está formada por la hija arisca que de repente quiere dejar todo atrás para reconstruir lazos con su madre; por la nómada que nunca quiso echar raíces y que, cuando su corazón se lo dice, cambia de idea y siente que ahora sí que quiere ser madre; por la panadera solitaria que decide poco a poco unirse a esa comunidad de mujeres basada en el cuidado y el apoyo mutuo; por la dueña de un hotel que va y viene por la vida a placer. Todas se respetan unas a otras y eso les permite formar esa tribu que es más fuerte unida que los golpes que les da el destino.

Una enseñanza de vida, de libertad y de autenticidad es lo que nos está regalando Zambrano, que nos remueve por dentro para dejarnos ese sabor, dulce y a la vez amargo, del pan de Lola, el auténtico, el real. Es la enseñanza que nos deja puesta en boca de la mujer sin estudios, que ha dependido del hombre, que debe desaparecer para renacer en su legado y solo pide una cosa: que las mujeres que le siguen no dependan de nadie y vivan, porque de vivir de acuerdo con lo que uno o una es, sin traicionarse, es de donde nace la verdadera sororidad, la comunidad, la tribu.  

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