Crítica Netflix: "El sistema K.E.OP/S", una paranoia con Daniel Hendler y Alan Sabbagh

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"El sistema K.E.OP/S"
"El sistema K.E.OP/S"
Por Emiliano Basile    

Nicolás Goldbart ("Fase 7") narra en "El sistema K.E.OP/S"  (2022), la paranoia porteña en el descenso a los infiernos de dos personajes que no hacen otra cosa que imaginar conspiraciones… hasta que se vuelven realidad.

La pandemia da origen a todos los tópicos de este film que participó de la competencia del último BAFICI. La abulia del encierro, el sinsentido de realizar ciertos trabajos en los departamentos, la desconexión con el mundo exterior (donde todo se percibe como una amenaza) y la imaginación del observador omnisciente, aquel que controla todos nuestros actos bajo la forma de una organización superior.

Esta premisa, que ya estaba presente en "Fase 7" (2010), llega a puntos sórdidos y hasta nauseabundos en "El sistema K.E.OP/S". Daniel Hendler es Fernando, una suerte de guionista con crisis creativa que deambula en pantalones deportivos y camisa floreada por su casa buscando qué hacer. Un día cae su vecino de un balcón y, antes de morir, menciona la palabra "Keops". Fernando la googlea y accede a una imagen de su propio departamento: el tipo es observado de una de las miles de ventanas de enfrente a su hogar.

Su amigo "el gordo" (Alan Sabbagh) se suma en la búsqueda del paradero del observador. Un camino que los lleva a involucrarse en la violenta organización que tiene a dos improbables matones enmascarados interpretados por Rodrigo Noya y Gastón Cocchiarale. Humor absurdo, negro y un festín de violencia incomoda al estilo Tarantino, serán de la partida en el film.

El plan imposible trae peores consecuencias en esta comedia que avanza por incoherencia tras incoherencia del dúo protagonista, más que por una narración sólida. La locura y la cordura se mezclan en el periplo en una película con altibajos, donde lo demencial de las reflexiones asustan más que el accionar de la agrupación del título.

Sin estar a la altura de su opera prima, Nicolás Goldbart evita caminos seguros y se mete en el oscuro pensamiento paranoico de su protagonista, encerrado en su propio laberinto del cual no puede -ni quiere- salir.

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