Crítica San Sebastián: "Los reyes del mundo", una exitosa historia de esperanza
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por Cristóbal Soage / Cineuropa
Con su segundo largometraje, "Los reyes del mundo" (2022), la colombiana Laura Mora Ortega se confirma como uno de los grandes talentos del panorama latinoamericano contemporáneo.
Antes de ganar el pasado fin de semana la Concha de Oro, Mora ya impactó primero en Toronto y luego en el Festival de San Sebastián cinco años atrás, con "Matar a Jesús", opera prima que le valió el Premio de la Juventud en el certamen donostiarra.
Se trata, sin duda, de un trabajo sobresaliente. Más que una película es un cuento alucinado, tan cruel y doloroso como arrebatadoramente bello. Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano son los reyes del título. Se trata de un grupo de niños de la calle de Medellín, que dejan atrás la metrópoli para adentrarse en las profundidades de la selva colombiana. Su objetivo es encontrar las tierras que pertenecen a uno de ellos, heredadas de una abuela que se vio obligada a huir por la intensa violencia que asoló el lugar, y que ahora vuelven al joven a través del programa de restitución de tierras del gobierno.
Este grupo de cinco amigos conforma una peculiar familia, unida por el desprecio y el abandono del resto del mundo y por las ansias de vivir que incendian sus cuerpos y sus almas. Los chavales se mueven como pez en el agua en las calles de Medellín, se hacen fuertes frente a la atroz realidad que les ha tocado vivir y se contagian mutuamente de entusiasmo. En su huida hacia el interior de la selva, la cámara los sigue atentamente y parece convertirse en una criatura más, infectada por las mismas emociones que los chavales. Trepidante y enérgica cuando los cinco amigos dan rienda suelta a sus emociones más instintivas, y reposada y atenta cuando el grupo se calma.
La abrumadora belleza de la selva colombiana es capturada en toda su esencia. La luz, el sonido y un uso sutil de la música consiguen crear una atmósfera densa que nos transporta a ese lugar alucinante, tan radicalmente hermoso como amenazante. A lo largo de su travesía los amigos se encuentran con diferentes personajes, que les ayudan a seguir adelante, pero siempre advirtiéndoles de lo peligroso de la empresa en la que están inmersos. Especialmente conmovedor es el encuentro entre los chicos y unas prostitutas en una casa en mitad de la nada. Las mujeres bailan abrazando con ternura a los chavales, a los niños. Y ellos disfrutan de ese amor femenino, del abrazo cálido y voluptuoso, igual que un bebé recién nacido lo haría en los pechos de su madre.
A lo largo de todo el metraje de "Los reyes del mundo", se evidencia que su autora sabe de lo que habla, que el territorio que filma no le es ajeno y que la realidad de sus protagonistas no se aleja en exceso de la suya propia. Partiendo de este compromiso honesto, Mora consigue sacar oro del trabajo de los cinco jóvenes, con los que resulta imposible no encariñarse a lo largo del viaje. Pasa lo mismo con el paisaje y con el resto de seres que atraviesan la película. Al final queda la sensación de haber presenciado una obra mayor, un retrato de un lugar y un tiempo tan exhaustivo y certero como poético y conmovedor.
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Con su segundo largometraje, "Los reyes del mundo" (2022), la colombiana Laura Mora Ortega se confirma como uno de los grandes talentos del panorama latinoamericano contemporáneo.
Antes de ganar el pasado fin de semana la Concha de Oro, Mora ya impactó primero en Toronto y luego en el Festival de San Sebastián cinco años atrás, con "Matar a Jesús", opera prima que le valió el Premio de la Juventud en el certamen donostiarra.
Se trata, sin duda, de un trabajo sobresaliente. Más que una película es un cuento alucinado, tan cruel y doloroso como arrebatadoramente bello. Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano son los reyes del título. Se trata de un grupo de niños de la calle de Medellín, que dejan atrás la metrópoli para adentrarse en las profundidades de la selva colombiana. Su objetivo es encontrar las tierras que pertenecen a uno de ellos, heredadas de una abuela que se vio obligada a huir por la intensa violencia que asoló el lugar, y que ahora vuelven al joven a través del programa de restitución de tierras del gobierno.
Este grupo de cinco amigos conforma una peculiar familia, unida por el desprecio y el abandono del resto del mundo y por las ansias de vivir que incendian sus cuerpos y sus almas. Los chavales se mueven como pez en el agua en las calles de Medellín, se hacen fuertes frente a la atroz realidad que les ha tocado vivir y se contagian mutuamente de entusiasmo. En su huida hacia el interior de la selva, la cámara los sigue atentamente y parece convertirse en una criatura más, infectada por las mismas emociones que los chavales. Trepidante y enérgica cuando los cinco amigos dan rienda suelta a sus emociones más instintivas, y reposada y atenta cuando el grupo se calma.
La abrumadora belleza de la selva colombiana es capturada en toda su esencia. La luz, el sonido y un uso sutil de la música consiguen crear una atmósfera densa que nos transporta a ese lugar alucinante, tan radicalmente hermoso como amenazante. A lo largo de su travesía los amigos se encuentran con diferentes personajes, que les ayudan a seguir adelante, pero siempre advirtiéndoles de lo peligroso de la empresa en la que están inmersos. Especialmente conmovedor es el encuentro entre los chicos y unas prostitutas en una casa en mitad de la nada. Las mujeres bailan abrazando con ternura a los chavales, a los niños. Y ellos disfrutan de ese amor femenino, del abrazo cálido y voluptuoso, igual que un bebé recién nacido lo haría en los pechos de su madre.
A lo largo de todo el metraje de "Los reyes del mundo", se evidencia que su autora sabe de lo que habla, que el territorio que filma no le es ajeno y que la realidad de sus protagonistas no se aleja en exceso de la suya propia. Partiendo de este compromiso honesto, Mora consigue sacar oro del trabajo de los cinco jóvenes, con los que resulta imposible no encariñarse a lo largo del viaje. Pasa lo mismo con el paisaje y con el resto de seres que atraviesan la película. Al final queda la sensación de haber presenciado una obra mayor, un retrato de un lugar y un tiempo tan exhaustivo y certero como poético y conmovedor.
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