Crítica Cannes: "Robot Dreams", un canto a la amistad desde las diferencias
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por Alfonso Rivera / Cineuropa
Tras reivindicar el cine mudo con "Blancanieves", Pablo Berger se atreve con la animación sin diálogos de una fábula sobre la amistad, sin lograr los mismos niveles de excelencia.
Me fascina la obra del bilbaíno Pablo Berger, cortometrajista primero (empezó a la par que su amigo de juventud Álex de la Iglesia), profesor de dirección después y cineasta capaz de surcar los mares del porno blando con "Torremolinos 73", del cine mudo en blanco y negro con la maravillosa "Blancanieves" (merecidamente regada con diez premios Goya), los trucos de magia en "Abracadabra" y ahora demuestra sobrada valentía como para introducirse en la procelosa selva de la animación para toda la familia con "Robot Dreams", que se presenta en las Proyecciones especiales del 76° Festival de Cannes, antes de proyectarse en el de Annecy.
Que Berger ama el Séptimo Arte locamente se percibe en toda su obra, a rebosar de rastros y homenajes cinéfilos: sin ir más lejos, en su nuevo trabajo el sagrado nombre de Dreyer aparece dentro de una nevera. También adora los predigitales años ochenta (con sus radiocasetes y cintas de VHS salvándonos la vida) y, sobre todo, añora Nueva York, su ciudad de acogida y vecindad durante lustros, que es donde transcurre –en ella y en a su vecina Coney Island– la acción de "Robot Dreams", un cuento –basado en la obra gráfica de la estadounidense Sara Varon y no en el relato del mismo nombre de Isaac Asimov– sobre la amistad, sus sombras, fragilidades y sacrificios.
Su argumento presenta a un perro solitario que, como hacen en Japón, compra un juguete que sea su amigo fiel, pero las circunstancias les separan, aunque la fantasía les ayudará a sobrellevar ese distanciamiento. Tan sencillo como su argumento es su dibujo, fiel al comic original: claro, luminoso, sin aspavientos, elegante y a la par bonito, para que tanto los niños como los adultos disfruten contemplándolo. También la música ha sido especialmente seleccionada, con el clásico disco "September", de Earth Wind & Fire, como macguffin de las desdichas de estos personajes tan entrañables.
Con todo esto Berger ha construido un film que empieza fenomenal, pero se estanca a la mitad y cae peligrosamente de ritmo antes de su desenlace, pues algunas de las fantasías que se relatan no resultan lo suficientemente atractivas ni originales. Y aunque las referencias animan el espectáculo (¡vivan "El mago de Oz" y "El gran Lebowski"!) y el propio cineasta haga un cameo poniendo su nombre a una empresa tecnológica, a la peripecia de estos amigos le falta vuelo, fuerza y, sobre todo, emoción.
Es posible que los niños disfruten con esta (algo triste) película colorista y barroca, repleta de animales –todos los personajes lo son, pues no aparece ni un humano en este zoológico que es Nueva York– y es de alabar esa fe de Berger en narrar sin diálogos –así nació el cine, como un lenguaje sólo de imágenes–, pero eso no basta para convertir a "Robot Dreams" en una película memorable, entretenida o sorprendente.
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Tras reivindicar el cine mudo con "Blancanieves", Pablo Berger se atreve con la animación sin diálogos de una fábula sobre la amistad, sin lograr los mismos niveles de excelencia.
Me fascina la obra del bilbaíno Pablo Berger, cortometrajista primero (empezó a la par que su amigo de juventud Álex de la Iglesia), profesor de dirección después y cineasta capaz de surcar los mares del porno blando con "Torremolinos 73", del cine mudo en blanco y negro con la maravillosa "Blancanieves" (merecidamente regada con diez premios Goya), los trucos de magia en "Abracadabra" y ahora demuestra sobrada valentía como para introducirse en la procelosa selva de la animación para toda la familia con "Robot Dreams", que se presenta en las Proyecciones especiales del 76° Festival de Cannes, antes de proyectarse en el de Annecy.
Que Berger ama el Séptimo Arte locamente se percibe en toda su obra, a rebosar de rastros y homenajes cinéfilos: sin ir más lejos, en su nuevo trabajo el sagrado nombre de Dreyer aparece dentro de una nevera. También adora los predigitales años ochenta (con sus radiocasetes y cintas de VHS salvándonos la vida) y, sobre todo, añora Nueva York, su ciudad de acogida y vecindad durante lustros, que es donde transcurre –en ella y en a su vecina Coney Island– la acción de "Robot Dreams", un cuento –basado en la obra gráfica de la estadounidense Sara Varon y no en el relato del mismo nombre de Isaac Asimov– sobre la amistad, sus sombras, fragilidades y sacrificios.
Su argumento presenta a un perro solitario que, como hacen en Japón, compra un juguete que sea su amigo fiel, pero las circunstancias les separan, aunque la fantasía les ayudará a sobrellevar ese distanciamiento. Tan sencillo como su argumento es su dibujo, fiel al comic original: claro, luminoso, sin aspavientos, elegante y a la par bonito, para que tanto los niños como los adultos disfruten contemplándolo. También la música ha sido especialmente seleccionada, con el clásico disco "September", de Earth Wind & Fire, como macguffin de las desdichas de estos personajes tan entrañables.
Con todo esto Berger ha construido un film que empieza fenomenal, pero se estanca a la mitad y cae peligrosamente de ritmo antes de su desenlace, pues algunas de las fantasías que se relatan no resultan lo suficientemente atractivas ni originales. Y aunque las referencias animan el espectáculo (¡vivan "El mago de Oz" y "El gran Lebowski"!) y el propio cineasta haga un cameo poniendo su nombre a una empresa tecnológica, a la peripecia de estos amigos le falta vuelo, fuerza y, sobre todo, emoción.
Es posible que los niños disfruten con esta (algo triste) película colorista y barroca, repleta de animales –todos los personajes lo son, pues no aparece ni un humano en este zoológico que es Nueva York– y es de alabar esa fe de Berger en narrar sin diálogos –así nació el cine, como un lenguaje sólo de imágenes–, pero eso no basta para convertir a "Robot Dreams" en una película memorable, entretenida o sorprendente.
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