Crítica Cannes: "Eureka", los saltos indigenistas de Lisandro Alonso

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Viggo Mortensen, en "Eureka"
Viggo Mortensen, en "Eureka"
por David Katz / Cineuropa

Las metamorfosis, el barro y la locura dan forma a lo último del argentino Lisandro Alonso, "Eureka", estrenada en Cannes, una exploración de los enlaces entre los grupos indígenas de todo el mundo.

Conciencia global, misticismo, metafísica, la tierra y el territorio. Este es el terreno que atraviesa Lisandro Alonso en su esperada "Eureka", segundo largometraje del cineasta porteño en dos décadas, desde "Jauja" (2014). Demostrando un espíritu experimental (especialmente en su determinación a la hora de probar cosas nuevas, sin miedo a que no acaben de funcionar), Eureka es una experiencia embriagadora, sugerente y a menudo hermosa, minimalismo artístico en su máxima elasticidad y textura. Presentada en la sección Cannes Première, muchos esperaban que este fuera el debut de Alonso en la competición, pero un estreno con menor presión resulta más adecuado para su aura de calma reflexiva y disruptora.

Como simple descripción, más que como crítica, "Eureka" es probablemente una película de superficies, más que de exposición profunda o claridad sobre un tema. Aparte de un breve prólogo, un pastiche de western, su principal objetivo es contrastar e invocar la vida indígena en Estados Unidos y Brasil, y cómo cada territorio ha forzado un rechazo o un intento de abrazar la modernidad. Sin embargo, lo cierto es que no terminamos la película, escrita por Alonso junto a Martín Caamaño y Fabian Casas, tan informados como nos gustaría sobre las costumbres, causas y efectos. En realidad, y probablemente de forma intencionada, se mantiene una sensación de misterio. El espectador no nativo tiene la oportunidad de sentirse perplejo y ajeno por una vez.



Murphy, el vengador interpretado por Viggo Mortensen en el prólogo, que entra a caballo en un pueblo minero anónimo y destartalado del siglo XIX, parece asumir engañosamente el papel protagonista, pero pronto cede el primer plano a los personajes nativos. El de Alonso es un cine de movimiento y de terreno transitorio, y a pesar de su profunda conexión con la tierra, los indígenas están siempre en movimiento, trascendiendo los límites de su estado físico, pero sin llegar a verse desplazados o expulsados de su hogar. El segundo capítulo encarna esto de forma fascinante en la figura de Alaina (Alaina Clifford), una policía encargada de patrullar una reserva en Dakota del Norte, a la que acompañamos en sus funciones con un nivel de detalle pacientemente realista. El desorden social de los nativos americanos modernos se evoca con cierta tristeza (el alcoholismo, la pobreza y los intentos de suicidio) y Alonso nos permite evaluar cómo Alaina puede tener una vida de clase media y un salario estable, trabajando como el brazo duro de las fuerzas del orden contra su propia comunidad.

Sin embargo, hay esperanza en su hija Sadie (Sadie Lapointe), entrenadora de baloncesto en un instituto local, que recurre a su abuelo (cuyo breve papel en el prólogo es solo un indicativo del desfase temporal y la lógica onírica que emplea Alonso) para enriquecer su sentido de la herencia. A continuación, asistimos a un brillante golpe de efecto cinematográfico, que construye un inesperado puente hacia el hilo narrativo ambientado en la Amazonia, donde las sesiones de terapia grupal en las que participan los personajes indígenas brasileños les permiten relatar sus sueños recientes, indicando que lo que estamos viendo podría ser eso. Esta comunidad no ha sufrido el mismo desplazamiento que otras "naciones originarias", pero las oportunidades de extraer oro siembran la discordia, la explotación y una especie de maldición existencial para aquellos que se vean tentados a abandonar los asentamientos tradicionales. También se genera un eco a partir de los sucesos ocurridos al principio, ya que este escenario se cierra con la resolución de una venganza catártica.

David Lynch parece servir como una feliz inspiración para el panorama de la vida nativa de Alonso, donde "Eureka" puede ser vista como una banda de Möbius narrativa, donde las creencias ancestrales y el misticismo señalan la forma en que los colonos europeos destrozaron el equilibrio de los pueblos indígenas con el mundo. Y el director sabe que no puede estar al tanto de todos sus secretos enterrados.

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