Crítica: "Colibrí", los hermanos Salazar muestran la vida a través de los ojos de la generación Millennial

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"Colibrí"
"Colibrí"
Por Jorge Orte    

El pasado fin de semana llegó a las salas de cine colombianas "Colibrí", la nueva película dirigida por los hermanos Juanpedro y Francisco Salazar. Este drama, ambientado en Bogotá, ofrece una conmovedora historia centrada en el amor, la familia y la búsqueda de identidad ante los cambios de la vida. La trama sigue a Catalina y Germán, interpretados por Nathalie Rangel y Simón Elías, una joven pareja millennial que se enfrenta a los desafíos y temores de convertirse en padres por primera vez. A través de sus experiencias, la película explora las complejidades de las relaciones modernas y el impacto de las decisiones de vida en su futuro.

Después de la tremenda alegría por la noticia, les asaltan dudas que posteriormente se transforman en pánico: Ambos creen que hay ciertas situaciones personales que tienen que resolver antes de traer a un hijo al mundo. En el caso de Catalina, esta quiere reconciliarse con Alejo, su hermano pequeño, al que dejó de hablar y expulsó de su vida al culparle de una tragedia familiar que vivieron ambos. Ella intenta localizarle contactando a amigos y conocidos de su hermano, en una búsqueda de la poca familia que le queda.

Para Germán, el problema vendrá de su trabajo, él es director de una compañía de teatro de la que no está seguro si es un trabajo estable como para mantener la nueva vida familiar en la que va a embarcar, con su familia recomendándole que lo deje, pero Germán quiere seguir siendo fiel a su vocación y decide intentar terminar de escribir el guion de su última obra y buscar nuevos inversores que apoyen la compañía teatral.



Los Salazar hacen un buen trabajo inicial a la hora de reconstruir el personaje de Alejo, del que solo sabemos a través de terceras personas a lo largo de la trama, en una búsqueda que roza lo detectivesco por parte de Catalina. Los amigos y conocidos del muchacho se nos presentan no solo como fuentes de información que avanzan la trama, sino como personas reales con una dimensión profunda. Rangel hace un sólido trabajo interpretando a Catalina, una mujer que intenta contener como puede la culpa que le carcome tras haber hecho eso a su hermano y que en momentos, cede ante este sentimiento.

Germán también está en un pulso con sus emociones, en este caso el egoísmo que siente al poner en riesgo el sustento económico familiar intentando seguir su sueño. Sin embargo, encontrará un gran apoyo en su socia de la compañía de teatro, quien también le dice las verdades a la cara buscando sacarlo del bache, porque como director de la empresa, sus decisiones afectan al trabajo del resto. Por otro lado, su madre quiere que trabaje para la empresa familiar, con un buen puesto y salario asegurados. Simón Elías hace un buen trabajo encarnando a un hombre dividido entre el corazón y la razón, lleno de dudas que por momentos le congelan por completo, ya que el miedo a tomar decisiones permanentes de las que se arrepentirá en un futuro nunca cesa en su interior.

En cuanto a lo visual, los planos son mayoritariamente un reflejo de nuestros personajes, los tiros de cámara cercanos al rostro y el uso de la cámara temblorosa hacen al espectador estar más involucrado tanto física como emocionalmente en la historia, no se busca mostrar la ciudad de Bogotá en sí, sino sentir que es estar en la piel de una pareja millennial en la ciudad, con el estilo de vida que esto conlleva. Acertada decisión por parte de los Salazar que refuerza sutilmente la idea general del largometraje.

El colibrí, no solo da nombre al título, sino que es un símbolo recurrente a lo largo del film. Representa el incesante movimiento de la vida y la búsqueda de equilibrio en medio de los cambios y desafíos que aparecen constantemente, la elección del mismo es la guinda del pastel de una película que es un fiel retrato de la naturaleza humana ante la inevitabilidad del cambio.

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