Crítica Venecia: "El jockey", Ursula Corberó y Nahuel Pérez Biscayart en una fábula descabalgada
- por © Cineuropa-NOTICINE.com
Por Davide Abbatescianni-Cineuropa
En la última obra del argentino Luis Ortega, una extraña comedia dramática titulada "El jockey", coproducida por su país y España, y una de las contendientes al León de Oro en la Mostra de Venecia de este año, conocemos a un personaje principal bastante peculiar, un legendario jockey llamado Remo Manfredini. Interpretado por Nahuel Pérez Biscayart, Manfredini es un hombre diminuto que ha desarrollado una serie de adicciones y hábitos extravagantes, lo que rápidamente le lleva por un camino de autodestrucción.
Su novia Abril (Ursula Corberó) parece eclipsar su talento, y ambos viven bajo el estricto control del mafioso local Sirena (Daniel Giménez Cacho). El primer punto de inflexión ocurre cuando Manfredini participa en una importante carrera que lo liberará de sus deudas con Sirena. Durante la competencia, el hombre pierde repentinamente el control de su caballo pura sangre japonés, termina gravemente herido y cae en coma. Después de un tiempo, despierta, roba un abrigo de piel que pertenece a un paciente que está en la misma habitación del hospital y comienza a deambular por las calles de Buenos Aires.
Hasta este punto, la película de Ortega logra provocar algunas risas y entretener gracias a su escenario surrealista y a su peculiar protagonista, estableciendo los principales conflictos y relaciones de manera más o menos clara. Lo que viene después, sin embargo, es otra película, y no realmente lograda.
Aunque podemos darnos cuenta de que Manfredini es un personaje particularmente problemático desde el principio, al lidiar con una serie de problemas físicos y psicológicos no resueltos, le veremos embarcarse en un inesperado camino de "redescubrimiento" interior que no está respaldado por un desarrollo suficiente del personaje. El comportamiento de Manfredini se vuelve progresivamente más "al límite", y lo vemos involucrado en muchos diálogos y escenas exageradas.
El jockey está destinado a "morir" y a renacer, buscando una nueva identidad con la que se sienta más cómodo. Lo que no queda claro en algunos momentos es "por qué" ocurren ciertas cosas en pantalla y como parte de la historia de fondo de la película. Así, podemos tener la sensación de que las cosas están siendo actuadas, en lugar de suceder de manera orgánica.
En otras palabras, cuando todo parece ser un giro de la trama o un golpe de efecto, no es una buena señal y generalmente es el resultado de una escritura pobre y confusa. A pesar de la loable intención de abordar cuestiones de identidad desde una perspectiva novedosa, Ortega construye un relato frágil y nebuloso donde lo extraño y lo surrealista no ayudan a profundizar en sus personajes ni a explorar su mundo interior. Al contrario, mantienen todo en la superficie, haciéndonos cuestionar su misma presencia. Finalmente, la falta general de claridad se mantiene hasta el cierre del arco narrativo, que está planteado de manera demasiado ambigua como para ser satisfactorio.
En una nota más positiva, la cinematografía de Timo Salminen logra envolver la mayoría de los ambientes decadentes en los que se desarrolla esta historia (el bar de Sirena, una prisión, los interiores del hipódromo, etc.) en una iluminación que los hace ver sucios y deprimentes, tal como se supone que deben ser. Además de esto, la banda sonora compuesta por pistas originales y canciones locales antiguas, cortesía de Sune Rose Wagner, es enérgica y se adapta bien al ambiente excéntrico de la película.
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En la última obra del argentino Luis Ortega, una extraña comedia dramática titulada "El jockey", coproducida por su país y España, y una de las contendientes al León de Oro en la Mostra de Venecia de este año, conocemos a un personaje principal bastante peculiar, un legendario jockey llamado Remo Manfredini. Interpretado por Nahuel Pérez Biscayart, Manfredini es un hombre diminuto que ha desarrollado una serie de adicciones y hábitos extravagantes, lo que rápidamente le lleva por un camino de autodestrucción.
Su novia Abril (Ursula Corberó) parece eclipsar su talento, y ambos viven bajo el estricto control del mafioso local Sirena (Daniel Giménez Cacho). El primer punto de inflexión ocurre cuando Manfredini participa en una importante carrera que lo liberará de sus deudas con Sirena. Durante la competencia, el hombre pierde repentinamente el control de su caballo pura sangre japonés, termina gravemente herido y cae en coma. Después de un tiempo, despierta, roba un abrigo de piel que pertenece a un paciente que está en la misma habitación del hospital y comienza a deambular por las calles de Buenos Aires.
Hasta este punto, la película de Ortega logra provocar algunas risas y entretener gracias a su escenario surrealista y a su peculiar protagonista, estableciendo los principales conflictos y relaciones de manera más o menos clara. Lo que viene después, sin embargo, es otra película, y no realmente lograda.
Aunque podemos darnos cuenta de que Manfredini es un personaje particularmente problemático desde el principio, al lidiar con una serie de problemas físicos y psicológicos no resueltos, le veremos embarcarse en un inesperado camino de "redescubrimiento" interior que no está respaldado por un desarrollo suficiente del personaje. El comportamiento de Manfredini se vuelve progresivamente más "al límite", y lo vemos involucrado en muchos diálogos y escenas exageradas.
El jockey está destinado a "morir" y a renacer, buscando una nueva identidad con la que se sienta más cómodo. Lo que no queda claro en algunos momentos es "por qué" ocurren ciertas cosas en pantalla y como parte de la historia de fondo de la película. Así, podemos tener la sensación de que las cosas están siendo actuadas, en lugar de suceder de manera orgánica.
En otras palabras, cuando todo parece ser un giro de la trama o un golpe de efecto, no es una buena señal y generalmente es el resultado de una escritura pobre y confusa. A pesar de la loable intención de abordar cuestiones de identidad desde una perspectiva novedosa, Ortega construye un relato frágil y nebuloso donde lo extraño y lo surrealista no ayudan a profundizar en sus personajes ni a explorar su mundo interior. Al contrario, mantienen todo en la superficie, haciéndonos cuestionar su misma presencia. Finalmente, la falta general de claridad se mantiene hasta el cierre del arco narrativo, que está planteado de manera demasiado ambigua como para ser satisfactorio.
En una nota más positiva, la cinematografía de Timo Salminen logra envolver la mayoría de los ambientes decadentes en los que se desarrolla esta historia (el bar de Sirena, una prisión, los interiores del hipódromo, etc.) en una iluminación que los hace ver sucios y deprimentes, tal como se supone que deben ser. Además de esto, la banda sonora compuesta por pistas originales y canciones locales antiguas, cortesía de Sune Rose Wagner, es enérgica y se adapta bien al ambiente excéntrico de la película.
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