Crítica: "No nos moverán", una venganza mexicana que trasciende el trauma histórico
- por © NOTICINE.com

Por Santiago Echeverría
El mexicano Pierre Saint-Martin construye en su opera prima un relato que oscila entre el thriller urbano y el drama familiar, usando la masacre de Tlatelolco no como centro narrativo, sino como herida latente que moldea a sus personajes. La película destaca por su enfoque íntimo sobre las consecuencias prolongadas de la violencia estatal, alejándose del panfleto político para adentrarse en las grietas psicológicas de quienes sobrevivieron al trauma.
Luisa Huertas encarna a Socorro, una abogada septuagenaria cuya obsesión por vengar a su hermano asesinado en 1968 revela tanto su fortaleza como su vulnerabilidad. La actuación de Huertas, multipremiada, evita el melodrama: su personaje es áspero, contradictorio y profundamente humano, con una mezcla de terquedad y fragilidad que sostiene el peso emocional del filme. José Alberto Patiño como Siddartha, el cómplice con pasado delictivo, aporta un contrapunto necesario: su química con Huertas genera momentos de humor negro que aligeran la tensión sin trivializar el drama.
El blanco y negro no funciona aquí como mera elección estética, sino como metáfora visual de un duelo congelado en el tiempo. La fotografía de César Gutiérrez aprovecha los contrastes para enfatizar el aislamiento de Socorro, mientras planos detalle de manos temblorosas o siluetas en pasillos oscuros recuerdan el lenguaje del cine negro clásico. La banda sonora, con sus silencios estratégicos, refleja la sordera progresiva de la protagonista, creando una inmersión sensorial poco común en el cine mexicano reciente.
El guion (coescrito con Iker Compeán) equilibra con destreza múltiples capas: la trama de venganza, las tensiones familiares y la crítica social se entrelazan sin didactismos. Destacan escenas donde el pasado irrumpe en lo cotidiano, como cuando clases de zumba en Tlatelolco contrastan con los flashes de archivo de la masacre. Saint-Martin evita simplificaciones: ni los victimarios son monstruos unidimensionales ni la redención llega empaquetada en discursos fáciles.
La película flaquea levemente en el desarrollo de algunos personajes secundarios (la hermana y el hijo de Socorro quedan esbozados más que profundizados) y en ciertos giros narrativos previsibles. Sin embargo, estos detalles menores no opacan el impacto global de un relato que reinventa el cine de memoria histórica. Al optar por una protagonista anciana en lugar de jóvenes idealistas, Saint-Martin subvierte las representaciones habituales del 68 y cuestiona qué significa hacer justicia cuando el sistema ha fallado por décadas.
"No nos moverán" trasciende su contexto mexicano para hablar de duelos colectivos pendientes. Su mayor logro es convertir una historia personal en espejo de las heridas nacionales, demostrando que el cine puede ser a la vez catarsis y provocación. La secuencia final, donde Socorro enfrenta no solo a su objetivo sino a sus propias contradicciones, confirma que Saint-Martin es un director que entiende los matices de la violencia: a veces la venganza no es un acto, sino el largo proceso de dejar de necesitarla.
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El mexicano Pierre Saint-Martin construye en su opera prima un relato que oscila entre el thriller urbano y el drama familiar, usando la masacre de Tlatelolco no como centro narrativo, sino como herida latente que moldea a sus personajes. La película destaca por su enfoque íntimo sobre las consecuencias prolongadas de la violencia estatal, alejándose del panfleto político para adentrarse en las grietas psicológicas de quienes sobrevivieron al trauma.
Luisa Huertas encarna a Socorro, una abogada septuagenaria cuya obsesión por vengar a su hermano asesinado en 1968 revela tanto su fortaleza como su vulnerabilidad. La actuación de Huertas, multipremiada, evita el melodrama: su personaje es áspero, contradictorio y profundamente humano, con una mezcla de terquedad y fragilidad que sostiene el peso emocional del filme. José Alberto Patiño como Siddartha, el cómplice con pasado delictivo, aporta un contrapunto necesario: su química con Huertas genera momentos de humor negro que aligeran la tensión sin trivializar el drama.
El blanco y negro no funciona aquí como mera elección estética, sino como metáfora visual de un duelo congelado en el tiempo. La fotografía de César Gutiérrez aprovecha los contrastes para enfatizar el aislamiento de Socorro, mientras planos detalle de manos temblorosas o siluetas en pasillos oscuros recuerdan el lenguaje del cine negro clásico. La banda sonora, con sus silencios estratégicos, refleja la sordera progresiva de la protagonista, creando una inmersión sensorial poco común en el cine mexicano reciente.
El guion (coescrito con Iker Compeán) equilibra con destreza múltiples capas: la trama de venganza, las tensiones familiares y la crítica social se entrelazan sin didactismos. Destacan escenas donde el pasado irrumpe en lo cotidiano, como cuando clases de zumba en Tlatelolco contrastan con los flashes de archivo de la masacre. Saint-Martin evita simplificaciones: ni los victimarios son monstruos unidimensionales ni la redención llega empaquetada en discursos fáciles.
La película flaquea levemente en el desarrollo de algunos personajes secundarios (la hermana y el hijo de Socorro quedan esbozados más que profundizados) y en ciertos giros narrativos previsibles. Sin embargo, estos detalles menores no opacan el impacto global de un relato que reinventa el cine de memoria histórica. Al optar por una protagonista anciana en lugar de jóvenes idealistas, Saint-Martin subvierte las representaciones habituales del 68 y cuestiona qué significa hacer justicia cuando el sistema ha fallado por décadas.
"No nos moverán" trasciende su contexto mexicano para hablar de duelos colectivos pendientes. Su mayor logro es convertir una historia personal en espejo de las heridas nacionales, demostrando que el cine puede ser a la vez catarsis y provocación. La secuencia final, donde Socorro enfrenta no solo a su objetivo sino a sus propias contradicciones, confirma que Saint-Martin es un director que entiende los matices de la violencia: a veces la venganza no es un acto, sino el largo proceso de dejar de necesitarla.
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