Crítica: "Materialistas / Amores materialistas / Materialists", Pedro Pascal y la ecuación imperfecta del amor
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Por Santiago Echeverría
Celine Song aborda el romanticismo contemporáneo con bisturí en "Materialistas / Amores materialistas / Materialists", una película que finge ser una comedia romántica mientras desmonta sus mecanismos. Dakota Johnson interpreta a Lucy, una "matchmaker" (casamentera) neoyorquina que reduce el amor a algoritmos para clientes adinerados ("más de 1,80 m; ingresos superiores a 500 000"), pero cuya vida personal colapsa cuando dos hombres encarnan mundos opuestos: Harry (Pedro Pascal), banquero de fortuna heredada que ofrece estabilidad lujosa, y John (Chris Evans), actor fracasado que evoca un pasado de pasión y precariedad.
La fuerza del film reside en su negativa a idealizar. Song expone la transacción oculta en todo vínculo: Lucy admite que solo se casaría por "una riqueza alucinante", mientras Harry ve en ella un trofeo social. Las citas en restaurantes de diseño no esconden su vacío; son rituales donde se miden inversiones emocionales. Johnson brilla como una antiheroína consciente de su cinismo, Pascal humaniza al "unicornio" con vulnerabilidad bajo su fachada pulcra, y Evans regala matices a un perdedor romántico que cuestiona el culto al éxito.
Sin embargo, la cinta tropieza al querer ser demasiado. El prólogo con parejas prehistóricas plantea una reflexión antropológica sobre el amor como construcción, pero se abandona rápido. Los diálogos a menudo suenan a tesis: personajes explican sus motivaciones ("El matrimonio es un negocio") en lugar de mostrarlas. La subtrama de Sophie (Zoe Winters), cliente acosada por un hombre violento, introduce crudeza realista, pero rompe el tono sin integrarse orgánicamente.
Song sabotea las expectativas del género. No hay amigas cómplices, sino escenas incómodas que revelan patologías modernas: Lucy evalúa a Harry en una cita como si fuera un producto ("No sé si me gustas tú o los lugares a los que me llevas"), y John revive su fracaso en obras de teatro vacías. La película cuestiona si el amor sobrevive al capitalismo tardío, pero sus respuestas son esquivas. Cuando Lucy confiesa: "El lujo es perfecto, pero el amor debe estar en la mesa", sintetiza la paradoja central: ¿puede lo material coexistir con lo auténtico?
"Materialistass / Amores materialistas" es más interesante que satisfactoria. Como en "Past Lives", Song explora cómo el azar y las elecciones racionales chocan, pero aquí el equilibrio se desvía hacia lo conceptual. Los actores elevan un guion que a veces fuerza simbolismos (el ramo de flores de Harry como metáfora de exceso vacío) y abandona aristas prometedoras. Aun así, su mirada ácida sobre el mito del "felices para siempre" económico resulta necesaria. En un mundo de apps de citas y cuentas de Instagram perfectas, nos recuerda que tras los filtros hay cuentas por pagar, miedos y preguntas sin resolver.
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Celine Song aborda el romanticismo contemporáneo con bisturí en "Materialistas / Amores materialistas / Materialists", una película que finge ser una comedia romántica mientras desmonta sus mecanismos. Dakota Johnson interpreta a Lucy, una "matchmaker" (casamentera) neoyorquina que reduce el amor a algoritmos para clientes adinerados ("más de 1,80 m; ingresos superiores a 500 000"), pero cuya vida personal colapsa cuando dos hombres encarnan mundos opuestos: Harry (Pedro Pascal), banquero de fortuna heredada que ofrece estabilidad lujosa, y John (Chris Evans), actor fracasado que evoca un pasado de pasión y precariedad.
La fuerza del film reside en su negativa a idealizar. Song expone la transacción oculta en todo vínculo: Lucy admite que solo se casaría por "una riqueza alucinante", mientras Harry ve en ella un trofeo social. Las citas en restaurantes de diseño no esconden su vacío; son rituales donde se miden inversiones emocionales. Johnson brilla como una antiheroína consciente de su cinismo, Pascal humaniza al "unicornio" con vulnerabilidad bajo su fachada pulcra, y Evans regala matices a un perdedor romántico que cuestiona el culto al éxito.
Sin embargo, la cinta tropieza al querer ser demasiado. El prólogo con parejas prehistóricas plantea una reflexión antropológica sobre el amor como construcción, pero se abandona rápido. Los diálogos a menudo suenan a tesis: personajes explican sus motivaciones ("El matrimonio es un negocio") en lugar de mostrarlas. La subtrama de Sophie (Zoe Winters), cliente acosada por un hombre violento, introduce crudeza realista, pero rompe el tono sin integrarse orgánicamente.
Song sabotea las expectativas del género. No hay amigas cómplices, sino escenas incómodas que revelan patologías modernas: Lucy evalúa a Harry en una cita como si fuera un producto ("No sé si me gustas tú o los lugares a los que me llevas"), y John revive su fracaso en obras de teatro vacías. La película cuestiona si el amor sobrevive al capitalismo tardío, pero sus respuestas son esquivas. Cuando Lucy confiesa: "El lujo es perfecto, pero el amor debe estar en la mesa", sintetiza la paradoja central: ¿puede lo material coexistir con lo auténtico?
"Materialistass / Amores materialistas" es más interesante que satisfactoria. Como en "Past Lives", Song explora cómo el azar y las elecciones racionales chocan, pero aquí el equilibrio se desvía hacia lo conceptual. Los actores elevan un guion que a veces fuerza simbolismos (el ramo de flores de Harry como metáfora de exceso vacío) y abandona aristas prometedoras. Aun así, su mirada ácida sobre el mito del "felices para siempre" económico resulta necesaria. En un mundo de apps de citas y cuentas de Instagram perfectas, nos recuerda que tras los filtros hay cuentas por pagar, miedos y preguntas sin resolver.
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