Crítica: "Dreams", liberales hasta cierto punto
- por © NOTICINE.com

Por Santiago Echeverría
En "Dreams" (2025), el director mexicano Michel Franco teje una narrativa que pretende ser un agudo análisis de clase y una fábula sobre las fronteras —tanto geográficas como sociales— que dividen a sus protagonistas. Jessica Chastain interpreta a Jennifer, una heredera estadounidense cuya vida transcurre entre galerías de arte, fundaciones filantrópicas y viajes constantes a México, donde inicia una apasionada relación con Fernando, un talentoso bailarín mexicano interpretado por Isaac Hernández, quien en la vida real es primer bailarín del American Ballet Theatre.
La película se abre con una de sus secuencias más potentes: el transporte de migrantes en un tráiler, donde los cuerpos apretujados y los gritos sofocados transmiten una urgencia brutal. Fernando logra escapar de este infierno y, con una determinación que se adivina a cada paso, cruza la frontera para reunirse con Jennifer en su lujoso apartamento de San Francisco. Lo que sigue es un retrato de una relación marcada por el desequilibrio. Ella es la hija de un magnate filántropo, rodeada de privilegios que ejerce con una frialdad distante; él es un indocumentado cuyo talento y carisma chocan constantemente con los muros invisibles de la clase y el prejuicio.
Franco opta por una narración elíptica, con escenas que funcionan como instantáneas y largos planos secuencia que documentan, con una frialdad casi clínica, la dinámica de poder entre los amantes. Las escenas de sexo, coreografiadas con una intensidad casi de ballet, buscan ser más que momentos de intimidad; son campos de batalla donde se libran las tensiones de dominación y sumisión. Sin embargo, para parte de la crítica, aquí reside una de las grandes paradojas del film: esa química carnal, palpable en la pantalla, no termina de traducirse en una conexión emocional convincente. Un diálogo obsceno en particular, citado como ejemplo, resulta tan incómodo que revela la artificiosidad del vínculo.
La película es, ante todo, una crítica mordaz a la hipocresía de la élite liberal. La familia de Jennifer dona millones a causas benéficas y se declara a favor de los inmigrantes, pero esa supuesta apertura se resquebraja en cuanto el "otro" traspasa la puerta de su casa y amenaza con manchar su impecable reputación. La incapacidad de Jennifer para hablar español, a pesar de su frecuente presencia en México, se erige como un símbolo potente de esa distancia real, rayana en el sentimiento de superioridad, que su supuesto progresismo no logra acortar.
Chastain encarna esta contradicción con una precisión gélida. Su Jennifer es un personaje difícil de aprehender: no es una villana, sino una mujer atrapada en una jaula de oro, tan incapaz de renunciar a su comodidad como de entender el mundo fuera de ella. Hernández, en su debut actoral, aporta una presencia física arrolladora y una vulnerabilidad que se agradece, aunque su personaje a veces se siente más como un símbolo —el inmigrante talentoso y ambicioso— que como un hombre de carne y hueso.
Donde "Dreams" brilla es en su capacidad para generar malestar. Franco no ofrece redención ni respuestas fáciles. El final, lejos de ser catártico, es desgarrador por su inevitabilidad y su silencio. Es una conclusión que resuena con amargura en el contexto político actual de tensiones migratorias y retórica divisoria.
Aunque su mensaje sobre los privilegios de clase y la hipocresía liberal pueda resultar obvio para algunos, la película se impone por su atmósfera opresiva, su ejecución formal impecable y la valentía de sus interpretaciones. Representa un incómodo espejo de las dinámicas de poder en las relaciones amorosas, que definen no solo a quién amamos, sino cómo lo hacemos.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.
En "Dreams" (2025), el director mexicano Michel Franco teje una narrativa que pretende ser un agudo análisis de clase y una fábula sobre las fronteras —tanto geográficas como sociales— que dividen a sus protagonistas. Jessica Chastain interpreta a Jennifer, una heredera estadounidense cuya vida transcurre entre galerías de arte, fundaciones filantrópicas y viajes constantes a México, donde inicia una apasionada relación con Fernando, un talentoso bailarín mexicano interpretado por Isaac Hernández, quien en la vida real es primer bailarín del American Ballet Theatre.
La película se abre con una de sus secuencias más potentes: el transporte de migrantes en un tráiler, donde los cuerpos apretujados y los gritos sofocados transmiten una urgencia brutal. Fernando logra escapar de este infierno y, con una determinación que se adivina a cada paso, cruza la frontera para reunirse con Jennifer en su lujoso apartamento de San Francisco. Lo que sigue es un retrato de una relación marcada por el desequilibrio. Ella es la hija de un magnate filántropo, rodeada de privilegios que ejerce con una frialdad distante; él es un indocumentado cuyo talento y carisma chocan constantemente con los muros invisibles de la clase y el prejuicio.
Franco opta por una narración elíptica, con escenas que funcionan como instantáneas y largos planos secuencia que documentan, con una frialdad casi clínica, la dinámica de poder entre los amantes. Las escenas de sexo, coreografiadas con una intensidad casi de ballet, buscan ser más que momentos de intimidad; son campos de batalla donde se libran las tensiones de dominación y sumisión. Sin embargo, para parte de la crítica, aquí reside una de las grandes paradojas del film: esa química carnal, palpable en la pantalla, no termina de traducirse en una conexión emocional convincente. Un diálogo obsceno en particular, citado como ejemplo, resulta tan incómodo que revela la artificiosidad del vínculo.
La película es, ante todo, una crítica mordaz a la hipocresía de la élite liberal. La familia de Jennifer dona millones a causas benéficas y se declara a favor de los inmigrantes, pero esa supuesta apertura se resquebraja en cuanto el "otro" traspasa la puerta de su casa y amenaza con manchar su impecable reputación. La incapacidad de Jennifer para hablar español, a pesar de su frecuente presencia en México, se erige como un símbolo potente de esa distancia real, rayana en el sentimiento de superioridad, que su supuesto progresismo no logra acortar.
Chastain encarna esta contradicción con una precisión gélida. Su Jennifer es un personaje difícil de aprehender: no es una villana, sino una mujer atrapada en una jaula de oro, tan incapaz de renunciar a su comodidad como de entender el mundo fuera de ella. Hernández, en su debut actoral, aporta una presencia física arrolladora y una vulnerabilidad que se agradece, aunque su personaje a veces se siente más como un símbolo —el inmigrante talentoso y ambicioso— que como un hombre de carne y hueso.
Donde "Dreams" brilla es en su capacidad para generar malestar. Franco no ofrece redención ni respuestas fáciles. El final, lejos de ser catártico, es desgarrador por su inevitabilidad y su silencio. Es una conclusión que resuena con amargura en el contexto político actual de tensiones migratorias y retórica divisoria.
Aunque su mensaje sobre los privilegios de clase y la hipocresía liberal pueda resultar obvio para algunos, la película se impone por su atmósfera opresiva, su ejecución formal impecable y la valentía de sus interpretaciones. Representa un incómodo espejo de las dinámicas de poder en las relaciones amorosas, que definen no solo a quién amamos, sino cómo lo hacemos.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.