Crítica Seminci: "Tres adioses / Tre ciotole", el valor de la vida
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Por Santiago Echeverría
En "Tres adioses / Tre ciotole", película italo-española estrenada en Toronto y que este viernes ha inaugurado la Seminci de Valladolid, Isabel Coixet teje una narrativa sutil sobre la fragilidad de los cimientos que creemos sólidos. La película nos coloca frente a Marta, una profesora interpretada por Alba Rohrwacher, en el momento preciso en que su vida comienza a resquebrajarse. La ruptura con su pareja, Antonio, un chef encarnado por Elio Germano, no es un evento espectacular, sino la consecuencia natural de una distancia que ha ido creciendo en silencio, revelada en una discusión cotidiana que, por alguna razón, esta vez sí marca un punto de no retorno.
El verdadero viaje de la película, sin embargo, no comienza con esta separación, sino con el diagnóstico de una enfermedad terminal que Marta recibe poco después. Es aquí donde el film abandona un primer acto que se siente extrañamente vacío para encontrar su pulso narrativo. Coixet evita con destreza los caminos trillados del melodrama sensiblero, optando por un tono contemplativo y una calidez visual, gracias al uso de película de 35 mm, que baña las calles de Roma con una luz nostálgica.
El corazón de "Tres adioses / Tre ciotole" late con más fuerza en sus silencios que en sus diálogos. El último tercio de la cinta es un ejercicio de elocuente quietud, donde las palabras ceden su lugar a las miradas, los gestos y la comunicación no verbal. En estos momentos, la mano de Coixet se muestra más segura, acercándose al lirismo que caracteriza su mejor trabajo. Es una pena, entonces, que la película tropiece con algunos elementos que no terminan de cuajar. La particular afición de Marta por un ídolo ficticio del K-pop, un recurso que en la novela original de Michela Murgia funcionaba como un diálogo íntimo, en pantalla se siente caprichoso y poco desarrollado, generando más desconcierto que conexión emocional.
El peso de la historia recae, inevitablemente, sobre los hombros de Alba Rohrwacher. Su actuación es el núcleo emocional de la cinta, una mezcla de patetismo, tristeza y una serenidad que crece a medida que su personaje acepta su nueva realidad. Aunque en ocasiones su interpretación corre el riesgo de aplanar las contradicciones de Marta, Rohrwacher brilla en los momentos de máxima interioridad, transmitiendo una calma tan profunda que parece trascender la pantalla. Frente a ella, Elio Germano construye un Antonio creíble y matizado, un hombre confundido por el derrumbe de su relación pero que aún sufre su pérdida. En un papel secundario pero fundamental, Francesco Carril, como un compañero de trabajo, irradia una calidez que se convierte en un contrapunto vital para la protagonista.
A pesar de sus irregularidades, "Tres adioses / Tre ciotole" consigue conmover. La película funciona como un retrato íntimo de una mujer haciendo balance de su vida y, a la vez, como un sentido homenaje a su autora original. No reinventa el cine de Coixet ni escapa por completo a ciertas convenciones del drama italiano, pero logra lo más importante: ofrecer una despedida conmovedora, no solo a un personaje, sino al frágil y luminoso regalo de la vida misma. Es un recordatorio de que, a veces, enfrentar el final es lo que nos enseña, por primera vez, cómo vivir.
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En "Tres adioses / Tre ciotole", película italo-española estrenada en Toronto y que este viernes ha inaugurado la Seminci de Valladolid, Isabel Coixet teje una narrativa sutil sobre la fragilidad de los cimientos que creemos sólidos. La película nos coloca frente a Marta, una profesora interpretada por Alba Rohrwacher, en el momento preciso en que su vida comienza a resquebrajarse. La ruptura con su pareja, Antonio, un chef encarnado por Elio Germano, no es un evento espectacular, sino la consecuencia natural de una distancia que ha ido creciendo en silencio, revelada en una discusión cotidiana que, por alguna razón, esta vez sí marca un punto de no retorno.
El verdadero viaje de la película, sin embargo, no comienza con esta separación, sino con el diagnóstico de una enfermedad terminal que Marta recibe poco después. Es aquí donde el film abandona un primer acto que se siente extrañamente vacío para encontrar su pulso narrativo. Coixet evita con destreza los caminos trillados del melodrama sensiblero, optando por un tono contemplativo y una calidez visual, gracias al uso de película de 35 mm, que baña las calles de Roma con una luz nostálgica.
El corazón de "Tres adioses / Tre ciotole" late con más fuerza en sus silencios que en sus diálogos. El último tercio de la cinta es un ejercicio de elocuente quietud, donde las palabras ceden su lugar a las miradas, los gestos y la comunicación no verbal. En estos momentos, la mano de Coixet se muestra más segura, acercándose al lirismo que caracteriza su mejor trabajo. Es una pena, entonces, que la película tropiece con algunos elementos que no terminan de cuajar. La particular afición de Marta por un ídolo ficticio del K-pop, un recurso que en la novela original de Michela Murgia funcionaba como un diálogo íntimo, en pantalla se siente caprichoso y poco desarrollado, generando más desconcierto que conexión emocional.
El peso de la historia recae, inevitablemente, sobre los hombros de Alba Rohrwacher. Su actuación es el núcleo emocional de la cinta, una mezcla de patetismo, tristeza y una serenidad que crece a medida que su personaje acepta su nueva realidad. Aunque en ocasiones su interpretación corre el riesgo de aplanar las contradicciones de Marta, Rohrwacher brilla en los momentos de máxima interioridad, transmitiendo una calma tan profunda que parece trascender la pantalla. Frente a ella, Elio Germano construye un Antonio creíble y matizado, un hombre confundido por el derrumbe de su relación pero que aún sufre su pérdida. En un papel secundario pero fundamental, Francesco Carril, como un compañero de trabajo, irradia una calidez que se convierte en un contrapunto vital para la protagonista.
A pesar de sus irregularidades, "Tres adioses / Tre ciotole" consigue conmover. La película funciona como un retrato íntimo de una mujer haciendo balance de su vida y, a la vez, como un sentido homenaje a su autora original. No reinventa el cine de Coixet ni escapa por completo a ciertas convenciones del drama italiano, pero logra lo más importante: ofrecer una despedida conmovedora, no solo a un personaje, sino al frágil y luminoso regalo de la vida misma. Es un recordatorio de que, a veces, enfrentar el final es lo que nos enseña, por primera vez, cómo vivir.
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