Crítica: "Los quiero a todos", mirando hacia atrás

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'Los quiero a todos'


Por Edurne Sarriegui

"Los quiero a todos" es la ópera prima del argentino Luciano Quilici. De producción independiente, se basa en la obra teatral homónima del mismo autor y cuenta en ambos trabajos con el mismo elenco. Quilici tiene un amplio recorrido como director y escritor teatral y director de comerciales.  En "Los quiero a todas" no hay un conflicto claro, no hay una lucha del bien contra el mal, no esperen acción. Hay cuatro hombres y dos mujeres que se reúnen, hablan pero les cuesta contar sus más íntimos desasosiegos, manejan un humor ácido y a pesar de la insatisfacción que es evidente están sintiendo no son capaces de tomar decisiones que les permitan cambiar sus respectivas realidades.

Un grupo de amigos que están en los treinta y pico se reúne en una casa de campo para pasar juntos el fin de semana. Se conocen desde hace muchos años. Prácticamente han crecido juntos y ahora que son adultos, mirando en qué se han convertido, ninguno parece ser muy feliz con lo que ha logrado. Sin referencias profesionales, aquí no se trata de saber si han alcanzado el éxito en sus respectivas ocupaciones sino de mostrar el descontento que cada uno siente con la vida que tiene.

Tal  vez por provenir del teatro abundan las escenas estáticas basadas fundamentalmente en los diálogos. Los flashbacks, que muestran como pequeñas historias las vidas de los protagonistas, nos ponen en antecedentes de sus pesares, angustias y conflictos, y aportan algún dinamismo pero siempre con un  predominio de las palabras (o la ausencia de ellas) sobre las acciones y con una disposición de los actores en la escena que remite a una puesta teatral.

Hay una fuerte dependencia del trabajo actoral, que es sin duda lo mejor de la película. Las actuaciones de Leticia Mazur, Valeria Lois, Ramiro Agüero, Alan Sabbagh, Santiago Gobernori, Diego Jalfen, Margarita Molfino y Loren Acuña dan credibilidad a unos personajes y a unos diálogos que fluctúan entre la intrascendencia, la desgana, el pesimismo, el hastío y una insatisfacción enorme que parecen no poder resolver.

Lo peor, justamente, esa actitud negativa de una generación que parece no poder dejar de autocomparecerse y  autocontemplarse, levantar la mirada y seguir adelante buscando la trascendencia que tal vez pudiera hacerles sentir plenos.