Crítica: "La Guayaba", fruta sin proteínas

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'La guayaba'


Por Edurne Sarriegui

Llega esta semana a los cines argentinos, la producción nacional "La Guayaba", segundo largometraje de Maximiliano González. El realizador fue también guionista, como en su primer trabajo, "La Soledad" (2007). El film es un drama que aborda la trata de personas con fines de explotación sexual, tema preocupante que está muy presente en la opinión pública argentina gracias al trabajo de diversas ONG y al accionar de la justicia. A pesar de la trascendencia del tema y de sus buenas intenciones el film carece de la fuerza y de la intensidad dramática necesarias para ser algo más que una exposición de los hechos.

Florencia (Nadia Giménez) es una chica de 17 años afincada en el monte misionero (Provincia de Misiones en Argentina) con su padre y cuatro hermanos. La familia vive en la pobreza careciendo de lo más elemental y cuando le ofrecen a Florencia la posibilidad de trabajar con una familia lejos de su casa acepta con la esperanza de mejorar la vida de los suyos. Pero la realidad es muy distinta y es entregada a un prostíbulo de la ruta, en un lugar desconocido y alejado. Allí permanece recluida, maltratada y sometida, con pocas esperanzas de poder escapar.

"La Guayaba" relata todo el proceso, desde la captación de las personas con promesas falsas de trabajo y regalos, la retención con la apropiación de los documentos de las víctimas, el sometimiento con amenazas hacia su familia y la alienación producida con drogas, alcohol y privaciones de todo tipo. Queda expuesta la vulnerabilidad de las personas sumidas en la pobreza y la ignorancia frente al accionar de gente inescrupulosa, la complicidad de los concurrentes a este tipo de establecimientos y la inacción, cuando no  la connivencia, de las autoridades.

Como ya ocurriera en "La Soledad" con la colaboración del Chango Spasiuk, aquí González cuenta con la participación del reconocido representante de la música litoraleña, Raúl Barboza. Actúan además prestigiosos actores como Marilú Marini y Lorenzo Quinteros.

Con un final un poco forzado y una resolución que asigna poca capacidad a los afectados para provocar cambios, transmite cierto desaliento. Vale como denuncia de un delito abominable cada vez más expuesto en el cine argentino (la semana anterior se estrenó "Destino anunciado"),  pero en tanto que historia filmada carece de la deseable fuerza dramática para llegar al corazón del espectador.