Crítica: "Besos de azúcar", amor adolescente en el duro Tepito

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'Besos de azúcar'


Por Hugo Lara

"Besos de azúcar" es la segunda película del director Carlos Cuarón, un melodrama sobre un romance adolescente ambientado en el barrio bravo de Tepito, entre los comerciantes ambulantes. Carlos (Ciudad de México, 1966) es hermano de Alfonso Cuarón, quien actualmente está haciendo una magnífica temporada con "Gravedad". "Besos de azúcar" es un film que se presentó en el Festival de Guadalajara y que actualmente está en la cartelera comercial.

Nacho (César Kancino) es un chico de 13 años que hace frente a su entorno opresivo, especialmente en su casa, pues recurrentemente es maltratado por su padrastro (Enrique Arreola) con el consentimiento de su madre, que trabaja de policía. Un día, en la máquina de tecnodance, conoce a Mayra (Daniela Arce), quien también sufre del maltrato tanto de su madre, La Diabla —ruda cacique de los vendedores ambulantes—, como de su violento hermano, el Chiqui-Buki (Kristyan Ferrer). Nacho y Mayra se enamoran y eso desata la oposición de sus familias, mientras en paralelo ocurre una disputa por el dominio de la calle que encabeza otra lideresa, la Chucky.

Carlos Cuarón ha hecho una carrera destacada como coguionista de su hermano, con títulos como "Sólo con tu pareja" que ganó el Ariel al mejor guión original  en 1991, e "Y tu mamá también" que ganó en la misma categoría el León de Plata en el Festival de Venecia. Ya en solitario, es guionista y director tanto de su anterior film, la exitosa "Rudo y Cursi" (2008), como de "Besos de azúcar".

Con estas credenciales, era de pensarse que el guión sería la principal fortaleza de "Besos de azúcar", cuya trama describe el mundo hostil del protagonista —rechazado por su madre, su abuela y por todos los demás, salvo por su anormal amigo Cacayo (Héctor Jiménez)— pero eso no corresponde a su actitud alegre y desenfadada. Lo mismo sucede con Mayra, que se encuentra en idéntica situación. Los personajes que giran a su alrededor son feos, sucios y malos, deshumanizados y de una maldad sin motivación suficiente más allá del sórdido y corrupto mundo al que pertenecen. En esta mirada, que se siente lejana y tal vez provista de cierto clasismo, se busca hurgar en el oscuro ámbito de las mafias en Tepito de los vendedores ambulantes, su hacinamiento tanto en las calles como en las casas y su lenguaje de insultos,  pero se echa de menos algo de humor y de ironía, o más agudeza para rescatar cierta autenticidad del ambiente de ese populoso barrio, como en "Perro callejero" (Gilberto Gazcón, 1980).

Por otro lado, "Besos de azúcar" se inscribe dentro de la tradición del melodrama mexicano de corte infantil, desde los personajes bien sufridores que hacía "Poncianito" en films como "Víctimas del pecado" (Emilio "Indio" Fernández, 1951), pasando por las de Juliancito Bravo ("Primera comunión", Alberto Mariscal, 1969) hasta las de Pedrito Fernández ("La niña de la mochila azul",  de Rubén Galindo, 1980). En este sentido, "Besos de azúcar" se mantiene fiel al modelo.

En suma, el film tiene caídas de ritmo y las actuaciones son disparejas, a pesar de algunos buenos actores un tanto desperdiciados. La fotografía de Kenji Katori y la dirección de arte de Alejandro García son solventes.