Crítica: "Stockholm", atrapados en el vacío

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'Stockholm'

Por Eduardo Larrocha

Una noche en la calle y la mañana del día siguiente. Dos jóvenes se encuentran y desencuentran. Él es Javier Pereira y quiere llevarse a la chica a casa, seducirla como sea. Tiene que ser ingenioso. Ella es Aura Garrido y evita el cortejo. Sus respuestas la confieren el perfil de una borde. Por este papel consiguió la biznaga a la mejor actriz en el último Festival de Málaga. Estos son los ingredientes exclusivos de "Stockholm", de Rodrigo Sorogoyen, que este viernes se estrena en salas españolas. La secuencia inicial en la  que los personajes hablan de viajar a la capital de Suecia viene a ser un "macguffin" de factura Hitchcock para desviar la atención del título que tiene un sentido más cercano al síndrome del secuestrado.

Los dos personajes de "Stockholm" están en la treintena, como los de "Antes del amanecer" de Richard Linklater  que luego sería sólo la primera parte de una trilogía en la que los años van dejando su huella. "Stockholm" puede ser la película sobre el vacío de esa generación, pero a todos nos puede cuestionar aspectos inmaduros de nuestra existencia.

"Stockholm" son varias horas en la vida de  dos personajes que deambulan por un Madrid nocturno y desnudo pero muy pictórico, o más bien cinematográfico. Un buen trabajo de fotografía de Alejandro de Pablo. Los actores se conocían poco, sobre todo por la televisión. Ambos han rodado unas cuantas películas pero no habían coincidido en los platós.

Rodrigo Sorgoyen, el director de esta producción española financiada con el esfuerzo de todo el equipo- que no ha cobrado un euro- y en parte con el método "crowdfunding", entiende que ese no conocerse mucho de los intérpretes le vino bien a la película. Estuvieron ambos obligados a hacer maniobras de aproximación hasta llegar a una situación íntima.

El joven realizador firma aquí su primer largo en solitario, después de rodar en 2007, con Peris Romano, "8 citas". Es un experto director y guionista para series de televisión. Recibió la Biznaga de Plata al mejor director y junto a Isabel Peña también al mejor guionista novel.

"Stockholm" viene a ser  dos películas en una, la calle y la casa, la noche y la mañana. Planos largos, minimalistas, en la segunda parte, para incomodar a los personajes. La primera  es el tiempo de  la seducción y la cámara y el montaje utilizan otros recursos, otros planos, otros diálogos, otros juegos para seducir al espectador.

Unos compases de la obertura de "La Gazza ladra",  la Opera de Rossini, suena  en la secuencia más efectista, como en "La naranja mecánica". El sonido envuelve pero no guía la historia. En la primera parte suena la música. Todo sonido  que no esté justificado  queda fuera en la segunda.

En la proyección para la prensa de "Stockholm" en Madrid y, al parecer también en Málaga en el Festival, se escucharon risas que parecían fuera de lugar porque la situación en la pantalla no era de comedia. La conclusión que ha sacado el director es que esas  frases hacían reír porque producían incomodidad al espectador, la famosa risa histérica. ¿Qué más se puede pedir? Una historia de amor urbano con un sentido existencial y trágico.

El azar de la programación de las carteleras ha querido que se estrenara una semana después de la celebración dramatúrgica del "Don Juan" de Zorrila, o el  de Tirso de Molina. Es como si Doña Inés recitara de nuevo su verso: "Por doquiera me distraigo con su agradable recuerdo y si un instante le pierdo en su recuerdo recaigo". Para no ser menos, Don Juan en un momento anterior de la pieza teatral recita: "Por dondequiera que fui la virtud escarnecí y a las mujeres vendí".

Superando todas las dificultades, "Stockholm" llega  a las salas  españolas que por presiones comerciales padecen el síndrome de Hollywood. Es una prueba más de que no son ideas ni conexión con el público de lo que adolece nuestro cine y que con pocos medios se pueden encontrar nuevas y valiosas formas de expresión cinematográfica.