Se despidió Amparo Rivelles, grande del cine y teatro en España y México

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Una de sus películas de los años 40
La actriz madrileña Amparo Rivelles falleció este jueves 7 de noviembre a los 88 años. Nacida en Madrid en 1925, pertenecía a una amplia dinastía de actores y brilló con luz propia tanto en los escenarios y los sets españoles como en los mexicanos, país en el que vivió y trabajó cerca de dos décadas. Nieta de José Rivelles y Amparo Guillén, era hija de Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, hermana de Carlos Larrañaga y tía de Kako Larrañaga, Amparo Larrañaga, Pedro Larrañaga y Luis Merlo.

Amparo Rivelles y Ladrón de Guevara nació en Madrid, el 11 de febrero de 1925 y a los trece años, debutó profesionalmente en la compañía teatral de su madre, la actriz María Fernanda Ladrón de Guevara. En 1940, interpretó su primer papel en el cine con la película "Mari Juana", de Armando Vidal. A pesar de que de pequeña quería ser abogada, dedicó su vida al cine, el teatro y la televisión. Conocida al inicio de su carrera como Amparito Rivelles, durante los años 40 se consagró como una de las actrices más importantes del cine español de la época. "Alma de Dios", de Ignacio F. Iquino (1941), "Un caballero famoso" (1942), "Malvaloca", de Luis Marquina (1942), "Los ladrones somos gente honrada", de Ignacio F. Iquino (1942) o "Deliciosamente tontos" (1943) marcaron el inicio de una importante trayectoria cinematográfica en la España de la primera posguerra.

Sus papeles protagonistas en "Eloísa está debajo de un almendro", "El Clavo" y "La fe", de Rafael Gil; "Eugenia de Montijo", de José López Rubio, "Fuenteovejuna", de Antonio Román, o "Alba de América", de Juan de Orduña, la condujeron rápidamente al éxito y el reconocimiento. Sus papeles para CIFESA, por lo general encarnando muchachas dulces y de buen corazón, le supusieron una gran popularidad. Trabajó también a las órdenes de Orson Welles en la versión española de "Mister Arkadin" (1955) y con Tulio Demicheli en "La herida luminosa" (1956).

En 1957, viajó a México para cumplir un contrato teatral, pero la estancia se prolongó durante veinte años. Allí interpretó numerosos seriales televisivos, obras de teatro y veinte películas que fueron un gran éxito. Su primera telenovela en México fue "Pensión de mujeres"(1959), y "Pasiones encendidas"(1978) fue su despedida de las telenovelas mexicanas. En el cine protagonizó "El batallón de las sombras" (1957), "El amor que yo te di" (1959), "Un ángel tuvo la culpa" (1960), "Los novios de mis hijas" (1964), "Anita de Montemar" (1969), "Una vez un hombre..." (1970), "El juicio de los hijos" (1970) o "¿Quién mató al abuelo?" (1971), entre otros títulos. En México la actriz reafirmó continuamente su estatuto de estrella respaldada por la aceptación del público.

Al volver a España, ya en los años de la Transición Política, lo hizo convertida en todo un mito y gracias al papel que desempeñó en la serie de TVE "Los gozos y las sombras", su popularidad aumentó aún más, aunque prefirió centrar su actividad como actriz en el teatro, donde protagonizó "La voz humana", "La celestina", "Hay que deshacer la casa" -que fue llevada al cine con la actriz repitiendo el papel- "La loca de Chaillot" o "Rosas de otoño” y en seguida, fue considerada como una de las actrices más prestigiosas del panorama español.

Pese a alejarse del cine y potenciar su carrera teatral, en 1986, consiguió el Premio Goya a la mejor actriz por la versión cinematográfica de "Hay que deshacer la casa", que rodó José Luis García Sánchez a partir de la obra de Sebastián Junyent que Amparo había representado en múltiples escenarios. Con "Esquilache" (1989), de Josefina Molina, obtuvo una segunda nominación, esta vez como actriz de reparto.

Para televisión, destaca su trabajo en las adaptaciones de dos clásicos literarios: además de "Los gozos y las sombras" (1982), con Eusebio Poncela, Charo López y Carlos Larrañaga en los demás roles principales, protagonizó "La Regenta" (1995), de Fernando Méndez-Leite.

En 1996, recibió el Premio Nacional de Teatro. En 2001, se hizo, por votación popular, con el IX Premio Nacional de Teatro Pepe Isbert, que concede la Asociación de Amigos de los Teatros de España (Amite).

En enero de 2006, cuando recorría España girando "La duda", adaptación de Juanjo Seoane de "El abuelo", de Benito Pérez Galdós, tuvo lugar un momento inolvidable en su trayectoria. Tras solo cuatro funciones, en una representación en Santander, se dirigió al patio de butacas: “Acaban de ver ustedes la que, quizá, sea la última función de Ámparo Rivelles”. La misma obra con la que se despidió su padre y la ciudad de su debut en la escena acogían también su adiós a las tablas.

Culminó una carrera que casi duró setenta años en activo y dejó para siempre las esperas entre telas y las interminables jornadas en los sets de rodaje. Entre tanto, se le otorgaron numerosos galardones: el Premio Nacional de Teatro, el Goya a la Mejor Interpretación Femenina Protagonista, el Fotogramas de Plata a Toda una Vida, el premio ACE, el Mayte, el del Círculo de Escritores Cinematográficos y el Ercilla de Teatro. Cuenta con una estrella en el Paseo de la Fama madrileño y fue investida Doctora Honoris Causa en el 2005 por la Universidad Politécnica de Valencia, siendo la primera actriz que recibió este honor.

Ya en su retiro, para dar testimonio de afecto y gratitud, el Instituto Cervantes, entonces comandado por Carmen Caffarel, le ofreció un significativo homenaje en septiembre de 2011, que fue conducido por Fernando Méndez-Leite y la periodista Rosana Torres. Compañeros, familiares y amigos arroparon a la actriz y le dedicaron emotivas palabras. Emocionada manifestó: "A uno le duele todo. Sobre todo cuando has estado trabajando desde los 14.  He pasado mucha hambre y no he adelgazado, ahora que no trabajo y como todo lo que quiero estoy delgada. Supongo que es para que me vaya acostumbrando al esqueleto". El público puesto en pie y sonoros aplausos la despidieron, ella jamás perdió el sentido del humor.

"Sí, me hice buena actriz -decía en 1974- de unos años a esta parte. Hacer tanta televisión en México me ha servido para corregirme muchos defectos. En seriales de trescientos capítulos, me es imposible rectificar lo que no hice a mi gusto en los capítulos ya televisados. Interpretar es la misma cosa en todos los géneros. Luego viene la técnica, que es diferente. En teatro hay que ser mucho más amplio en todo, saber tomar espacio en el escenario. En televisión hay que saber estar lo más pegado posible al interlocutor. Contenerse. El cine es lo que más trabajo me cuesta hacer, por la falta de continuidad. Cuando estás metido en una situación, se corta para almorzar. Y hay que volver a meterse de nuevo en el personaje... Y eso te "friega". ¿Popularidad? La máxima se la debo a la televisión. Allá me ven 40 millones de "gentes" todos los días. Después, el teatro. El cine, menos (...) A veces, como actriz, me rebelo porque complacer a los espectadores me limita. Ellos quieren que yo, al final, triunfe... Tal vez estén haciendo de mi algo parecido a una protagonista rosa. Una Libertad Lamarque, a la que también adoran, sin tango... Pronto se me pasa la idea de que me está frustrando porque he llegado al convencimiento de que el melodrama es un género como otro cualquiera. Pero hay que hacerlo como sus obras exigen, sin contenciones, sin modernismos... Hay que aceptar las cosas como son. ¿Quién concibe un vodevil sin enseñar los muslos?".

"Es cierto -comentó en el libro "Amparo Rivelles, pasión de actriz"- que esta profesión es ingrata en algunos momentos, pero yo no puedo hablar de ingratitud, al contrario, conmigo ha sido maravilloso todo, y estoy muy contenta, muy en paz. En la actualidad, hago lo que me gusta, estoy muy bien considerada, tengo gente que me quiere y me respeta, no sé, me siento muy bien como actriz y como persona... No, nunca he tenido la idea de abandonarlo todo y pensar que a lo peor lo que he hecho no ha merecido la pena. Considero que trabajar desde los trece años, mantenerse en un sitio bastante estable durante cincuenta años, tiene mérito".