Colaboración: Cuando Pelé pudo ser Rey de Brasil

por © NOTICINE.com
El mítico Pelé
Por Sergio Berrocal *

En Brasil, el poder está total y absolutamente en manos de los blancos y de los café con leche. El último negro brasileño que creyó tener un poquito de voz propia fue Edson Arantes do Nascimento, Pelé, que de futbolista profundamente analfabeto (se le atribuyen 1282 goles en 21 años de carrera) se convirtió en ministro Extraordinario de Deportes por obra y capricho del Presidente Fernando Henrique Cardoso, FHC como le llaman sus compatriotas, quien encontró en él un hombre-propaganda de lo más eficaz.

Ahora, quizá pronto, Pelé podrá contemplar sus propias andanzas en el cine.

La película termina con el primer Mundial de "O rey", así que no contará cómo FHC lo liquidó políticamente cuando le pareció conveniente, si el menor remordimiento, aunque le permitió seguir siendo un pujante empresario con piso en Nueva York, el sueño de una inmensa mayoría de los brasileños que a diario forman largas colas delante del rascacielos del consulado de Estados Unidos en Río de Janeiro para conseguir un visado que les permita por lo menos visitar Disneylandia y en el mejor de los casos quedarse a trabajar como clandestino en Nueva York.

Cardoso se dio cuenta de que el ex ídolo de los estadios podía representar un pequeño peligro potencial, o por lo menos un estorbo, en la elección presidencial de 1998, precisamente cuando pedía a gritos su reelección, hecho por lo demás inaudito en Brasil y que necesitó una difícil reforma constitucional.

Tan difícil fue hacerle tragar la píldora a diputados y senadores que el  Parlamento pasó meses sin poder ocuparse de otros asuntos, con lo cual votaciones vitales de importantes reformas económicas, como la administrativa, fueron dejados para más tarde.

Este retraso provocaría un sinfín de problemas al gobierno cuando tuvo que aceptar el préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) para intentar salir de la crisis financiera que le afectó después de a Rusia y que en enero de 1999 provocó la caída en picado de la moneda nacional, el real, que llegó a perder la mitad de su valor.

Brasil no estaba preparado para realizar eficazmente, y sin que ello repercutiese seriamente en la vida de todos los días, los recortes presupuestarios que a cambio de su ayuda le exigía Washington.

El caso es que la idea de transformar a Pelé en el primer jefe de Estado realmente negro de Brasil (otro reflejo freudiano del famoso « sueño norteamericano» según el cual cualquiera puede llegar a la Presidencia) se le ocurrió a Walter Brito, elegante presidente del llamado Instituto de Cidadania e Unidades, organización no gubernamental (pero apoyada y financiada por el Estado) que oficialmente se ocupaba entonces de la integración de los negros.

Y un día, me contó otro día en Brasilia el mismísimo Brito, lanzó la idea al aire, esperando que, como en sus mejores tiempos, el delantero de leyenda driblaría el balón y con una de sus malabaristas jugadas de antaño lo mandaría imparablemente a la portería.

Pero como es más listo de lo que parece, Pelé se hizo el loco y la idea de intentar mandarle al palacio presidencial de Planalto pasó a mejor vida. Porque a sus 56 años de edad, él recordaba perfectamente que también habían querido catapultarlo como candidato a la anterior lucha presidencial y que entonces Cardoso le había llamado para prometerle el puesto de ministro Extraordinario de Deportes si él ganaba las elecciones. Y cuando fue elegido cumplió su palabra.

Convertido hoy día en un impresionante hombre de negocios que hace malabarismos con los millones de dólares como antes driblaba con el balón y con la misma discreción de sus antepasados cuando se comían una mazorca de maíz a escondidas del amo portugués, Pelé sabía mejor que nadie que Brasil sólo ha tenido un alcalde negro, Celso Pitta, en Sao Paulo, y que los negros no abundaban en el Parlamento.

En 1999 sólo once de ellos formaban parte de la Cámara de Diputados, que contaba 513 miembros y en el Senado se contaba uno solito entre los 90 senadores alistados por diferentes partidos, casi todos por la mayoría presidencial.

Algunos de los partidos del espectro político brasileño eran meros simulacros de organizaciones políticas que quedaban muy bien para presentarlos al visitante como signo de salud democrática.

Pero el único que realmente cuenta es el Partido dos Trabalhadores (PT), el que permitió a Lula propulsarse a la presidencia cuando nadie creía en él.

Algunos cronistas decían con inconfesable sorna que el PT tenía tantas posibilidades de reinar en Brasil como los negros. Y el caso es que Lula lo hizo reinar y no una sola vez.

De lo que un negro puede representar en Brasil en el plano electoral tuve un ejemplo en las elecciones de octubre de 1998.

Emiliano Caldeira da Silva, de 39 años de edad, no contaba con la notoriedad de Pelé cuando decidió meterse a la política, pero también es cierto que si los dioses de las urnas le hubiesen sonreído habría sido un bello trampolín social para este limpiador de piscinas (piscinero) y ex albañil.

Nordestino, el hombre había enfundado un elegante traje gris marengo y en una barraca de Paranoá, ciudad pobre de las afueras de Brasilia, refugio de una parte de los nordestinos que llegan a la capital federal en busca de una vida mejor o por lo menos mala, preparaba su elección para diputado local por el Partido de Reedificación de Orden Nacional (PRONA).

Esta formación de poquísimo relieve en el panorama político nacional tenía en ese momento un candidato a la presidencia, Eneas Carneiro, quien se había granjeado una gran parte de las simpatías populares, profundamente antiargentinas, proclamando que Brasil tenía que disponer del arma atómica ya que de otro modo estaba expuesto a cualquier cosa.

Y sin decirlo claramente, pero de forma que todo el mundo lo entendiese, Eneas apuntaba mentalmente sus misiles hacia la vecina Argentina, país que pese a que cada vez se sume más en la indigencia soporta malísimamente que los « macacos » brasileños sean los líderes indiscutibles de una América Latina que ha comenzado su camino hacia una fórmula parecida a la Unión Europea dotándose del Mercado Común del Sur, MERCOSUR, del que por el momento sólo son miembros activos Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, teniendo como socios preferentes a Bolivia y a Chile.

Al terminar las elecciones, Emiliano tuvo que colgar el elegante traje gris marengo y sus ilusiones y volver a su oficio de piscinero  ya que no había conseguido convencer a sus vecinos para que votasen por él.

Y ello pese a que en su permanencia electoral, donde se repartía café con la misma generosidad que en el palacio presidencial de Planalto,  tenía colgado en la pared un cartel que rezaba con cierto sentido del humor : « Querido elector, si duda a la hora de votar, no vote en blanco, vote por Emiliano ».

El tal Emiliano era negro, ya lo he dicho, pero negro como el betún.

Ahora, el Pelé que pudo ser Presidente de haber sido más temerario y tenerlo menos respeto a los blancos, va a tener su película. Algo es algo.

(*): Sergio Berrocal fue director de la Agencia France Presse en Brasilia de 1997 a finales de 1999. Es autor de "Brasil, infierno y paraíso".

Sigue nuestras últimas noticias por TWITTER.