Colaboración: Carmela, la maestra de La Habana

por © NOTICINE.com
'Conducta'
Por Sergio Berrocal *

En los albores de 1959, con veintipocos años de edad y a nueve mil kilómetros de distancia, me enamoré de un país llamado Cuba, inmerso en una revolución a ritmo de mambo, así nos parecía desde París, aunque no sabíamos, nosotros los pobrecitos jóvenes europeos llenos de prejuicios e imágenes cinematográficas, si Patricia coqueteaba ya con Pérez Prado. Más de medio siglo después, con las canas muy pintarrajeadas, me he vuelto de nuevo loco por Cuba cuando ya nuestras viejas relaciones andaban dando tumbos entre desamor, celos y desgana de asco bendito.

El primer enamoramiento fue de una revolución que los cubanos escribían con mayúscula y de todo lo bueno que desde tan lejos esperábamos de ella.

Hasta los periodistas norteamericanos se habían rendido locamente, espantosamente, como una niña en Hollywood, a las intenciones y al encanto de aquellos barbudos vestidos de verde olivo que juraban que habían acabado con el último dictador que pisaba la isla.

Esta vez, el enamoramiento ha llegado vía una película, "Conducta", realizada por Ernesto Daranas, que me ha hecho mirar hacia La Habana con ojos nuevos, con la misma esperanza  que hace cincuenta años, cuando Sierra Maestra era la Meca de todas las esperanzas, cuando los barbudos aseados, cuando la esperanza embriagada de calor caribeño, de risas de mujeres enamoradas de ellas mismas ("nos arreglamos porque Martí así lo pedía") que recogíamos a orillas del Sena gracias a relatos de prensa.

No me he vuelto a enamorar de ninguna puñetera revolución, por mucho nombre de mujer que pueda llevar.

La revolución, a ratos Revolución, de Cuba fue otro cantar.

El gallego barbudo nos había enamorado, engatusado dirían los escépticos, los que creen que después de la Revolución Francesa ya no hubo nada que se le pareciese.  

Ella, la revolucionaria, perdón la Revolucionaria mujer por la que ahora se me abren las carnes del entendimiento, se llama Carmela y la ha inventado el tal Daranas.

Ella es la maestra que todos hubiésemos querido tener, con pocos años y ya adultos. La mujer que se sacrifica por la dicha de un niño más huérfano que otra cosa que juega a ser mayor sin que nadie le haya dado las claves para ese salto, sobre todo en un país maldecido por el amo del mundo, Estados Unidos, que desde hace más de cincuenta años lo persigue y quiere aniquilarlo..

Carmela (Alina Rodríguez) es una revolucionaria y más que esto una rebelde que sabe, siente, presiente y quiere ser fiel, que la Revolución encomendó como una de las primeras tareas del cambio que todos los cubanos supiesen leer y escribir.

Que todos los cubanos aprendiesen a defenderse con el saber que puede hacer libres.

Pero el niño (Armando Valdés) cree más bien en la acción directa, en el dinero como único criterio social y para lograr su meta cuida perros de pelea.

Espantosos perros a imagen y semejanza de muchos de sus amos, que no están en las perreras sino sueltos por toda La Habana, por todo el mundo, y con poder discrecional que te marchita la vida, que te hace polvo las ilusiones..

Imaginen que Carmela, suena a Merimée y a juerga flamenca, lo que no invente un cineasta cubano que venga la Virgen de la Caridad del Cobre y lo vea, se empeñaba en mantener a la vista de todos, alumnos y profesores, en un tablón de anuncios, una estampita de la patrona de Cuba.

Y entonces te dan ganas de preguntarle: Carmela: ¿No te parece que la revolución y las estampitas hacen pocas migas con la rebeldía de los revolucionarios?

Ella, que no habla, que no hace más que actuar, niega con sus ojos que la estampita sea contrarrevolucionaria.

Alguien levanta la mano con rostro risueño y recuerda que esa misma virgen viajaba al cuello del barbudo máximo cuando la Revolución, con mayúscula.

Y sigue su camino, el camino de una profesora que ha tomado el relevo de los guerreros cansados por medio siglo de presencia.

Porque es duro aguantar tanto tiempo cuando desde fuera, pero tan cerquita, a 90 millas, quieren cortarte de un tajo las ilusiones.

Ella, Carmela, que se las sabe todas, que tanto ha luchado por sobrevivir, porque sus niños tengan una vida digna,  reemplaza armas y doctrinas por sabiduría.

Carmela no se equivoca. Hasta en estos podridos países capitalistas nuestros se sabe que el saber es la llave de todo.

Hay en este continente europeo más universitarios, muchos inútiles, que en ninguna parte del mundo.

Pero volvamos al pasado de anteayer.

El decano de la facultad de periodismo de la capital de la playa del fin de Europa, a dos pasos de donde se perfila África, invitó al viejo periodista, ya de vuelta de todo y de todas, a predicar unos cursos en su universidad.

En su primera clase, cogió un libro y leyó: "El viejo había visto muchos peces grandes. Había visto muchos que pesaban más de mil libras y había cogido dos de aquel tamaño en su vida, pero nunca solo. Ahora, solo, y fuera de la vista de la tierra, estaba sujeto al pez más grande que había visto jamás, más grandes que cuantos conocía de oídas, y su mano izquierda estaba todavía tan rígida como las garras convulsas de un águila".

Y entonces comentó el viejo profesor: "Para mí, el enorme pez que consigue agarrar el viejo de la playa de Cojímar, muy cerquita de La Habana, es la esperanza que todos llevamos dentro. Y me atrevería casi a afirmar que podría ser también esa ilusión que nace en todo periodista el día que, por fin, publica su primer artículo".

Sentado a orillas del Mediterráneo, el viejo periodista se acordó ahora, cómo no, de su querida Habana, de su amor fallido.

Volvió a recordar "El viejo y el mar" y se dijo que le hubiese gustado que Carmela le acompañase en esta mañana de casi primavera europea en la que repican las ansias de libertad de una Europa sumida en la miseria moral y de lo demás..

Le hubiese dicho que, en fin de cuentas, su lucha, la de su escuela, la de Cuba, pese a que te echen a la calle, aunque te vejen, es la del viejo de Hemingway.

"Es posible –le habría comentado—que un día enganches al tiburón y hasta consigas llevarlo intacto a la playa de Cojímar. Y allí te estarán esperando tus alumnos, con el cuidador de perros al frente de todos, que celebrarán contigo tu triunfo. Lo malo, querida Carmela, es que en esas aguas hay muchos tiburones que nadie consigue revolcar en la arena  de todas las esperanzas…".

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro se titula "Calle Falange Española" .

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