Crítica: "10 000 km", dicen que la distancia es el olvido...

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'10 000 km'


Por Cristian Moure

Ya lo dijo Humphrey Bogart, “Siempre nos quedará París”. En el caso que nos ocupa, la ciudad cambia, pero no el contenido. Porque al igual que le pasaba a Rick en “Casablanca”, los personajes de “10 000 km” se enfrentan a la distancia como el mayor de sus males y a la memoria como la mayor de sus aliadas. Abre la película un plano secuencia de casi media hora que nos muestra la vida, el amor, el sexo y la conexión de un matrimonio joven, más o menos bien avenido, con la tentativa de tener un hijo y que parecen hechos el uno para el otro.

Pero el amor no suele ser blanco, no suele ser fácil y está lleno de retos. A Alex le han ofrecido una gran oportunidad al otro lado del océano para cumplir sus sueños como fotógrafa y Sergi no puede dejar su trabajo de maestro de escuela de buenas a primeras. Así pues, aun con planes de futuro inminentes como pareja y con un posible hijo gestándose en el vientre de ella, se ven obligados a establecer la distancia de un océano entero que los separe, limitando su contacto a frustrantes y gratificantes -a partes iguales- sesiones de Skype.

Claro que se trata de una película que, al igual que ha hecho “Her / Ella” de Spike Jonze, trata de desacreditar la brecha establecida entre la realidad y la virtualidad que, cada vez más, se unen para formar un mundo híbrido donde todo está terriblemente lejos y a la vez aquí al lado, donde la hiper comunicación aísla al usuario en un mundo personalizado, encerrando todo lo existente en una pantalla de ordenador. Porque así se desarrolla el casi debut de Marques-Marcet, a través de cámara y pantalla con tan sólo dos actores, en apenas dos localizaciones. Pero no sólo es eso, no se trata de una simple crítica antitecnológica. Es, en un sentido más amplio, un grito a la necesidad del querer y al significado verdadero del amar.

Alex y Sergi se quieren, se aman y se adoran y eso es algo que ha sabido plasmar de forma excelente el director Carlos Marques-Marcet, que aborda una historia contada desde lo más profundo de su experiencia. Afincado en Los Ángeles, este catalán de nacimiento traslada de forma veraz y genuina todos sus sentimientos al dejar, persiguiendo un sueño, a aquellos a los que más quieres. Es emotivo, es cómico, es trágico y es doloroso. Porque somete a una pareja perfecta a darse cuenta de que no lo es. A ser conscientes de que quizá existan mil medias naranjas y que el amor no sólo tiene que ver con el otro sino también con el momento. Porque entre ellos el quién es fantástico, el cuándo no. Y así, el sentimiento más puro del ser humano -y seguramente el único necesario en la vida- se apaga y no se vuelve a encender. O sí. O tal vez sólo quede el cariño. O quizá sólo queda hacer el amor, mientras el amor se va.

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