Crítica: "Dioses y perros", lucha por la supervivencia

por © NOTICINE.com
'Dioses y perros'


Por Juan Manuel Calvache

Estamos acostumbrados a que el cine español muestre lo más sórdido y deprimido de su sociedad. Hay un placer especial entre los directores nacionales en que lo marginal prime sobre otros ambientes, de manera que cuando se nos muestran otros tipos de realidades digamos la típica frase: “pues no parece una película española”. Si esto es de por sí una constante en nuestro cine, la crisis económica puede estar provocando que esta costumbre se agudice aún más. Creo que el público generalmente actúa de distinta forma, ya que cuanto más crudo se nos presenta el panorama más acudimos al cine a la ansiada búsqueda de escape. Cómo explicar si no el fenómeno “Ocho apellidos vascos” (la calidad de la película no se presta a ello).

Dicho esto, efectivamente “Dioses y perros” es un drama, en una ambiente marginal, en el barrio madrileño de Vallecas… Tenemos al protagonista (Hugo Silva) que lastra grandes remordimientos, con un hermano en silla de ruedas y un amigo alcohólico. Para colmo Pasca, que así se llama el personaje principal, es un antiguo boxeador que ha de ganarse la vida haciendo de sparring en un gimnasio del barrio. Sin embargo la aparición de Adela (una profesora que acaba de llegar al barrio) cambiará el deprimente devenir del protagonista.

Cuando este panorama se nos presenta al comienzo, temblamos al pensar que más de lo mismo nos espera durante el resto del film, pero la intención del director (David Marqués), por suerte, no es esa. A pesar del luctuoso panorama, Marqués quiere dotar a la película de un tono de normalidad, de sentido del humor dentro del drama. El objetivo es loable pero difícil de conseguir, sin embargo hace que los minutos pasen de manera menos lúgubre de la que nos habíamos imaginado ante la presentación de la historia. El tono es agridulce y eso hace que en ocasiones se rebaje el tono dramático.

Sin embargo los métodos que el director utiliza se me antojan un poco forzados. El brusco sentido del humor con el que Pasca trata a su hermano, de manera que haga su situación lo más llevadera posible, me parece tosco, artificial, sin acabar de comprender muy bien si hace que la situación se suavice o por el contrario nos sintamos más hundidos en el drama.

A pesar de esto, la intención por parte del director sin duda es loable, llegando a entender su posicionamiento frente al drama, aunque por desgracia la falta de sutileza hace que no nos lleguemos a sentir identificados con la relación entre los hermanos.

El papel de Adela en la película, interpretada por una sobreactuada Megan Montaner (puede ser culpa del guión, no de la actriz), también nos parece forzado. Su aparición de la nada para cambiar la vida de Pasca no es en absoluto creíble, y su actitud nos pone directamente de los nervios. No llego nunca a creerme la relación entre la pareja protagonista y eso lastra la historia.

En cambio no podemos más que alabar la actuación de Hugo Silva. Muy comprometido con su personaje y con la historia, realiza una gran interpretación que resulta creíble en todo momento, a pesar de las complicadas tesituras en las que el guión le sitúa en ocasiones.

Lo mejor de la película es su relación con Fonsi (Juan Codina), el autodestructivo mejor amigo de Pasca, un boxeador retirado que descuida su vida, su mujer y a su hijo, no sabemos si a causa de la crisis o del alcohol. Las escenas entre ellos son lo más creíble del relato, alternando momentos dramáticos, con ese sentido del humor con el que el director quiere contagiar la película, y que en este caso lo logra, incluso proporcionando los momentos más tiernos del filme (la escena en la cama es un claro ejemplo).

También tenemos que resaltar una banda sonora que acompaña de manera sensacional las situaciones y una buena realización de las escenas de boxeo.

A esta historia de redención y a pesar de sus lagunas y del abrupto final, no se le puede achacar la falta de intención, y sobre todo no podemos decir que sea en absoluto una película aburrida, todo lo contrario. Ya sea por su corto metraje (84 minutos), o por la habilidad de su director, salimos de la sala con buen sabor de boca y habiendo perdido el miedo inicial a encontrarnos otro drama social al uso.

Sigue nuestras últimas noticias por TWITTER.