Colaboración: Carta para La Habana

por © NOTICINE.com
Antonio d’Estefano
 Remite: Sergio Berrocal

Cuba es el único país del mundo que tiene su historia filmada mes tras mes, año tras año, desde que Fidel Castro echó a Fulgencio Batista y empezaron más de cincuenta años de Revolución para diez millones de cubanos que ya no pueden más de ser tan revolucionarios y quisieran vivir. Cercada, estrangulada por Estados Unidos, que ahora se hace el manso con un Barack Obama al que tan poco parece interesar el restablecimiento de relaciones, la Isla tiene una historia subterránea. La de sus relaciones con amigos extranjeros a lo largo de ese calvario ultrajante que nadie pagará jamás.

Es la película que al cine cubano le queda por hacer con fecha de ya, ahora mismo, cuando usted quiera.

Difícil, casi imposible, es mantener una amistad a través de ocho mil kilómetros y más de medio siglo de incomprensión, amén de que uno se crió en el imperio del fascista Franco y el otro en el paraíso socialista de Fidel Castro.

Antonio d’Estefano, es un pintor que desgarra entrañas y prejuicios. Una de esas figuras que ha dado la Cuba encerrada en sí misma, pero si es una isla, dijo aquel presidente norteamericano de nombre impronunciable…

Sí, en esa isla, acosados, rodeados, como los indios de las películas norteamericanas, han vivido toda su vida Antonio y su familia.

Están juntos en una casita del barrio Playa de La Habana, donde se respira amistad y amor incondicional.

Como todos los artistas, este italo-cubano de buena leche tiene desde hace años su musa particular. Una mujer que le ha seguido en todos los avatares de la vida y que, por si fuera poco, es una escritora de lo que tiene mejor la Isla.

Ella, Diana Fernández, lleva un montón de años a su alrededor, procurando que todo le sea más fácil o menos difícil de lo que podría ser penoso.

Estamos, no lo olviden, en ese país que Estados Unidos, por la gracia de presidentes norteamericanos ególatras y convencidos de que Dios les dio una misión en el mundo, dominarlo, subyugarlo y hacerlo a su imagen y semejanza, pero en el papel de criado.

Hoy, más de medio siglo después de que Washington haya pateado la soberanía y, lo que es aún peor, el alma de una nación soberana, que siempre luchó por su independencia, el presidente de turno, Barak Obama, decreta que de aquí en adelante serán menos malos con Cuba.

Presidente, Premio Nobel, ¿ha oído usted hablar del indómito José Martí? No, presidente, no es una marca de café. Es el hombre que de haber estado vivo hoy le patearía el culo desde La Habana a Washington DC.

De aquí en adelante, pensó el alto dignatario de todos los mundos, incluso los de Orwell y Kafka, nuestros alegres turistas volverán a Cuba a tomar el delicioso helado que nada más que se da en un lugar de La Habana. En ese parque con pinta de templo de todas las religiones, Coppelia.

Luego, los rechonchos turistas norteamericanos se irán a pasear por el malecón.

A disfrutar de esos atardeceres húmedos, a los que han seguido mañanas pasadas por sol y alguna bruma del mar, que recuerda que Estados Unidos está ojo avizor al otro lado, casi enfrente, a sólo 90 millas.

Todos esos años de padecimiento, Antonio d’Estefano los ha pasado en su taller, debajo de su casa, donde casi todas las noches suena música y se escancia alguna botella mientras la pareja, tanto monta, monta tanto, deja que las conversaciones de los amigos corran por la terraza hacia el mar cercano.

Sé que el pintor y la escritora nunca se marcharán de esa isla que los vio nacer, crecer y desarrollarse como seres humanos recios y sensibles.

Hay que ser recio cuando vives en Cuba. Porque, compañero, la vida ha sido muy dura todos estos años de alegrías revolucionarias. Cuando esperabas que todo lo que predicó la Revolución se cumpliese en tu casa.

Ahora se abre para Cuba y para los cubanos una época de esperanza. Aunque solo sea de esperanza, aunque todo siga siendo tan difícil y cabrón.

Y vosotros, Antonio y Diana, aguantareis otro tirón y conseguiréis que vuestros sueños se hagan realidad.

Desde este otro mundo que tiene como punto final el Mediterráneo, palangana inamovible salvo por viento de levante, seguiremos hablando con vosotros. No transmitiendo ánimos que ese no es el cuento.

Antonio, Diana, en todos estos años de amistad por encima de la geografía y por debajo de la política de unos y otros, nos habéis dado, a nosotros habitantes del mundo “rico”, más esperanzas de la que hemos podido transmitir hacia La Habana. Pinta, pinta con ese amor de que hablaba Antonio Machin. Y tú, bella Diana, prototipo de la mujer que siempre quiso pintar Renoir, no dejes de hablarme con tu escritura de esos hombres y mujeres, los muy testarudos, puñetas, que se empeñan en ser medio felices pese a que los tiempos no siempre son bonitos.

En el fondo, estamos, vivimos, lloramos y reímos en el mismo mundo de injusticias y anhelos. Sólo que a ocho mil kilómetros de distancia y separados por horarios que cuando yo empiezo a soñar vosotros dejáis que los ventanales den paso al aire que a través del mar, no de nuestro pobrecito Mediterráneo, nos una en una ola, en un viento que a veces, cuando las cosas van regular, puede ser huracanado.

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