Colaboración: Un helado para Fidel
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Odio escribir cartas, Y sobre todo a la gente importante porque casi nunca te contesta. Pero hago una excepción para sacar del oprobio burocrático en el que han sumergido a un monumento cubano unos desaprensivos funcionarios habaneros.
Mire, Fidel, resulta que ahora que usted no está visible hay gente en su capital a la que se le va la mano con la imbecilidad de querer poner encima de la mesa el poder, eso que en España se llama vulgarmente huevos.
Fidel, usted tiene 90 años y yo 77, es decir que somos sino de la misma quinta sí estamos embarcados en el mismo barquito velero para la eternidad.
Soy francés y usted es cubano. Un día usted me recibió un ratito muy cortito pero como usted ya no fumaba me corté y no quise pedirle que me regalase uno de esos puros maravillosos que antes exhibía por el mundo.
Ahora vengo bastante alterado por la imbecilidad oprobiosa de unos señores cubanos que creen que esa Cuba maravillosa es cortijo de ellos.
Hace muchos años que escribo sobre Cuba. En el 1993 tuve la suerte de asistir en el teatro Carlos Marx de La Habana al triunfo de una de las grandes películas de ese cine de ustedes, “Fresa y chocolate”. Salí de la sala entusiasmado y corrí como un loco al Coppelia para meterme una cucharilla con una mezcla de fresa y chocolate. Qué gozada. Luego repetí en el Nacional.
Desde el fondo de Andalucía, sur de España, donde vivo en este fuerte que es el último de la civilización europea antes de África, me he cogido esta mañana una soñarrera de carcajada leyendo el digital de “Juventud Rebelde”.
Una periodista que tiene dedos de buena escritora, Susana Gómez Bugallo, informa en un divertido escrito que no sabe cómo hacer un reportaje en Coppelia, el lugar más cinematográfico y más universal de Cuba. Porque lo ha intentado y Kafka y toda su corte infernal le han salido al paso, cortándole todos sus respetuosos intentos para que le autorizaran a escribir y fotografiar Coppelia.
“Aunque habíamos llamado días antes, no logramos contactar con quien debía atendernos” (en la administración o algo parecido).
Segundo acto. “Llegamos a la oficina de quien se encontraba al frente de la entidad por esos días, pero nos informaron que no estaba y había dejado dicho que para un reportaje en Coppelia, debíamos solicitarlo en la Unión de Empresas de Comercio y Gastronomía en La Habana, con el compañero Pepe”.
Ay, Pepe de mis entretelar, ¿pero dónde coño andabas tú perdido? ¿Qué tremendo cachondeo se trae usted con los periodistas, señor de todos los helados?
Y estos pobres compañeros se dijeron entonces que iban a hacer las cosas bien pero teniendo en cuenta que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Y quisieron saltarse a la torera las prohibiciones y adelantar el reportaje en espera de que Pepe se despertase.
Tercer acto: “Tal intención fue frenada por miembros del personal, quienes se negaron a nuestra gestión, explicando que sin autorización no había trámite posible”. La colega no explica si utilizaron botes de humo.
Cuarto y último acto, terrorífico, donde aparece una tal Maribel, “que transmitiría nuestra solicitud con el vicepresidente primero del Consejo de la Administración Provincial para conseguir su aprobación”.
Ya he decidido que en mi próximo viaje a Cuba, para más seguridad, pediré permiso de tomar un helado en Coppelia primero al Centro de Prensa Internacional, luego al venerable Pepe y ya que estamos también a Maribel. Y si alguien me dice cómo se llama el secretario de la secretaria del vicepresidente primero… O por lo menos el nombre de la esposa de alguno de ellos, porque ya se sabe que las mujeres tienen influencia.
Querido Fidel. Cuando estaba usted en Sierra Maestra seguro que no pensaba en dar la libertad a tanto mequetrefe que lo único que merecería sería hacerlos andar por la plancha, enjabonada seguramente, con la que los piratas mandaban a sus enemigos a los estómagos de los tragones tiburones.
Qué la Virgen de la Caridad del Cobre tenga piedad de los pobrecitos tiburones, porque están en vías de extinción. Y una indigestión como la que les propongo…
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Odio escribir cartas, Y sobre todo a la gente importante porque casi nunca te contesta. Pero hago una excepción para sacar del oprobio burocrático en el que han sumergido a un monumento cubano unos desaprensivos funcionarios habaneros.
Mire, Fidel, resulta que ahora que usted no está visible hay gente en su capital a la que se le va la mano con la imbecilidad de querer poner encima de la mesa el poder, eso que en España se llama vulgarmente huevos.
Fidel, usted tiene 90 años y yo 77, es decir que somos sino de la misma quinta sí estamos embarcados en el mismo barquito velero para la eternidad.
Soy francés y usted es cubano. Un día usted me recibió un ratito muy cortito pero como usted ya no fumaba me corté y no quise pedirle que me regalase uno de esos puros maravillosos que antes exhibía por el mundo.
Ahora vengo bastante alterado por la imbecilidad oprobiosa de unos señores cubanos que creen que esa Cuba maravillosa es cortijo de ellos.
Hace muchos años que escribo sobre Cuba. En el 1993 tuve la suerte de asistir en el teatro Carlos Marx de La Habana al triunfo de una de las grandes películas de ese cine de ustedes, “Fresa y chocolate”. Salí de la sala entusiasmado y corrí como un loco al Coppelia para meterme una cucharilla con una mezcla de fresa y chocolate. Qué gozada. Luego repetí en el Nacional.
Desde el fondo de Andalucía, sur de España, donde vivo en este fuerte que es el último de la civilización europea antes de África, me he cogido esta mañana una soñarrera de carcajada leyendo el digital de “Juventud Rebelde”.
Una periodista que tiene dedos de buena escritora, Susana Gómez Bugallo, informa en un divertido escrito que no sabe cómo hacer un reportaje en Coppelia, el lugar más cinematográfico y más universal de Cuba. Porque lo ha intentado y Kafka y toda su corte infernal le han salido al paso, cortándole todos sus respetuosos intentos para que le autorizaran a escribir y fotografiar Coppelia.
“Aunque habíamos llamado días antes, no logramos contactar con quien debía atendernos” (en la administración o algo parecido).
Segundo acto. “Llegamos a la oficina de quien se encontraba al frente de la entidad por esos días, pero nos informaron que no estaba y había dejado dicho que para un reportaje en Coppelia, debíamos solicitarlo en la Unión de Empresas de Comercio y Gastronomía en La Habana, con el compañero Pepe”.
Ay, Pepe de mis entretelar, ¿pero dónde coño andabas tú perdido? ¿Qué tremendo cachondeo se trae usted con los periodistas, señor de todos los helados?
Y estos pobres compañeros se dijeron entonces que iban a hacer las cosas bien pero teniendo en cuenta que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Y quisieron saltarse a la torera las prohibiciones y adelantar el reportaje en espera de que Pepe se despertase.
Tercer acto: “Tal intención fue frenada por miembros del personal, quienes se negaron a nuestra gestión, explicando que sin autorización no había trámite posible”. La colega no explica si utilizaron botes de humo.
Cuarto y último acto, terrorífico, donde aparece una tal Maribel, “que transmitiría nuestra solicitud con el vicepresidente primero del Consejo de la Administración Provincial para conseguir su aprobación”.
Ya he decidido que en mi próximo viaje a Cuba, para más seguridad, pediré permiso de tomar un helado en Coppelia primero al Centro de Prensa Internacional, luego al venerable Pepe y ya que estamos también a Maribel. Y si alguien me dice cómo se llama el secretario de la secretaria del vicepresidente primero… O por lo menos el nombre de la esposa de alguno de ellos, porque ya se sabe que las mujeres tienen influencia.
Querido Fidel. Cuando estaba usted en Sierra Maestra seguro que no pensaba en dar la libertad a tanto mequetrefe que lo único que merecería sería hacerlos andar por la plancha, enjabonada seguramente, con la que los piratas mandaban a sus enemigos a los estómagos de los tragones tiburones.
Qué la Virgen de la Caridad del Cobre tenga piedad de los pobrecitos tiburones, porque están en vías de extinción. Y una indigestión como la que les propongo…
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