Colaboración: "Dolor y Gloria", el creador y el hombre
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Por Carolina G. Guerrero
Es más dolor, mucho más dolor, que gloria. El director manchego nos lo enseña, como si se tratase de un agujero escondido en la pared, y el espectador fisgase ese mundo personal del director protagonista, en esta su nueva película estrenada el pasado fin de semana en el primer puesto de la taquilla española.
Las cintas del director ibérico más internacional son siempre esperadas y anheladas, ahora más después de que su anterior trabajo "Julieta", obtuviera criticas dispares. En "Dolor y gloria", Pedro se moja, y habla más que nunca de su universo intimo e interno.
Aunque no sea absolutamente autobiográfica, si se adivina más que nunca la intimidad del director, donde parece que se abre en canal.
Almodóvar, como nos tiene acostumbrados últimamente, ahonda en las profundidades del drama, con las mínimas escenas de distensión, y rodeado de esa atmósfera aislada, íntima, y literalmente visceral.
Por medio de viajes que le brinda el consumo de la heroína, el protagonista, Salvador Mallo, interpretado por Antonio Banderas, se desplaza en flashbacks al pasado, sobre todo a su más tierna infancia.
Sigue deleitándose y deleitando al espectador, con esas escenas frescas de los recuerdos infantiles.
De una madre apañada, que podía y se sacrificaba con todo y por todo, interpretada en su lozanía por su musa, Penélope Cruz, que repite el cliché de "Volver", pero esta vez, es una madre mucho más austera, más humilde, sin artificios, que lucha en un marco de pobreza sin medios, pero sin escatimar imaginación.
Julieta Serrano, por su parte, es la encargada de dar vida a la madre en el final de su vida. Se trata de un personaje que muy poco tiene que ver con aquella otra madre perturbada de "Mujeres al borde de un ataque de nervios", y que en su papel de Jacinta, borda esa naturalidad, tan difícil de conseguir brindando una interpretación admirable.
Asier Etxeandia, coprotagonista de este film, es un antiguo actor de nombre Alberto Crespo, con el que Salvador no se habla desde hace tres décadas, un hombre que se quedo anclado en el pasado y ve pasar la vida a través de sus dependencias.
Él sera el hilo conductor de vivencias inesperadas para Salvador, el encargado en cierta manera de devolverle a la vida.
Asier hace suyo el personaje, y le da la gracia y el tono merecido, deleitándose en el papel brillante que le ha tocado en suerte en esta historia almodovariana.
Esta difícil situación que mantienen en un principio actor y director, no es solo producto de la ficción. Se conocen las desavenencias que Pedro ha mantenido con algunos de los que fueron sus actores fetiches en otro tiempo, pero esto también forma parte de la vida de cualquiera. Con unos te llevas bien, a otros los quieres olvidar.
Leonardo Sbaraglia, sin embargo, comentó que para él no fue difícil rodar junto al manchego, sino un auténtico reto, poder hacerlo junto a este artista que tanto admira desde siempre.
El astro argentino hace un breve pero importante papel en "Dolor y Gloria". El azar le hará de nuevo aparecer en la vida del protagonista al que estuvo muy unido en sus años locos.
Dolor no es sólo la palabra más presente en todo el metraje, sino un estado permanente para Salvador.
Dolor físico, dolor del alma, dolor de desamor, de soledad… Dolor por no haber podido cumplir los deseos de una madre que jamas se sintió deslumbrada por toda la gloria que su hijo había logrado, y a la que no le gustaba nada, como veía caricaturizar a sus amigas, en las películas de su hijo.
Ello, a pesar de que él se lo negaba hasta la saciedad, explicándole que el admiraba tanto a ella como a sus amigas y vecinas del pueblo, y que aprendió mucho de lo que era gracias a ellas.
El padre (Raul Arevalo), casi siempre en segundo plano o ausente, hacía que la relación madre hijo fuera muy estrecha, una relación que marco al personaje principal, al que no se puede desligar del director que todos conocemos, y que hace gala de un look totalmente reconocible.
Antonio Banderas es el encargado de mostrar ese dolor sin aspavientos, nada que ver con otros papeles como los anteriores junto a Pedro, como el perturbado tierno e irresistible de "Átame", el psicópata de "La ley del deseo", o el otro médico también desquiciado de "La piel que habito".
Banderas borda ese papel de director solitario y dolorido, el espectador analiza cada gesto y cada mueca del actor malagueño, en la que según Almodóvar es su mejor interpretación hasta la fecha.
Pero, sin duda, el dolor, sigue siendo el principal protagonista. Dolor del cuerpo, de múltiples dolencias reales y psicosomáticas; dolor de ansiedad, dolor de insomnio y de angustia, de no poder estar bien mas que cuando trabaja rodando, pero paradojicamente ese dolor no le deja trabajar.
Dolores físicos de espalda, migrañas destructoras de tanto pensar, y anhelar, de buscar y rebuscar en el inconsciente, y en la memoria, que a veces en su único bálsamo calmante.
Ese dolor traspasa la pantalla y se hace palpable para el espectador. En esta cinta, la gloria es una palabra, algo que planea el aire, pero que no se ve.
La muerte y la soledad vuelven a reinar en el mundo de Pedro. Su madre le habla a su hijo, de ella con una valentía y coraje que en los tiempos que corre nadie tiene.
La muerte como se vive en los pueblos, algo asumido y para lo que uno tiene que estar preparado.
En "Dolor y gloria", como en todas las de Almodóvar, el contenido es muchísimo más de lo que en un principio puede parecer, y se desgrana en mil sensaciones y reflexiones.
El amor, el desamor..., algo que ya da por perdido, y en lo que ni tan siquiera piensa el protagonista más dolor, el del corazón.
Chavela Vargas es un clásico en el telón de fondo romántico y desgarrador, con una de sus canciones.
Y de nuevo flashbacks de una casa cueva (la de su infancia), que se iba convirtiendo en un hogar con lo mínimo y donde fue feliz, comparada con la casa lujosa llena de obras de arte, que es lo único que le hace compañía a este hombre solitario y no le hace feliz.
"Dolor y gloria" es una ventana que el director abre muy generosamente a su público, y donde nos deleita con la naturalidad del viaje de la vida y la tragedia de la muerte. Lo que no cambia después de ver una película de Pedro es que siempre te quedas con ganas de más.
Gracias de nuevo.
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Es más dolor, mucho más dolor, que gloria. El director manchego nos lo enseña, como si se tratase de un agujero escondido en la pared, y el espectador fisgase ese mundo personal del director protagonista, en esta su nueva película estrenada el pasado fin de semana en el primer puesto de la taquilla española.
Las cintas del director ibérico más internacional son siempre esperadas y anheladas, ahora más después de que su anterior trabajo "Julieta", obtuviera criticas dispares. En "Dolor y gloria", Pedro se moja, y habla más que nunca de su universo intimo e interno.
Aunque no sea absolutamente autobiográfica, si se adivina más que nunca la intimidad del director, donde parece que se abre en canal.
Almodóvar, como nos tiene acostumbrados últimamente, ahonda en las profundidades del drama, con las mínimas escenas de distensión, y rodeado de esa atmósfera aislada, íntima, y literalmente visceral.
Por medio de viajes que le brinda el consumo de la heroína, el protagonista, Salvador Mallo, interpretado por Antonio Banderas, se desplaza en flashbacks al pasado, sobre todo a su más tierna infancia.
Sigue deleitándose y deleitando al espectador, con esas escenas frescas de los recuerdos infantiles.
De una madre apañada, que podía y se sacrificaba con todo y por todo, interpretada en su lozanía por su musa, Penélope Cruz, que repite el cliché de "Volver", pero esta vez, es una madre mucho más austera, más humilde, sin artificios, que lucha en un marco de pobreza sin medios, pero sin escatimar imaginación.
Julieta Serrano, por su parte, es la encargada de dar vida a la madre en el final de su vida. Se trata de un personaje que muy poco tiene que ver con aquella otra madre perturbada de "Mujeres al borde de un ataque de nervios", y que en su papel de Jacinta, borda esa naturalidad, tan difícil de conseguir brindando una interpretación admirable.
Asier Etxeandia, coprotagonista de este film, es un antiguo actor de nombre Alberto Crespo, con el que Salvador no se habla desde hace tres décadas, un hombre que se quedo anclado en el pasado y ve pasar la vida a través de sus dependencias.
Él sera el hilo conductor de vivencias inesperadas para Salvador, el encargado en cierta manera de devolverle a la vida.
Asier hace suyo el personaje, y le da la gracia y el tono merecido, deleitándose en el papel brillante que le ha tocado en suerte en esta historia almodovariana.
Esta difícil situación que mantienen en un principio actor y director, no es solo producto de la ficción. Se conocen las desavenencias que Pedro ha mantenido con algunos de los que fueron sus actores fetiches en otro tiempo, pero esto también forma parte de la vida de cualquiera. Con unos te llevas bien, a otros los quieres olvidar.
Leonardo Sbaraglia, sin embargo, comentó que para él no fue difícil rodar junto al manchego, sino un auténtico reto, poder hacerlo junto a este artista que tanto admira desde siempre.
El astro argentino hace un breve pero importante papel en "Dolor y Gloria". El azar le hará de nuevo aparecer en la vida del protagonista al que estuvo muy unido en sus años locos.
Dolor no es sólo la palabra más presente en todo el metraje, sino un estado permanente para Salvador.
Dolor físico, dolor del alma, dolor de desamor, de soledad… Dolor por no haber podido cumplir los deseos de una madre que jamas se sintió deslumbrada por toda la gloria que su hijo había logrado, y a la que no le gustaba nada, como veía caricaturizar a sus amigas, en las películas de su hijo.
Ello, a pesar de que él se lo negaba hasta la saciedad, explicándole que el admiraba tanto a ella como a sus amigas y vecinas del pueblo, y que aprendió mucho de lo que era gracias a ellas.
El padre (Raul Arevalo), casi siempre en segundo plano o ausente, hacía que la relación madre hijo fuera muy estrecha, una relación que marco al personaje principal, al que no se puede desligar del director que todos conocemos, y que hace gala de un look totalmente reconocible.
Antonio Banderas es el encargado de mostrar ese dolor sin aspavientos, nada que ver con otros papeles como los anteriores junto a Pedro, como el perturbado tierno e irresistible de "Átame", el psicópata de "La ley del deseo", o el otro médico también desquiciado de "La piel que habito".
Banderas borda ese papel de director solitario y dolorido, el espectador analiza cada gesto y cada mueca del actor malagueño, en la que según Almodóvar es su mejor interpretación hasta la fecha.
Pero, sin duda, el dolor, sigue siendo el principal protagonista. Dolor del cuerpo, de múltiples dolencias reales y psicosomáticas; dolor de ansiedad, dolor de insomnio y de angustia, de no poder estar bien mas que cuando trabaja rodando, pero paradojicamente ese dolor no le deja trabajar.
Dolores físicos de espalda, migrañas destructoras de tanto pensar, y anhelar, de buscar y rebuscar en el inconsciente, y en la memoria, que a veces en su único bálsamo calmante.
Ese dolor traspasa la pantalla y se hace palpable para el espectador. En esta cinta, la gloria es una palabra, algo que planea el aire, pero que no se ve.
La muerte y la soledad vuelven a reinar en el mundo de Pedro. Su madre le habla a su hijo, de ella con una valentía y coraje que en los tiempos que corre nadie tiene.
La muerte como se vive en los pueblos, algo asumido y para lo que uno tiene que estar preparado.
En "Dolor y gloria", como en todas las de Almodóvar, el contenido es muchísimo más de lo que en un principio puede parecer, y se desgrana en mil sensaciones y reflexiones.
El amor, el desamor..., algo que ya da por perdido, y en lo que ni tan siquiera piensa el protagonista más dolor, el del corazón.
Chavela Vargas es un clásico en el telón de fondo romántico y desgarrador, con una de sus canciones.
Y de nuevo flashbacks de una casa cueva (la de su infancia), que se iba convirtiendo en un hogar con lo mínimo y donde fue feliz, comparada con la casa lujosa llena de obras de arte, que es lo único que le hace compañía a este hombre solitario y no le hace feliz.
"Dolor y gloria" es una ventana que el director abre muy generosamente a su público, y donde nos deleita con la naturalidad del viaje de la vida y la tragedia de la muerte. Lo que no cambia después de ver una película de Pedro es que siempre te quedas con ganas de más.
Gracias de nuevo.
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