OPINIÓN: Una rosa marchita sembrada en Cuba

por © Frank Padrón (Cuba)-NOTICINE.com
Escenas del film
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De Armas y GonzálezEscenas del film7-IV-06

Tras una conferencia de prensa con su realizador Manuel Gutiérrez Aragón ("Cosas que dejé en la Habana") tuvo lugar en el cine La Rampa (sede temporal de la Cinemateca) la première, a la vez estreno entre nosotros, de "Una rosa de Francia", lo nuevo de este cineasta español (presente en la exhibición) que, mecido cuando niño con historias (quizá como ésta que anima su nuevo filme) contadas por su abuela santiaguera, vuelve a sus obsesiones con la isla caribeña de sus ancestros.

En esta ocasión, la sinopsis reza que es una "Cuba de cualquier época", aunque la ambientación coloca la trama antes de 1959, si bien un acaso deliberado anacronismo (la V del antiguo Tencent de Galiano, en la puerta, data de mucho después) pretenda reforzar esos vínculos, al menos en algunos motivos, con esa perspectiva atemporal.

Pero en fin, ¿de qué va esta nueva obra hispano-cubana donde la Madre Patria vuelve a mirar a la antigua "Española" según la bautizara alguna vez el descubridor Cristóbal?: Un hombre tan seductor como criminal, Simón (Jorge Perugorría), navega en su viejo barco transportando emigrantes clandestinos camino de Nueva York. Los abandona en un islote a su suerte, sarcástico e impasible. Una patrullera norteamericana descubre al barco clandestino e inicia una persecución sin que le importe violar las aguas cubanas. Un marinero de su barco, Andrés (Álex González), salva la vida de Simón y cae herido bajo las balas norteamericanas, algo que este último agradece siempre al joven pese a que éste se enamore casualmente de una insinuante adolescente, Marie (Ana Cecilia de Armas), que a su vez es una protegida de Simón y está "instalada" en la mansión habanera de Madame, cuyas lecciones de francés son famosas en toda la isla y cualquier juez, ministro o pez gordo que se precie conoce sus dotes pedagógicas y su capacidad para obrar la metamorfosis. Las niñas que allí lleva Simón entran sin saber nada y salen que parecen princesas, chapurreando idiomas finos y sentando cátedra en artes amatorias...

El conflicto está servido, enamorados, Marie y Andrés, intentarán huir de Cuba camino de Nueva York. Simón hará todo para impedirlo. Como puede inferirse, la trama tiene todos los puntos de contacto necesarios con el melodrama más rancio, e incluso, con la telenovela. Asumida esta limitación, como quiera que entroniza viejos clisés, y el consabido esquematismo en sujeto, personajes y situaciones, poco de original pudiera encontrarse en esa historia "cocinada" a cuatro manos entre el propio director y el guionista cubano Senel Paz ("Fresa y chocolate"), si bien debe reconocerse que, dentro de esos linderos genéricos, la misma está armada con suficiente conocimiento de causa como para hacerla atractiva y, teniendo en cuenta la experiencia de ambos guionistas, haber unido los afluentes argumentales con un mínimo de pericia como para sembrar el interés hasta el final: aquí están los criados serviles, alguno de los cuales oye tras las puertas y se pone en función de sus amos; las chicas "casaderas" refinándose y listas para las transacciones; la matrona pragmática pero a la vez sentimental, capaz de un tierno gesto que le recuerde sus años puros y amatorios; el pirata inescrupuloso que, faltaba más, conserva sin embargo un riconcito noble en su duro corazón de lobo marino y hombre de negocios, y no sólo tiene debilidad por una de sus "mercancías" sino que es capaz de sacrificarla ante el amor grande que es incapaz de protagonizar...

Cualquier semejanza con otras muchas historias vistas o leídas, no es pura coincidencia, por supuesto: es la historia, en buena medida, de este tipo de cine que sigue y seguirá haciéndose por cuanto goza de admiradores y seguidores aquí y allá. Por tanto, y pese a su condición incuestionablemente menor, resulta legítimo.

Entonces, lo verdaderamente fallido en "Una rosa de Francia" es lo único en que no podía darse el lujo de fallar, lo único imprescindible en el cine: la puesta en pantalla.

A pesar de su experiencia, y de contar ya a su haber con títulos muy estimables ("La mitad del cielo", "Demonios en el jardín", "Camada negra"...), el cineasta nacido en Torrelavega en 1942, no ha logrado inyectar a la anécdota y sus meandros el mínimo de interés, mucho menos de la pasión que se supone, debieran despertar: la narración padece anemia perniciosa, no sólo resultan lentos la exposición y ulterior desarrollo del conflicto, sino que pecan de tediosos, carentes de vida y emoción. Puestos a emplear claves del melodrama, no se concibe que ellas entonces no se plasmen con la energía que el género requiere.

Quizá temiendo a los excesos y efectismos del mismo, Aragón cae en el otro extremo: la diégesis transcurre como si, en efecto, una abuela bostezante y aburrida contara la historia, más sólo para que los nietos se duerman rápido y sin hacer preguntas.

Hay, sin embargo, valores en la cinta que, a pesar de lo señalado, fue premiada con entusiastas aplausos por el repleto auditorio de La Rampa: la reconstrucción de época, con esa pátina ahistórica y como detenida en el tiempo, ha sido cuidadosa; la fotografía y la música (esta última apoyada en boleros y canciones cubanas famosas, aunque la que da título al film, escrita por Rodrigo Prats, debiera haber aparecido más, incluso incorporarse a los fragmentos incidentales) se ponen en función del tema, mientras el vestuario y el maquillaje apuntan a esa mitad de siglo (XX), época la cual, según la visión del realizador (visión muy discutible, claro) rige aún el espíritu romántico de hoy ("En Cuba, declaró al diario "El País", todo es de los años cincuenta: los coches, los hoteles... y lo que no lo es, ya no existe. Parece todo en suspenso").

En tanto las actuaciones, digamos que son todas discretas, sin posible entusiasmo por que hallemos en alguna un desempeño superlativo. El más internacional de nuestros actores, Jorge Perugorría, confiere el cinismo y las contradicciones de su lobo de mar que opera en tierra; una actriz tan notable como Broselianda Hernández (Madame) tampoco aporta nada nuevo a su brillante trayectoria; el español Alex González exhibe poco más que una hermosa figura y su carita de niño bueno... Acaso lo más interesante en este rubro sea la actriz-revelación, y no es que Ana Cecilia de Armas mereciera tanto como un premio en esa categoría que a veces extienden algunos festivales, pero no es menos cierto que esta Angeline Jolie caribeña aporta la sensualidad, la mezcla de ingenuidad y a la vez ingenio de su aprendiz que se niega al destino que le han asignado, y por tanto invita a seguirla de cerca.

"Una rosa de Francia" no es de esas flores que conminan a arrancarlas y lanzarlas al cesto, pero carece, eso sí, de la fragancia y la belleza por los cuales tratamos de conservarlas en el jarrón más tiempo que el destinado a su corta vida.