Cine holandés contemporáneo: un feliz encuentro

por © Frank Padrón (Cuba)-NOTICINE.com
Un amigo en alquiler
Un amigo en alquiler
SimónUn amigo en alquiler13-XI-06

Con una asistencia de público tan nutrida como en los diez días anteriores, desde que se inauguró el primero del mes, concluyó el sábado último en la sala Chaplin de la Cinemateca de Cuba la primera muestra de cine holandés contemporáneo que tiene lugar en el país.

La última curva no varió el sentido, ni bajó para nada la temperatura de lo exhibido. Pese a su decepcionante título “charlesbronsiano”, “El último vengador” (que realmente en el original holandés es algo así como “La acción de Somberman”) nos trajo caracteres y situaciones no menos sólidas y motivadoras que en otras cintas aquí comentadas: la crisis existencial, social y económica que atraviesa un poeta en paro ofrece un buen caldo de cultivo para un trayecto donde la contundencia dramatúrgica, la fluidez narrativa y los excelentes desempeños interpretativos (Dirk Roofthooft, Oda Sepelbos, Serge Henri...) suman un film que entretiene e invita a la reflexión de principio a fin. Por cierto, el director Casper Verbrugge partió de una novela de Ramco Campert cuando rodó la película en 1999, de ahí una característica recurrente en el cine holandés: la impronta literaria que tiene la mayoría de los guiones, aún cuando no partan de tales referentes, casi siempre hay un narrador in off, que a veces no obtiene resultados precisamente halagüeños (“Trópico de Esmeralda”, como ya señalamos), hay frecuentes retrospectivas y hasta subrayados francamente innecesarios por cuanto la imagen ya bastaría.

Ello ocurre en “Simón” (2004), una cinta de Eddy Terstall que era de las más esperadas por su atractiva sinopsis (la amistad estrecha e incondicional entre un hetero y un homo), lo que nos hacía pensar en nuestra “Fresa y chocolate” (G.Alea-Tabío) de modo que fue ésta una de las funciones más concurridas. Sin embargo, nada que ver, o poco: Camiel, quien es también ese sempiterno narrador al que hacíamos referencia, es el único gay de un grupo compacto y bien llevado, que incluye a las mujeres actuales y nuevas del protagonista, sus hijos, una enfermera y otros amigos. Pero, si bien el tema del homosexualismo está bien presente por la importancia del personaje en la historia (no sólo narra in off, sino comenta, asistimos a su relación e incluso a su boda) no es en lo absoluto la relación entre amigos con diversas tendencias eróticas lo que da médula a “Simón”, que más bien va sobre la “joie de vivre”, la alegría de vivir en los momentos más duros, como quiera que el prota tiene un tumor cerebral irreversible que lo lleva a decidir la eutanansia, pero ni aún en el lecho de muerte pierde el sentido del humor, la agudeza y el amor por la vida que lo caracterizaron cuando era un joven sano, libidinoso y despreocupado.

La obra, escrita también por su director, se muerde a veces la cola con circunloquios y reiteraciones, pero injusto sería negarle lo positivo de su mensaje, el sincero canto que hace a la amistad y la unión por encima de cualquier diferencia y la importancia de sembrar los mismos en la vida, para cosechar, como lo hace Simón, frutos más importantes aún que la propia vida, como se sabe, y nos recuerda el film, frágil y breve. Multipremiada en su país (incluyendo el realmente brillante protagónico de Cees Geel) no diría que fue el punto más alto de esta primera muestra de Holanda en Cuba, pero sí uno de sus momentos más cálidos.

Cerró este evento la cinta que también la inauguró: “Un amigo en alquiler” (2000), precisamente del mismo realizador de “Simón”, Eddy Terstall: una “comedia romántica sobre dinero”, según la promoción, aunque también una pieza futurista, en un porvenir tan cercano que pudiera ser ya mismo, dentro de una ciudad donde los rascacielos y apartamentos confortables más idénticos (clara metáfora de la rutina y el vacío existencial) han sustituido eso que tanto defiende el director, según vimos en la cinta anteriormente reseñada: el amor y la amistad. En este sentido, el protagonista, abandonado por su mujer (escritora de telenovelas que se nutre casi literalmente de esa relación para conformar las situaciones) toma un trabajo insólito: rentar parte de su tiempo a personas necesitadas de compañía, algo que prospera tanto que deviene toda una agencia.

Con análogo sentido del humor (concretamente la ironía) que hallamos en “Simón”, Terstall reflexiona también (y con él nosotros) en torno a la paridad arte-comercio, que tanto afecta la vida cotidiana, sobre todo en las grandes ciudades: ¿debe el artista hacer concesiones para simplemente vivir?, ¿es legítimo a quienes tienen un don de ese tipo desdoblarse en negociantes?, y claro, vuelve sobre las profundas necesidades afectivas del mundo contemporáneo, se burla de la telenovela como género reinante en la televisión actual, y nos entrega, en fin, otra deliciosa comedia edificada, como en el caso anterior (aunque no tanto) sobre temas bien serios. Repiten actrices como Nadja Hüpscher (la hija de “Simón”) y Rifka Lodeizen (la ex allí) junto al protagónico, Marc van Uchelen, ese pintor de absurdos cuadros de indescifrables motivos mexicanos que se vuelve rico alquilando amistad, Natasja Ñoturco, Femke Lakerverld, y un equipo de gran profesionalidad que señala a Terstall, además de ingenioso guionista y notable director, como un certero guía de actores.

EL CINE BREVE

House of shorts rezaba el sello que identificaba los cortos que acompañaban las películas en esta muestra, y si de ellas, como hemos comentado, casi todo era de primera, no puede afirmarse lo mismo de estas sucintas piezas, por lo general tendientes a un experimentalismo tan deslumbrante desde el punto de vista técnico y estético, como vacío.

Es el caso de “11:59” (Johan Kramer), cuya peculiaridad es la coincidencia entre el tiempo fílmico y el real, los que necesita un joven marroquí para tomar una decisión importante que comunica a sus amigos, y la cual ejecuta en los últimos segundos. El corto puede considerarse un chiste, aunque de gusto bastante dudoso y donde sólo hay para elogiar una cámara en mano precisa y un sonido directo eficaz.

“Shelter”, de Boris Paval Conen, es una suerte de performance o video-arte donde una pareja se refugia de la lluvia en una cueva ejecutando una hermosa danza; como ballet no está mal, y en cuanto a lo fílmico, encontramos unos aditamentos de colores al trayecto en blanco y negro que denotan un elegante trabajo fotográfico. En tanta que "League of Legends", de Jeffrey Elmont, reúne a dos jóvenes y destacados futbolistas convocados a enfrentarse para convertirse en leyendas; también aquí, es mejor la cáscara que el fruto: los expresivos planos, los movimientos de cámara y la brillante banda sonora, se ponen en función de muy poco.

Lo mejor acaso estuvo, de entre los cortos, en uno que no lo era tanto: en veinticuatro minutos, el director Arch Khetagouri narra prescindiendo totalmente de diálogos, apenas una leve música y a imagen limpia, el periplo de un hombre maduro que regresa a la casa de su infancia, cuando durante la guerra, presenció oculto en un árbol la violación y asesinato de sus padres. La sensibilidad ajena a efectismos melodramáticos, esa contención del tono, el realismo que cede sin embargo a lo más importante: el recuerdo que no persigue una morbosa tortura propia sino la recuperación de la niñez violentamente arrancada, son lo mejor de este breve film que nos demostró, junto a otros (pocos, es cierto), cómo también hay indiscutibles valores en esta parcela de la producción fílmica de la Holanda contemporánea.

Primera muestra que deja el buen sabor y el deseo de que haya pronto otras, para repetir tan provechoso encuentro con un cine maduro y original.