El personaje: Fernando Trueba, aventuras de un narrador melancólico
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Por Angel L.Esteban
El estreno de “El embrujo de Shanghai”, el próximo viernes 12 es sin duda uno de los más esperados dentro del cine español en los últimos años. No se trata sólo de la controvertida traslación a imágenes de la famosa novela de Juan Marsé, sino el regreso al terreno de la ficción de uno de los realizadores más populares, arriesgados y respetados de nuestra industria, Fernando Trueba.
Quien proclamase como Dios al recién fallecido Billy Wilder al recoger su merecido Oscar a la mejor película de habla no inglesa por la jovial, republicana y emotiva “Belle Epoque”, es sobre todo un narrador a través de las imágenes. Ha tenido así una oportunidad única al ocuparse de esta historia desdoblada, que trascurre paralelamente entre la Barcelona de 1948 en color y el lejano Shanghai en blanco y negro, donde el protagonista de la película imagina, para escapar de su amarga realidad, las aventuras de un maqui que emprende rumbo a Oriente entre nazis y misteriosas mujeres bellas. Esa duplicidad, ha permitido a Trueba desenvolverse a sus anchas con un guión que él mismo rehizo tras abandonar el proyecto Víctor Erice, a quien el productor Andrés Vicente Gómez le había encomendado la labor en un principio.
Al lado del famoso productor se ha desarrollado la filmografía de Fernando Trueba, a su lado estaba también aquella lejana noche de triunfo en Hollywood, quien repite en esta ocasión con actores que forman parte ineludible de su familia cinematográfica: Fernando Fernán-Gómez, Rosa María Sardá, Jorge Sanz, Antonio Resines y, como no, Ariadna Gil, que tiene ocasión de lucirse aquí en un doble papel, al mismo tiempo arrabalero y glamouroso.
Con ojo certero Trueba ha sabido desarrollar su carrera desde la modesta comedia madrileña de la transición, rompiendo moldes con su “Ópera prima” al lado de los primeros pasos en celuloide de Colomo, Almodóvar, Martínez Lázaro y demás, trasladando a la gran pantalla amores, personajes y situaciones cotidianas que nunca antes podían haberse mostrado por condicionamientos políticos. Historias de antihéroes anónimos, de relaciones cruzadas turbulentas, de sexualidad emergente y de optimismo galopante y humor inocente pese a las ilusiones frustradas. Reflejo de ello son “Sal gorda” y, sobre todo, “Sé infiel y no mires con quien”, ejemplo perfecto de la comedia de enredo española plagada de estrellas que rinde homenaje a la escuela clásica pero que incluye elementos renovadores propios de una sociedad moderna y emergente. Para cerrar el ciclo se embarcó como producto en una de esas series de televisión, medio al que ha regresado siempre con experiencias agridulces, que hacen historia, “La mujer de tu vida”, que acercó al gran público una nueva generación de intérpretes, directores y guionistas.
El cineasta madrileño se embarcó después en nuevos retos, buscando salirse de los esquemas marcados, y se atrevió a volver por primera vez a tiempos más oscuros, los de la posguerra, pero lo hizo iluminándolos con una mezcla de humor, sentimiento y sexualidad desconocida hasta entonces. Tenía “El año de las luces” un aura mágica de inocencia, romance y optimismo que marcó un antes y un después en la historia del cine español reciente, llenando las salas con una nueva legión de espectadores jóvenes que se sintieron identificados con los descubrimientos eróticos de Jorge Sanz y Maribel Verdú, estrellas del firmamento patrio desde entonces.
Entonces, como ocurre ahora en “El embrujo de Shanghai” y en otros títulos anteriores, se trata de seres solos y desamparados, que intentan recomponer durante un tiempo una familia de ficción, vivir unos momentos de felicidad que inevitablemente se acaban estropeando. Esa parece ser la obsesión recurrente de Fernando Trueba, que se repite igualmente en la oscarizada “Belle Epoque”, con la que consiguió repetir la magia reuniendo a un espectacular reparto femenino en tiempos de la II República, y en “La niña de tus ojos”, con la que embarcó a una variopinta trouppe de artistas hispanos a los estudios de cine nazi de Goebbels, en una emocionante historia de éxito comercial y merecido palmarés en los Goya.
Entre medias, experimentos varios, que demuestran su valor como director, guionista y productor para explorar nuevos caminos. Primero fue la oscura paranoia del “El sueño del mono loco”, una de las primeras incursiones del cine español reciente en el terreno internacional, con Jeff Goldblum como estrella invitada y rodada en inglés. Al igual que “Two Much”, con la que probó suerte en Estados Unidos tras el Oscar y con la que intentó recrear en Miami los esquemas del humor español, en un enredo romántico con doble Antonio Banderas y dos rubias peligrosas que arrasaron en la taquilla. Más reciente es “Calle 54”, su particular homenaje en formato documental al jazz latino, una de sus pasiones confesas. El cine de Trueba es una garantía segura para el espectador inquieto, el que se sumerge en la sala oscura dispuesto a dejarse llevar, porque la pasión que vuelca en cada uno de sus proyectos trasciende la pantalla y llena los corazones con su irónico sentido del humor, su romanticismo imposible y su irreparable melancólica.
El estreno de “El embrujo de Shanghai”, el próximo viernes 12 es sin duda uno de los más esperados dentro del cine español en los últimos años. No se trata sólo de la controvertida traslación a imágenes de la famosa novela de Juan Marsé, sino el regreso al terreno de la ficción de uno de los realizadores más populares, arriesgados y respetados de nuestra industria, Fernando Trueba.
Quien proclamase como Dios al recién fallecido Billy Wilder al recoger su merecido Oscar a la mejor película de habla no inglesa por la jovial, republicana y emotiva “Belle Epoque”, es sobre todo un narrador a través de las imágenes. Ha tenido así una oportunidad única al ocuparse de esta historia desdoblada, que trascurre paralelamente entre la Barcelona de 1948 en color y el lejano Shanghai en blanco y negro, donde el protagonista de la película imagina, para escapar de su amarga realidad, las aventuras de un maqui que emprende rumbo a Oriente entre nazis y misteriosas mujeres bellas. Esa duplicidad, ha permitido a Trueba desenvolverse a sus anchas con un guión que él mismo rehizo tras abandonar el proyecto Víctor Erice, a quien el productor Andrés Vicente Gómez le había encomendado la labor en un principio.
Al lado del famoso productor se ha desarrollado la filmografía de Fernando Trueba, a su lado estaba también aquella lejana noche de triunfo en Hollywood, quien repite en esta ocasión con actores que forman parte ineludible de su familia cinematográfica: Fernando Fernán-Gómez, Rosa María Sardá, Jorge Sanz, Antonio Resines y, como no, Ariadna Gil, que tiene ocasión de lucirse aquí en un doble papel, al mismo tiempo arrabalero y glamouroso.
Con ojo certero Trueba ha sabido desarrollar su carrera desde la modesta comedia madrileña de la transición, rompiendo moldes con su “Ópera prima” al lado de los primeros pasos en celuloide de Colomo, Almodóvar, Martínez Lázaro y demás, trasladando a la gran pantalla amores, personajes y situaciones cotidianas que nunca antes podían haberse mostrado por condicionamientos políticos. Historias de antihéroes anónimos, de relaciones cruzadas turbulentas, de sexualidad emergente y de optimismo galopante y humor inocente pese a las ilusiones frustradas. Reflejo de ello son “Sal gorda” y, sobre todo, “Sé infiel y no mires con quien”, ejemplo perfecto de la comedia de enredo española plagada de estrellas que rinde homenaje a la escuela clásica pero que incluye elementos renovadores propios de una sociedad moderna y emergente. Para cerrar el ciclo se embarcó como producto en una de esas series de televisión, medio al que ha regresado siempre con experiencias agridulces, que hacen historia, “La mujer de tu vida”, que acercó al gran público una nueva generación de intérpretes, directores y guionistas.
El cineasta madrileño se embarcó después en nuevos retos, buscando salirse de los esquemas marcados, y se atrevió a volver por primera vez a tiempos más oscuros, los de la posguerra, pero lo hizo iluminándolos con una mezcla de humor, sentimiento y sexualidad desconocida hasta entonces. Tenía “El año de las luces” un aura mágica de inocencia, romance y optimismo que marcó un antes y un después en la historia del cine español reciente, llenando las salas con una nueva legión de espectadores jóvenes que se sintieron identificados con los descubrimientos eróticos de Jorge Sanz y Maribel Verdú, estrellas del firmamento patrio desde entonces.
Entonces, como ocurre ahora en “El embrujo de Shanghai” y en otros títulos anteriores, se trata de seres solos y desamparados, que intentan recomponer durante un tiempo una familia de ficción, vivir unos momentos de felicidad que inevitablemente se acaban estropeando. Esa parece ser la obsesión recurrente de Fernando Trueba, que se repite igualmente en la oscarizada “Belle Epoque”, con la que consiguió repetir la magia reuniendo a un espectacular reparto femenino en tiempos de la II República, y en “La niña de tus ojos”, con la que embarcó a una variopinta trouppe de artistas hispanos a los estudios de cine nazi de Goebbels, en una emocionante historia de éxito comercial y merecido palmarés en los Goya.
Entre medias, experimentos varios, que demuestran su valor como director, guionista y productor para explorar nuevos caminos. Primero fue la oscura paranoia del “El sueño del mono loco”, una de las primeras incursiones del cine español reciente en el terreno internacional, con Jeff Goldblum como estrella invitada y rodada en inglés. Al igual que “Two Much”, con la que probó suerte en Estados Unidos tras el Oscar y con la que intentó recrear en Miami los esquemas del humor español, en un enredo romántico con doble Antonio Banderas y dos rubias peligrosas que arrasaron en la taquilla. Más reciente es “Calle 54”, su particular homenaje en formato documental al jazz latino, una de sus pasiones confesas. El cine de Trueba es una garantía segura para el espectador inquieto, el que se sumerge en la sala oscura dispuesto a dejarse llevar, porque la pasión que vuelca en cada uno de sus proyectos trasciende la pantalla y llena los corazones con su irónico sentido del humor, su romanticismo imposible y su irreparable melancólica.