Crítica: "El elegido", para matar
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Por Ingrid Ortiz
La tranquilidad del hogar en tiempos convulsos, algo para leer entre el miedo y la paranoia, un amigo como compañía…y un piolet clavado en la cabeza. Así de sombrío fue el final de León Trotsky, uno de los máximos ideólogos de la revolución rusa, asesinado a manos de Ramón Mercader en su casa de México en 1940. Es un final que no desvela ningún misterio, una historia que se ha contado otras veces de la mano de documentales y otras ficciones como "El asesinato de Trotsky", de Alain Delon. Sólo por ese motivo, es necesario resaltar el valor de que "El elegido", película mexicano-española que se estrena esta semana en tierras ibéricas, mantenga el pulso y no arranque bostezos en la sala.
La película de Antonio Chavarrías, una coproducción con México que llega a las carteleras españolas este viernes 2 de septiembre, no se perfila como un biopic al uso, sino como un thriller de espías clásico con bastante rigor histórico. Un drama sincero sobre un hombre dispuesto a sacrificarse para conseguir el triunfo de unos ideales, víctima de un terrible contexto en el que reina el dogmatismo y la lucha por el poder.
En este aspecto, el personaje de Mercader, interpretado con sobresaliente acierto por el mexicano Alfonso "Poncho" Herrera, presenta sus claroscuros. La ambición de un joven que pretende destacar y cumplir con las expectativas, las dudas de un ser humano que se infiltra en las líneas supuestamente enemigas y el miedo de un hombre ante un objetivo que le supera. Todos esos elementos están contenidos en un retrato honesto que refleja la vida del hombre detrás del asesino.
Chavarrías presenta el periplo de Mercader hasta la fatídica tarde en pequeñas dosis ligeramente episódicas, con una estructura narrativa dinámica y centrada solamente en punto de vista del políglota, que cambia de idioma como de piel durante la proyección: el catalán se convertirá en el belga Jacques Monard para la misión y morirá con pasaporte ruso aún negando su nombre.
Pero igual o más interesante resulta el personaje de la madre, interpretada por la siempre magistral Elvira Mínguez, cuya sombra se cierne poderosamente en cada decisión tomada. Por el contrario, Hannah Murray no consigue cautivar –salvo en un par de escenas- en el papel de la ingenua Silvia Ageloff, que será la llave de entrada al escondite de Trotsky.
Sin embargo, entre tanto vaivén de sucesos, algunos quedan poco definidos. Al minimizar los detalles políticos y esquematizar el contexto de guerra deliberadamente se resalta la idea del fanatismo, pero también conlleva el riesgo de que determinadas escenas queden confusas. Un ejemplo es uno de tantos ataques a Trotsky que se nos muestra tras el prólogo a modo de documental, el incómodo interrogatorio del infiltrado estalinista o el frustrado tiroteo organizado por el pintor Siqueiros.
Pese a todo, "El elegido" se presenta como un largometraje con justas ambiciones, una buena forma de homenajear a Trotsky 76 años después de su muerte. Cabe cuestionarse qué fue lo que llevó a Mercader a usar tan aparatosa arma, en lugar de una discreta pistola. Aunque quizás ni él mismo se cuestionara esa decisión. Cuestionar órdenes no era el deber de un soldado como él. Pero lo que debe admirar el espectador en los últimos minutos son esos ojos previos, unos ojos que no reflejan la sangre fría sino la culpa y el sacrificio. Y eso, es brutal.
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La tranquilidad del hogar en tiempos convulsos, algo para leer entre el miedo y la paranoia, un amigo como compañía…y un piolet clavado en la cabeza. Así de sombrío fue el final de León Trotsky, uno de los máximos ideólogos de la revolución rusa, asesinado a manos de Ramón Mercader en su casa de México en 1940. Es un final que no desvela ningún misterio, una historia que se ha contado otras veces de la mano de documentales y otras ficciones como "El asesinato de Trotsky", de Alain Delon. Sólo por ese motivo, es necesario resaltar el valor de que "El elegido", película mexicano-española que se estrena esta semana en tierras ibéricas, mantenga el pulso y no arranque bostezos en la sala.
La película de Antonio Chavarrías, una coproducción con México que llega a las carteleras españolas este viernes 2 de septiembre, no se perfila como un biopic al uso, sino como un thriller de espías clásico con bastante rigor histórico. Un drama sincero sobre un hombre dispuesto a sacrificarse para conseguir el triunfo de unos ideales, víctima de un terrible contexto en el que reina el dogmatismo y la lucha por el poder.
En este aspecto, el personaje de Mercader, interpretado con sobresaliente acierto por el mexicano Alfonso "Poncho" Herrera, presenta sus claroscuros. La ambición de un joven que pretende destacar y cumplir con las expectativas, las dudas de un ser humano que se infiltra en las líneas supuestamente enemigas y el miedo de un hombre ante un objetivo que le supera. Todos esos elementos están contenidos en un retrato honesto que refleja la vida del hombre detrás del asesino.
Chavarrías presenta el periplo de Mercader hasta la fatídica tarde en pequeñas dosis ligeramente episódicas, con una estructura narrativa dinámica y centrada solamente en punto de vista del políglota, que cambia de idioma como de piel durante la proyección: el catalán se convertirá en el belga Jacques Monard para la misión y morirá con pasaporte ruso aún negando su nombre.
Pero igual o más interesante resulta el personaje de la madre, interpretada por la siempre magistral Elvira Mínguez, cuya sombra se cierne poderosamente en cada decisión tomada. Por el contrario, Hannah Murray no consigue cautivar –salvo en un par de escenas- en el papel de la ingenua Silvia Ageloff, que será la llave de entrada al escondite de Trotsky.
Sin embargo, entre tanto vaivén de sucesos, algunos quedan poco definidos. Al minimizar los detalles políticos y esquematizar el contexto de guerra deliberadamente se resalta la idea del fanatismo, pero también conlleva el riesgo de que determinadas escenas queden confusas. Un ejemplo es uno de tantos ataques a Trotsky que se nos muestra tras el prólogo a modo de documental, el incómodo interrogatorio del infiltrado estalinista o el frustrado tiroteo organizado por el pintor Siqueiros.
Pese a todo, "El elegido" se presenta como un largometraje con justas ambiciones, una buena forma de homenajear a Trotsky 76 años después de su muerte. Cabe cuestionarse qué fue lo que llevó a Mercader a usar tan aparatosa arma, en lugar de una discreta pistola. Aunque quizás ni él mismo se cuestionara esa decisión. Cuestionar órdenes no era el deber de un soldado como él. Pero lo que debe admirar el espectador en los últimos minutos son esos ojos previos, unos ojos que no reflejan la sangre fría sino la culpa y el sacrificio. Y eso, es brutal.
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