Colaboración: Arieles, tan amados y denostados

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Quemada-Díez, el triunfador de la noche (V.B.)
Por Hugo Lara Chávez

Algunos de los mejores momentos de la pasada ceremonia de los Premios Ariel del cine mexicano se debieron a los personajes homenajeados presentes: los actores Ignacio López Tarso y Ernesto Gómez Cruz, y el director Arturo Ripstein. López Tarso, con una carrera impresionante dentro del teatro y el cine, se congratuló de ser homenajeado en el Palacio de Bellas Artes, donde inició su actividad actoral cuando era estudiante. Gómez Cruz dijo que con este reconocimiento ponía fin a sus ansias de novillero y avisó que dejará el cine para dedicarse al teatro. Ripstein, de quien se temía un desplante, agradeció el premio si no por sus películas, al menos como resultado de "50 años de contumacia". Estas tres brillantes carreras podrían encarnar el espíritu del cine mexicano, un ámbito que en las últimas décadas requiere de obstinación, entusiasmo y sacrificio, en el sentido más melodramático del término.

Parte central del guión de tono campechano que siguieron Regina Orozco y Enrique Arreola —conductores de la ceremonia 54 de entrega de Arieles celebrada en el Palacio de Bellas Artes el martes pasado— fueron los chistes sobre la temática repetitiva del cine nacional sobre el narcotráfico, la migración y la violencia. Como broma, hubo insistencia en hacer ver que nuestros cineastas abusan de esos asuntos, quizá cifrada en el hecho de que las dos películas favoritas de la noche los abordaban, me refiero a "Heli" de Amat Escalante, y "La jaula de oro", que resultó la gran triunfadora con nueve Arieles, incluyendo mejor película y mejor opera prima.

Aunque la broma resultó eficaz porque explotó el cliché de que el cine mexicano sólo trata "feos" temas de la realidad nacional, en el guión de Flavio González Mello faltó precisar que sí hay otras cosas que aborda nuestro cine, o al menos eso es lo que representan las películas nominadas este año a mejor película: además de las mencionadas "La jaula de oro" y "Heli", se encontraban tres relatos sobre las familias y sus conflictos: "Club Sándwich" de Fernando Eimbcke, "Los insólitos peces gato" de Claude Saint-Luce, y "No quiero dormir sola" de Natalia Beristain. Igualmente, en otras categorías, había películas de diferentes ambientes y circunstancias, como "Tercera llamada", de Francisco Franco, situada en el mundo teatral; "Halley " de Sebastián Hoffman, la fábula sobre un zombi en la Ciudad de México; o "Nosotros los Nobles", una comedia sobre el choque entre ricos y pobres.

Pero al margen del chiste sobre la monotonía temática del cine mexicano, cada año la ceremonia de Arieles se convierte en una tribuna donde la comunidad del cine nacional intenta alzar la voz contra sus viejos problemas que siguen sin resolverse. El más importante de todos consiste en las malas condiciones de distribución y exhibición del cine mexicano, a causa de los pésimos términos de negociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, el famoso TLC que sirvió para que Arriola hiciera un chascarrillo sobre su significado: Total Liquidación del Cine.

La actriz Blanca Guerra, presidenta de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, brindó un discurso solemne cuya clave era precisamente este asunto, una queja contra un esquema de distribución y exhibición del cine que es completamente favorable al cine de Hollywood y que le niega valor al cine mexicano ya no digamos como parte de nuestro patrimonio cultural, sino incluso como producto comercial.  Guerra pidió a los legisladores hacer los cambios necesarios en las leyes para reparar esta asimétrica y desleal competencia.

Parecería que es un reclamo que hay que atender con urgencia, en un año en el que el cine mexicano da razones para ello: un aumento de producción que superó los 120 largometrajes; dos éxitos taquilleros que rompieron récords históricos ("No se aceptan devoluciones" y "Nosotros los Nobles"), así como varias películas con importantes premios internacionales ("Heli", "La jaula de oro" y  "Club Sandwich", entre otras).

La interrogante es saber si la lenta maquinaria legislativa que tenemos se ha enterado de esto y, si lo hizo, qué posición ocupa entre sus pendientes, pues es algo que por años se les ha demandado. En este sentido, es fundamental la gestión que puedan desempeñar figuras como el presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Rafael Tovar y de Teresa, así como otros altos funcionarios y cabilderos del ámbito cultural.

Por otro lado, también es un misterio hablar de más de 120 películas producidas en el último año en México. Salvo las más visibles que han triunfado en cartelera, así como otro conjunto que ha tenido una promoción mínimamente eficaz, el cine mexicano sólo logró estrenar 60 películas entre 322 en total. Con ellas, el cine nacional obtuvo 1213 millones de pesos en taquilla y aproximadamente 28 millones de boletos vendidos, que representa sólo el 10.9% de la taquilla total, todos los datos de acuerdo a Canacine. Pero ¿dónde quedaron las otras 60?

Cabe que se reflexione no sólo sobre el aspecto cuantitativo, sino también sobre el cualitativo. Si parte del reclamo consiste en hacer ver que el cine mexicano tiene un peso cultural y social porque habla de nosotros como país —y que por eso tiene derecho a una mejor distribución y exhibición— hay que atender también el hecho de que hay varias películas de mala calidad o cuyo resultado es fallido.  ¿Cuántas películas mexicanas se encuentran en este caso, de entre las 120 del año pasado? ¿Merecen todas las películas nacionales un estreno comercial en salas de cine? Ciertamente, también de Hollywood llega mucha basura que se exhibe de todas formas. En estas interrogantes existe la necesidad de reflexionar y legislar en favor de los mejores contenidos para el público mexicano, como política de Estado que, en la utopía, beneficie la dieta de consumo cultural y que repercuta en la buena salud de la sociedad.

Otro aspecto interesante es el hecho de que difícilmente podemos hablar de una "industria" del cine mexicano. Con claridad, los distribuidores y exhibidores forman un bloque que no tiene nada qué ver con los productores nacionales. Cada uno está en su propio negocio, con sus propios intereses y búsquedas. ¿Cómo lograr una integración adecuada?

En fin, hay mucho por discutir y hacer dentro de las estructuras del cine mexicano. Y los Arieles, cada año, al menos sirven para recordarlo.

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