Colaboración: Leonora, la mujer que nunca podrás amar

por © NOTICINE.com
Leonora Carrington
Por Sergio Berrocal *

El día que el mundo o lo que ya quede tras las podas de rusos y americanos y las ventas del mercado ruso armenio. El día en que el mundo estalle en una alboronía brutal, alborozada y sangrienta de banqueros-misiles teledirigidos por hackers estafados y cabreados, sabremos quienes prefieren las almejas del cantábrico y a quienes les privan las langostas verdes de Bretaña. Y no será mas que el principio, hermanos obispos que vaciáis las iglesias con la misma alegría con que degustáis el vino de misa por mucho que los ilegales Rosacruces, lejanos herederos de aquellos Templarios mágicos y brujos, saquen sus espadas mágicas, pero contra el Diablo nada podrán.

Los selenitas se deslizarán por las autopistas abiertas por la gente de la NASA, que para algo tendrán que servir, y aterrizarán en lo que fue una Europa desunida con 27 miembros desmembrados.

Habrán sobrevivido, y los selenitas los encontrarán, no se preocupen, unos cuantos libros que les hablarán de lo que no conocieron y de lo que ni siquiera conocimos o tan poco tan poco que es como un ensueño de gaviota a las doce de la mañana en el sur de España.

Descubrirán que entre los habitantes de esa Tierra con la que ellos nunca quisieron tratos porque saben de su gente profundamente mala, ególatra, dada a la maldad por la muerte de los demás, al robo universal por el disfrute anodino de tener más que el otro.

Ningún banquero ejemplar entre los que buscan los selenitas, aunque sí algún que otro Premio Nobel de lo que sea, de la Paz, el apartado más peligroso, distribuido en las rifas de las vanidades de hombres del norte, ya enturbiado el cerebro por los efluvios de Napalm número 5, el perfume que ha reemplazado el Chanel entre los poderosos, que no pueden, que no quieren ser como los demás.

Los selenitas verán volver las alegres golondrinas asadas, traumatizadas por el napalm que primero los franceses y luego los norteamericanos, los amos, los putos amos, los selectores de la democracia, habrán desparramado por el mundo de Oriente, allá por Indochina, luego Vietnam para quebrar los apetitos de libertad que clamaban pequeños hombrecillos, grandes pequeñas mujeres que se enfrentaban con las manos desnudas a la barbarie casi atómica.

Y verán fotos, que quizá no entiendan, de una tal Leonora Carrington, a la que toda su vida acompañaron locura, belleza de sensualidad feroz y talento para todo, para pintar, para amar, para estar fuera del cosmos, para escribir.

Leonora, presentada por Elena Poniatowska en el libro que lleva como título “Leonora” es la mujer que todos, grandes y pequeños, selenitas y odiosos productores de guerras al por mayor, hubiésemos querido conocer, amar, mimar, odiar, apalabrar para siempre aún a sabiendas de que los pájaros tienen por misión volar.

Aunque para entonces una cámara de documental, el más noble de las pinturas que puede dar el cine, la haya consagrado en una película que probablemente muy pocos vieron ("Leonora Carrington. El juego surrealista", 2012). Años antes apareció como actriz en dos películas, "En este pueblo no hay ladrones" y "Un alma pura".

Los suyos fueron años de surrealismo, de locura en París, Nueva York, algún que otro manicomio, como Vincent Van Gogh, salvo que el pobre holandés errante y herrado por las injusticias de la vida no era multimillonario como ella, y además impresionista.

También le hubiese gustado a Van Gogh el pobre, el miserable de los colores, retozar en la locura perversa y divina de esa mujer.

Ni se encontraron, ni se quisieron ni vivieron en el mismo mundo. Ni siquiera, carajo, Van Gogh pudo cortarse por ella la oreja entera, como en un mal afeitado cuartelero, y no sólo el lóbulo como hizo con la prostituta de Arles, la única dama de sus sueños, la Dulcinea que tampoco le amó, porque los sueños no aman.

Porque los pobres, por muy genio que seas, querido pintor mío que pintas angelitos negros cuando eres racista, homófobo y medio nazi, no tienen derecho al amor de una Leonora que escribía a un amante, ella la reina del amor, capaz de configurar las fuerzas del universo.

Aquel desgraciado se llamaba Renato y ella, desesperada, ella la mujer fuerte del surrealismo, la amiga de Max Ernst, de Mata, Duchamp, Chagal y algunos cuanto Luis Buñuel más, le escribía loca de la rabia dolorida que da la ausencia y la convicción de lo que querías ya no podrás quererlo más.

Escribía aquella niña rica que además tenía talento para llenar diez museos, porque los ricos, pocos pero algunos, pueden tener algo más que divisas: “Reviento lenta y penosamente por el deseo de verte, regresa pronto. Sólo voy a destender la cama, engullidora de fornicadores, si tú regresas… Te amo, tengo ganas de hacerte el amor, de besarte y de lamerte… Sería capaz de regalar el gato, mis cabellos y mi mano izquierda para que regresaras… El gato sufre como yo cuando está solo, deberían darle alguna dosis de Cardiazol y meterlo en un manicomio al lado del mar”.

Como el que Leonora conoció largo y tendido, desnuda y despechada, en Santander, frente al mar.

Como Vincent Van Gogh, que estuvo en el manicomio de Saint Remy, en la Provenza profunda, esperando que desde París su hermano Théo consiguiera venderle algún cuadro.

Selenitas de todos los países.

Selenitas de pueblos falsos paraísos que entierran voluntades y talentos, ciudades repletas de la mugre de las ilusiones rotas, de miserables para los que ya no quedan barricadas de redención.

Métanse en la vida de Leonora, o de cualquiera otra mujer excepcional, la guerrillera de Indochina o la pintora mexicana Frida Kahlo.

Revuélquense en la fuerza inhumana de todas esas heroínas que no sólo dan el pecho a sus bebés y crían a los hombres.

Enamórense, aunque sea a años luz.

Como un selenita enamorado de la Julieta de Verona, de Luisa la peluquera de tu calle.

No mueran tontos.

La mujer, y quien no lo crea que le pregunte a la oreja pérdida de Van Gogh o a la furia creativa de Leonora, les permitirá vivir la vida.

No esa vida que está siempre agonizando en la infinita tristeza de vuestra desgraciada soledad.

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro, recién publicado, se titula "Calle Falange Española"

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