Colaboración: Las maravillosas señoritas de la vida

por © NOTICINE.com
'Estrellas de La Linea'
Por Sergio Berrocal *

Una vez más, porque uno se acostumbra a embadurnarse el orgullo de estrellas rutilantes de días mejores, estaba dispuesto a consagrar parte de esta crónica a hablar de mí. Cuando ingresé en la Orden de los Periodistas Descalzos, me enseñaron, fue lo primero que me enseñaron, que siempre se habla mejor de lo que mejor se conoce. Y entonces, mi ego me dijo: “Lo que mejor conoces eres tú”. Y la verdad es que me dio regusto poder ducharme cada vez que lo creyese necesario con todo el boato de mi preciosa persona, en lugar de hablar del hambre del mundo o de la imbecilidad humana.

La otra noche, cuando se te acaba el día de la esperanza, cuando ya entra el enemigo del sol por la terraza en busca de víctimas para la madrugada, mi ego dejó de tener prioridad cuando se me cruzaron unas alegres señoritas que venían de un mundo muy lejano, allá por Guatemala, de un pueblo perdido pero repleto, desbordante, de la alegría de los justos.

Esa alegría que tienen todos los pobres, todos los desfavorecidos de América Latina.

En los tres años que pasé en Brasil me di cuenta de que Dios o quien fuere había puesto en ese lugar los paisajes más extraordinarios del mundo, la amabilidad más sonriente que pueda imaginarse para compensar tanta miseria.

Seréis pobres, pasareis miserias, pero dentro del paraíso que despreciaron Adan y Eva.

Las señoritas morenas y regordetas, con la más amable sonrisa en la cara, eran prostitutas que vivían, ejercían, padecían y morían a ratos en un pueblo perdido de un país llamado Guatemala.

Era un documental, que me dicen premiaron hace años en el Festival de Berlín, titulado “Estrellas de la línea” y realizado por alguien que sabe de cine y de humanidad, Chema Rodríguez.

Sus prostitutas son tan miserables, tan desvalidas, tan indefensas, que la vida, injusta y perversa vida, las vapulea sin piedad, con el regusto de los poderosos cuando aplastan con sus suelas de cuero repujado salidas de una boutique de la Rue Vivienne, una cucaracha que hasta entonces tenía apariencia humana..

Porque la vida está a las órdenes de la injusticia de los grandes inquisidores que arrastran la miseria más variada, más refinada y más audaz allí donde alguien podría haber sido o intentado ser feliz.

Los modernos inquisidores, vomitados por de academias requetechulas, tienen como única misión patear, con napalm o sobornos, de forma que la felicidad sea coto cerrado, exclusivo, de los poderosos, de los más ricos.

Los pobres ya tienen lo suyo y que se conformen con no morirse se hambre.

A estas estrellas de la línea no les importa tener que ejercer la prostitución como medio de ganarse más o menos la vida a condición de que les dejen la dignidad que respiran, que proclaman inteligentemente y que cualquiera les concedería voluntariamente.

Esa dignidad de la que ya ni tenemos idea en nuestro mundo dirigido por el deseo de parecer y de no ahogarse en los ríos de bienes a los que casi ninguno de nosotros tiene acceso.

Pero frente a ellas está la sociedad y como guardaespaldas de ese ente una policía arcáica que procura que vivan peor de lo que podrían.

Pues claro, que sí, mi sargento, soy puta, dice una de ellas, por necesidad. Adoro a mis hijos y ni siquiera refiere que son niños o niñas nacidos de un embarazo desgraciado y no deseado porque, oiga señor guardia, en esta casa sin agua, andamos escasos de métodos anticonceptivos.

No, ya les he dicho, que aquello no es el primer mundo, el norte exquisito donde todo es posible, donde se atan a las prostitutas con rutilantes preservativos de colorines, con música y gustos varios.

Tampoco tienen estas mujeres ese arsenal anticonceptivo que tan mal se usa a veces en el primer mundo.

En ese cuarto mundo multicolor en el que ellas viven, encamarse con el primero que llega es exponerse a ese embarazo bastante probable.

Pero, por los Ángeles del infierno, que no se le ocurra a nadie jugar con su dignidad, la de todo un colectivo.

Ese prurito les ha llevado a formar un equipo de fútbol que a veces se enfrenta en un cacho de cemento armado y sucio con una formación femenina de la policía local.

Y para recobrar esa dignidad por la que tanto militan quieren que les permitan enfrentarse a futbolistas de El Salvador. Una especie de desafío internacional, por encima de las fronteras y de las leyes, al que el empresario que les ayuda en el equipo se opone horrorizado.

¡Cómo puede permitirse que once putas, sí padre, así se llaman ellas, así quieren que se les llame, cómo diablos va a dejarse que jueguen un partido internacional por pobre y mortecino de sentido que pueda ser!

¡Qué hacemos con la dignidad nacional, con la patria, con la misa!

No, esto nada tiene que ver con “Pretty Woman”. Aquí las putas son de verdad, lo son porque no han sabido de otra forma para ganarse la vida.

Y para permitirse el lujo de tener una familia, ellas, apestadas de la vida.

Tienen un sentido de la existencia una resignación de la miseria y de su condición, que debería pegarnos en el hígado. Despertarnos.

“Mamá, ¿Cómo nos va a dar vergüenza de ti si eres tú quien nos da de comer?”.

Es el grito de amor desesperado que lanza uno de los niños concebidos en el aturullamiento del choque con un cliente con prisas.

Porque, miren, queridos contertulios, el amor también come.

Ignoro qué habrá sido de todas esas mujeres que esta noche de luces apagadas y de miedos encendidos han venido a visitarme.

Por un rato, lo que dura una buena película, las malas son las que aburren con tesis estúpidas, infantiles o, peor, interesadas en dirigir la masa de la gente de las butacas o de los sofás.

Cuando aparece la palabra fin, hay cartelitos que nos dan indicaciones de lo que fue después del rodaje de algunas de esas admirable mujeres.

Una cayó en la cárcel, otra también. La tercera… Ya no he querido seguir leyendo.

Me hubiera gustado que cada una de ellas terminase en los brazos y en las cuentas corrientes de un multimillonario como el Richard Gere de la woman pretty, que les permitiesen ser felices sin las estrecheces de una vida que no sale de la lucha desesperada por sobrevivir.

Solamente sobrevivir.


(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro, recién publicado, se titula "Calle Falange Española"

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